En la colección de escritos reunidos por Juan del Castillo Westerling dada a conocer por Millares Carló figuraba la copia más antigua de la Historia de la conquista de la Gran Canaria del capellán y licenciado Pedro Gómez Scudero. Varios historiadores cuestionaron su atribución a un supuesto escudero o a alguien que respondiese a ese apellido y argumentaron que el primero que nombró a Scudero como autor de una historia fue Marín de Cubas, resultando del cotejo de la narración que “escudero” habría sido más una condición que un nombre personal y que fue Pedro Agustín del Castillo quien llamó Gómez, en lugar de Hernández, al presunto escribano.
Como el texto de esta Historia estaba salpicado de rectificaciones, Bonnet y Serra infirieron la participación de un segundo redactor que trató de mejorar la obra enmendando aportaciones insertadas al final, añadiendo un capítulo dedicado al mundo indígena con infinidad de datos u omitiendo otros, lo que implicaría que la de Scudero fue una redacción elaborada a partir de la denominada «Crónica Anónima» de La Laguna. Si bien los elementos propios, los préstamos e incrementos, otorgaban valor a la obra ellos no asumieron retrotraerla hasta el siglo XV.
Por su parte, Millares Carló propuso que la «Crónica Anónima» habría utilizado a Scudero y no a la inversa otorgándole una fecha posterior a 1550, cuando vieron la luz en Sevilla los «Diálogos matrimoniales» de Pedro Luxán citados en el capítulo XIX de esta «Historia de la conquista». Casi al unísono Serra reconfirmó su discrepancia al considerar las alusiones a Le Verrier que vemos en Scudero indicadoras de su datación entre 1629 (edición prístina de «Le Canarien») y 1694, cuando fue empleado primariamente por Marín de Cubas. De hecho, Serra cuestionó la identificación establecida –por Marín y Castillo– entre Pedro Hernández y Gómez Scudero (de apellido o de profesión y además alcaide, licenciado y capellán) con el texto de mediados del siglo XVII que se les adjudicó.
M.R. Alonso atribuyó a Scudero un estilo más personal que el emanado de las demás crónicas e historias como presunto testigo contemporáneo de los sucesos bélicos de la conquista. Lo presencial nos situaría ante un soldado que asiste a las batallas, que observa, habla con los indígenas, describe y narra lo que ve. Pero también se aportan acontecimientos ulteriores redactados por alguien de otra época y con cultura letrada. ¿Cómo compaginar presencia, ausencia y saltos en el tiempo? Alonso lo resuelve como el invento expresivo de un copista. Las citaciones de Le Verrier y la obra de Luxán habrían sido interpoladas en los capítulos I, XIX y último del texto primitivo que, al vincularlo con Viana, optó por fechar con anterioridad al año 1602.
La propuesta crítica de Vizcaya Cárpenter nos brinda un Scudero sobrevalorado por los historiadores decimonónicos mientras los contemporáneos se dejaron embaucar por su prosa desconcertante, a su entender una obra impura de la que debió existir una primigenia redacción independiente escrita por alguien cronológicamente alejado de la conquista pero que se identifica con la narración de los hechos hasta tal punto que termina apareciendo como copartícipe.
La opción más contundente la exteriorizó Cioranescu al plantear la carencia de fundamento para adjudicar una crónica contemporánea de la conquista a un supuesto capellán y licenciado llamado Pedro Gómez Scudero. La presencia del autor en esos acontecimientos reflejaría el uso de la primera persona como un medio estilístico destinado a hacer presente la gesta y afianzar su autoridad, delatando las virtuales pretensiones de un sujeto del siglo XVII medianamente instruido que se propuso trasladarnos a la redacción de un clérigo del siglo XV. Cioranescu objetó las autorías de Pedro Hernández, escudero, y Pedro Gómez Scudero, añadiendo que si aún adjudicamos uno de los textos al llamado Scudero se debe a Marín de Cubas, de quien procede la más antigua copia del manuscrito que se conoce. Y si Marín ignoraba si se trataba de Pedro Gómez o Pedro Hernández, y si realmente fue escudero, capellán, alcaide o licenciado, poca esperanza de averiguarlo le queda a la moderna investigación.
Morales Padrón concibió la obra como un texto de diferentes autores compilado por una sola mano a fines del siglo XVII, dividiendo el manuscrito en tres partes agrupadas en capítulos que culminan con una relación de efemérides y autoridades. De esta forma, autor, interpolador y compilador, subyacen en un anónimo refundidor tardío. Morales también hilvanó su argumentario siguiendo la pista del afán presencial alternado con puntuales ausencias directas, porque en cuestión de pocas líneas el texto pasa de un rotundo nosotros a un ellos y tan pronto se integraba aquél en la acción o entre los conquistadores como se refería a ellos en una tercera persona del plural. Por eso lo presencial le resulta determinante para auspiciar el conocimiento y el manejo de datos y noticias, destacando sobremanera en la prosa el peso cuantitativo y cualitativo de los aspectos etnológicos y arqueológicos de los antiguos canarios. Pero, además, le permite plantear que estamos ante una recreación, tal vez debida a Marín de Cubas, pues así parecen confirmarlo tanto un texto impropio de un soldado del siglo XV como lo heterogéneo de sus aciertos y errores. La conformación del estilo señalaría a un religioso que –tal vez– de forma inconsciente escribió la fecha 24 de septiembre de 1676 en un margen del capítulo XV al tratar de la llegada del conquistador Pedro de Vera, aunque realmente éste desembarcase en agosto de 1480.
Conclusión
Las referencias arqueológicas del texto denotan que los indígenas eran un recuerdo del pasado, lo que respalda la idea de que un refundidor de fines del siglo XVII lo redactó en su forma definitiva agregando datos del «Le Canarien» traducido por Serván Grave entre 1638 y 1644, la glosa sobre la conquista de Tenerife y una nómina de las autoridades existentes hasta el año 1686. ¿Fecha plausible de su redacción final?
Dr. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife