Las crónicas sobre la conquista de Canarias redactadas en la Península Ibérica responden al mandato de los reyes castellanos y fueron englobadas en la Crónica General del Reino de Castilla. Sus autores no intervinieron directamente en las operaciones bélicas, aunque a veces estuvieron involucrados en su organización. Los acontecimientos relatados forman parte de obras más amplias que reúnen información etnohistórica sugerente. A continuación ofreceré un acercamiento a la «Crónica de Juan II», con su génesis problemática, sus parentescos y relaciones.
La Crónica de Juan II
Se trata de un texto impreso en Logroño el año 1517 por Arnaldo Guillén de Brocar bajo la dirección y con un prefacio de Lorenzo Galíndez de Carvajal, reimpreso por Benito Monfort en Valencia en 1779 y –posteriormente– por Cayetano Rosell en el tomo XVIII de la «Biblioteca de autores españoles» (Madrid, 1877). Además de estas ediciones principales contamos con las realizadas en Sevilla el año 1543 y en Pamplona en 1591.
El capítulo IV lleva por título Cómo mosen de Bracamonte demandó a la Reyna que le hiciese merced de las islas de Canaria para un pariente suyo, erigiéndose hasta hace algunos años como una de las referencias más invocadas por cuantos desearon documentarse sobre los albores de la Conquista de Canarias.
La crónica editada por Lorenzo Galíndez había tenido la extensa e intricada elaboración que él enuncia en el preámbulo. Sabemos que la comenzó a compilar hacia 1406 el Cronista de Juan II, Alvar García de Santa María (1370-1460), y que habiendo recibido Galíndez el encargo del Rey Fernando para corregir y publicar las Crónicas de Castilla vaciló entre difundir los originales que le eran conocidos de Juan II o imprimir la denominada Compilación de Guzmán, por la que finalmente se decidió en atención a las preferencias de la Reina Isabel.
Pero el compendio de Galíndez de Carvajal está plagado de confusiones y erratas que alteraron los contenidos originales, mistificaron autores y alteraron cronologías. Una obra que pudo convertirse en una colección de fuentes directas, coetáneas y veraces, acabó siendo un apaño tardío plagado de contradicciones y anacronismos. Ello se puso de manifiesto tras descubrirse paulatinamente los textos primigenios de donde tomó la información para su edición de inicios del siglo XVI.
Por lo tanto, tratamos la «Crónica de Juan II» original de Alvar García de Santa María correspondiente a los años 1406-1420, cuyo hallazgo por J.M. Carriazo en 1946 fue precedido por la de los años 1420-1435, editada en Madrid en 1891 dentro de la «Colección de documentos inéditos de la Historia de España». Los originales publicitados por Carriazo comparados con los textos promovidos por Galíndez pusieron de manifiesto una versión más extensa, detallada, libre de los errores y el desenfado del refundidor de Logroño.
Cuando fue descubierto el manuscrito se encontraba en la Biblioteca Colombina. Corresponde al siglo XV y había pertenecido a la Reina Isabel, quien lo regaló al marqués de Tarifa. Éste lo dejó a la Cartuja sevillana de las Cuevas, donde lo estudió Jerónimo Zurita, pasando luego a la Biblioteca Capitular, unida a la Colombina. Alvar García de Santamaría escribió el capítulo sobre Canarias hacia 1419, plasmando los inicios de la conquista franco-normanda en el Archipiélago.
Buenaventura Bonnet contrastó ambas versiones en 1947 y apreció errores que afectaban a personas, hechos históricos y datos cronológicos, remarcando que si bien los autores de los textos «Matritense», «Cedeño» y «Lacunense» no tuvieron acceso a la Crónica de Juan II, fue Alonso de Espinosa el primero en introducir sus errores en la historiografía local al emplear como fuente la versión de Galíndez. Con posterioridad, Núñez de la Peña agregó las aportaciones creadas por la imaginación del poeta Antonio de Viana. Estas y otras circunstancias auspiciaron la altisonante sentencia hipercrítica de Bonnet: «las crónicas de Galíndez y Alvar García, en la parte correspondiente a Canarias, contienen tales errores que no pueden considerarse como fuentes a las que recurrir en ningún caso».
Relación entre Le Canarien y la Crónica de Juan II
Como ya hemos planteado en otras ocasiones, Le Canarien posee varias versiones. La primera en conocerse y publicarse es una obra de 1490, con un carácter de crónica de familia, elaborada o encargada por un descendiente de Jean de Bethencourt a partir de la versión que Gadifer de La Salle realizó hacia 1419 teniendo como fuente la Crónica que los capellanes Pierre Boutier y Jehan Le Verrier redactaron entre 1403 y 1404, de la cual –a su vez– existían copias manuscritas en francés, como las manejadas por Alvar García de Santamaría para fundamentar pasajes de su «Crónica de Juan II».
En Canarias Le Canarien fue traducido al castellano por el capitán y comerciante Serván Grave, residente en Garachico (Tenerife) hacia 1591 y desde 1605 en La Palma, donde murió en 1667. Grave es el autor de la traducción más antigua promovida en el Archipiélago –con posterioridad a la edición de Bergeron de 1630, que le sirvió como fuente– a instancias de Luis Fernández de Córdoba y Arce, Capitán General de Canarias entre 1638 y 1644. Copias de esta traslación fueron añadidas con la «Crónica Primitiva» en el manuscrito de la denominada «Crónica Anónima» de La Laguna, siendo también utilizadas por Viera y Clavijo y Marín de Cubas. Así, con la salvedad de Alvar García, su refundidor Galíndez, Francisco López de Gómara y Gaspar Frutuoso, todas las referencias castellanas a Le Canarien realizadas en Canarias fueron posteriores a la traducción del bretón Serván Grave.
Conclusión
La intervención de refundidores alteró los contenidos de algunas fuentes escritas. La detección de esas anomalías permite enmendar las recreaciones interesadas reubicándolas en un entorno etnohistórico que distingue el grano de la paja sin la aversión por los textos que rezuma la antropología de lo intangible como quimera habitual.
Dr. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife