Las Memorias de Andrés Bernáldez incluyen síntesis descriptivas de las islas Canarias, su localización geográfica, recursos económicos, sucesos relacionados con la conquista europea y características socioculturales del mundo indígena, entre fines del siglo XV a inicios del XVI. Si bien las Memorias permanecieron inéditas durante trescientos años luego lograron una gran divulgación. De las prolijas aportaciones etnohistóricas sobre los grupos autóctonos del archipiélago destacan sus referencias a los ritos de fecundidad del ganado, la interpelación sobre el origen ancestral de los antiguos Canarios y la compilación en lengua vernácula de los poblados nativos existentes al tiempo que la conquista se començó.
Manuscritos, museos y bibliotecas
Esos pasajes de las Memorias están incluidos en capítulos que forman parte de una narración histórica del reinado de los Reyes Católicos y aparecen con los siguientes encabezamientos: LXIV (De las siete islas de Canaria), LXV (De cómo fueron conquistadas primero estas islas), LXVI (De la isla de la Gran Canaria, e quién e cómo la ganó, e de sus cosas), CXXXII (E que se trata y cuenta de cómo se tomaron las islas de Canaria, y primeramente de la Palma) y CXXXIV (Cómo se ganó la isla de Tenerife), según la edición de Manuel Gómez-Moreno y Juan de Mata Carriazo (1962).
En el texto podemos observar el uso de la tradición oral indígena y foránea como recurso informativo, entrevistas sostenidas con los Canarios deportados a Sevilla tras el fin de la conquista y con los protagonistas europeos. Otras fuentes empleadas por el párroco de Los Palacios fueron Hernando del Pulgar, colecciones de cartas, relaciones, notas e informes oficiales, y manuales de historia eclesiástica.
Aunque las Memorias permanecieron inéditas durante trescientos años luego conocieron una gran divulgación, como acreditan sus abundantes copias, si bien el manuscrito original no ha sido descubierto. En la actualidad se contabilizan veintidós códices de los que puede seguirse su genealogía englobada en dos grupos:
a) Manuscritos completos bastante uniformes derivados de una copia, hecha en Sevilla por Rodrigo Caro de un supuesto original perdido, posiblemente procedente del manuscrito 1359 de la Biblioteca Nacional, versión más pura y aparentemente más antigua publicada por primera vez en Granada en 1856. Con irregular fortuna se produjeron otras ediciones en Sevilla (1869 y 1875), Madrid (1878 y 1931) y una selección parcial de la obra también en Madrid en 1946.
b) Representa tres manuscritos considerados inéditos y relacionados –aun con variantes– que muestran su procedencia independiente de un original extraviado y cuya comparación ha revelado su calidad. El texto es mucho más preciso que los del grupo anterior, mientras algunos de sus pasajes y capítulos –tal y como se infiere hoy en día– han sido redactados dos veces, lo que ampara la prioridad del que tratamos justo a continuación.
El más importante de los tres –sin duda anterior a 1520– es el manuscrito Egg. 303 del Museo Británico identificado por la inicial L, perteneció a Jerónimo Zurita y fue utilizado por Alonso de Santa Cruz hacia 1550. Según Gómez-Moreno y Carriazo, que lo emplearon como base de su edición, la excelencia del texto y su autenticidad irrevocable lo hacen preferible a todos los conocidos. Está incompleto al principio faltándole la casi totalidad de los primeros noventa y nueve capítulos, en cuyo lugar incluye los correspondientes a la Crónica de los Reyes Católicos de Diego de Valera.
El segundo de este grupo es el manuscrito 99 de la Biblioteca del duque de Gor en Granada, conocido por la sigla G. Es una copia del siglo XVIII de un original muy precoz que complementa al anterior si bien es plausible que su procedencia sea más antigua que la del Egg. 303. Tiene completo el texto de Bernáldez pero en el mismo lugar del empalme del códice precedente intercala la Crónica de Valera.
Y, el tercero, es el manuscrito 1355 de la Biblioteca Nacional. Manuscrito inconcluso fechado en 1594, aunque la letra parezca del siglo XVII y posea una continuación hasta 1516 que no resulta atribuible a Bernáldez.
Juglar de la memoria
La cronología de la obra de Andrés Bernáldez, aún desconocida con exactitud, puede situarse entre 1493 –año en que puede datarse uno de los capítulos iniciales– y 1513, fecha aproximada de su muerte. Este argumento está en sintonía con las características formales de una obra que no se presenta como un relato continuo sino como una colección de narraciones independientes, tanto por sus títulos como por los finales típicos de las relaciones autónomas. De ahí que las cronologías sucesivas vayan salpicándose en concordancia con los hechos aludidos. Paradójicamente esto no sucede al final, haciendo factible que estemos ante una creación incompleta.
Bernáldez parece tener conciencia de que su obra es diferente a lo que escribían los cronistas, pues –de hecho– no suele denominarla crónica ni historia sino Memorias.
Es más, las compuso sin mediar encargo oficial ni propósito de ensalzamiento alguno, como sucede en otros casos, reflejando una información en ocasiones oficiosa, eco de la opinión pública y la tradición oral. Aunque, como ya mencionamos, también se nutrió por conductos documentales convencionales.
Esto se ve acompañado por la armonía existente en la forma y el fondo de sus escritos, cuyo estilo literario se percibe llano y espontáneo, redundando en una cierta anarquía del corte, la numeración y el título de los capítulos, a menudo solemne. Andrés Bernáldez se asemeja –en palabras de Gómez-Moreno y Carriazo– a «un juglar antiguo representante de la vieja tradición historiográfica medieval». Le importa la evocación estimada y personal de unos hechos que –en ocasiones– presenció, informándose por todos los medios a su alcance para administrar con cierta fortuna una discreta erudición entusiasta que representa el deseo de trasladar eventos al pueblo llano para que perdurasen en la memoria colectiva. Tal y como él mismo manifestó, como las corónicas no se comunican entre las gentes comunes, luego se olvidan muchas cosas acaescidas y el tiempo en que acaescieron y quién las hizo, si particularmente no son escritas y comunicadas.
El cura de Los Palacios
Lo que sabemos de Bernáldez con seguridad nos lo dice él mismo en algunos pasajes del texto manuscrito al que no puso su nombre, supliéndolo con el seudónimo «cura de Los Palacios». Otros pormenores de su escueta biografía fueron averiguados por Rodrigo Caro.
Sabemos que nació a mediados del siglo XV, o poco después, en Fuentes de León (Badajoz) y que entre 1488 y 1513 fue párroco de la iglesia de Los Palacios (posteriormente denominada Villafranca de la Marisma) «distante una legua de Sevilla». A la parroquia acudió Rodrigo Caro –visitador del Arzobispado– entre los años 1622 y 1624, encontrando el nombre de Andrés Bernáldez o Bernal y unas notas al margen de sus Memorias en los libros de bautismo de la localidad. Esta documentación se perdió y en 1870 ya no existía.
Sin embargo, en los libros de bautismo de la villa de Fuentes de León su apellido continuaba muy representado en el siglo XVI, reafirmando su origen extremeño. Aún así, el nombre del cura de Los Palacios pende de la única autoridad con la que Rodrigo Caro lo rescató para la historia.
Andrés Bernáldez tuvo ajustadas relaciones con todo lo que escribió de fuera del Reino, interesándose por lugares foráneos y distantes. Entre sus aportaciones etnohistóricas del mundo indígena quizá destaque sobremanera la referencia a los ritos de fecundidad del ganado, la interpelación sobre el origen de los antiguos canarios y su compilación en lengua aborigen de los poblados nativos existentes al tiempo que la conquista se començó.
Dr. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife