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Sobre “el silencio de las piedras” , empezó Andrés su nueva intervención.
—Lo que vemos son grabados sobre piedra, siempre al aire libre, al menos en la isla de Tenerife así es, y son muy vulnerables a los agentes atmosféricos y al vandalismo de los caminantes, ya sabemos que muchos de ellos quieren dejar huellas de su presencia, cuantas más mejor, muestra clara de la ignorancia de sus derechos y de los de sus convecinos. Aparte de ellos mismos, nada más tiene interés y se hace muy cansino asistir una y otra vez a esas muestras combinadas de soberbia y estupidez.
—Los lugares elegidos—continuó Andrés—, son elevaciones destacadas, con visibilidad, puntos estratégicos, fuentes de agua, espacios sagrados… y estas representaciones se conservan en sus lugares originales y solo se desmontan en caso de peligro, por ejemplo, obras en una carretera, perforación de túneles… por eso en el Museo solo hay reproducciones, no originales.
—¿Qué nos cuentan, Andrés? preguntaron casi a la vez Carlos y Tinita.
—Los investigadores no han logrado descifrar su significado. De nuestros antepasados no se conservan apenas textos escritos, así que no es fácil averiguarlo pues hay que recurrir a fuentes indirectas. Hay algunos muy vistosos como los que tienen forma de espiral de la isla de La Palma, que algunos investigadores creen que indicarían la cercanía de fuentes de agua. También vimos en la planta dos los grabados podomorfos de Fuerteventura, las probables pisadas en los lugares sacros. En esos lugares se conjuraba el miedo a las fuerzas de la naturaleza que gobernaban nuestras vidas, dándonos la lluvia torrencial o la sequía, una erupción volcánica o un viento ensordecedor. En realidad, la creencia en los elementos naturales está más que justificada, ¿hay algo más evidente que sus efectos en nuestras vidas? —acabó Andrés su reflexión en voz alta.
—¡Qué pena!, me fijé mucho en los de El Hierro cuando acompañé a Isora en la planta dos. Representaban letras y a lo mejor encerraban algún mensaje para la población del futuro —apuntó El Nene—. También los había con forma humana en Gran Canaria, ¿te acuerdas, Isora?, se extrañó hasta El Nene de su silencio. Es que estoy pensando en mis cosas, se excusó. El Nene recordó el comentario de Santos sobre lo necesario que era el trabajo de los investigadores, su inmersión continua en un fondo oscuro de preguntas y respuestas, y se prometió escucharlos con más atención en la primera ocasión que tuviera.
—También creíamos en una vida después de la muerte, ¿verdad?, ¿a qué si no íbamos nosotros a estar tan amortajados si nuestros antepasados no lo creyeran? —Por fin se oyó la voz de Isora, preocupada por un tema tan alejado de sus deseos inmediatos.
—Seguramente sí, y por eso las familias importantes, con recursos, o que tenían unas creencias muy firmes encargaban la conservación de los cuerpos de sus familiares más allá de la muerte, como nos pasó a nosotros, Isora.
—Y como aconteció con mi hermano, aunque el tiempo lo trató peor que a nosotros.
—Pero, ¿qué dices?, ¿qué le pasó a tu hermano? Nunca nos has hablado de él. —Se interesó Santos y todos los demás a continuación—. Estás muy seria y queremos ayudarte, si nos cuentas lo que te pasa quizás podamos hacerlo.
—La verdad es que sí necesito ayuda, sobre todo de El Nene, porque mis recuerdos son fragmentarios. Con mucho esfuerzo he recordado que mi hermano murió cuando yo era muy pequeña, lo mataron, lloraba siempre mi madre, con un dardo de madera en una noche de tormenta, y poco más lograba hilvanar la pobre antes de regresar a su silencio. Al pasar por la sala de las colecciones y ver aquella vértebra perforada, que daba dolor solo con mirarla, recordé esa historia. ¿Tú sabes algo más, Nene?, inquirió casi en una súplica.
El Nene elevó los ojos al cielo porque en su casa y en tantas otras de la zona sí conocían la historia de la muerte del hijo de la casa grande y a él mismo le dolió cuando unió todos los retales.
—Tuvo mala suerte, Isora, lo mataron por la espalda y no pudo defenderse.
—¿Tú crees que fue una víctima, que la muerte se llevó a un inocente?
Aquí ya intervino Santos, no fuera a ser que El Nene no aguantase. —La muerte siempre se lleva a inocentes si hay un sincero arrepentimiento por sus malos actos. Y seguro que él lo hizo, en el caso de que hubiera cometido alguno.
—¿Y si no pudo hacerlo? ¿Si no tuvo tiempo?
—Pues seguro que tus padres intercedieron por él, con tanto amor y esperanza que tuvo el mismo valor que si lo hubiera efectuado él mismo. Quédate tranquila. —La consoló Santos.
—¿Por qué su cuerpo no se conservó?, ¿por qué no mereció un lugar de descanso al abandonar esta vida?
—Tú sabes cómo se destrozaron muchas de las cuevas de sepultura, los salteadores entraban, revolvían y se llevaban lo que les parecía más valioso, sin un criterio definido, de la mano la codicia y la ignorancia, y los cuerpos conservados eran el botín más ansiado, el que se vendía mejor. Por desgracia, eso fue lo que pasó en la cueva funeraria de tu hermano. Pero ahora que tú has recordado su historia, va a poder ocupar en el Museo el lugar que no tenía, en el módulo funerario, junto a nosotros, a tu lado.
Todos guardaron un respetuoso silencio, las palabras de Santos habían tenido un efecto balsámico, y desearon por un instante que así se hubieran desarrollado los acontecimientos.
Se acercaba el momento de regresar de nuevo a su habitáculo, pero esta vez para poner fin a este paseo que tan lejos los había llevado, y no solo en el sentido real del término. Este viaje había conseguido que aquel grupo inicial, deslavazado, se cohesionara, estableciera lazos de afecto, recuperara su identidad, trabajara en equipo, sintiera piedad por la tristeza ajena, supiera ponerse en la piel del otro. Habían recorrido tiempos y espacios, explorando con miedo y cautela un universo de contornos inciertos, pero el aprendizaje de vida había sido incalculable, el mayor tesoro jamás descubierto, y Santos, Andrés, Carlos, Tinita, El Nene e Isora, todos y cada uno guardarían en su corazón el orgullo por compartir ese tiempo de vida y memoria junto al privilegiado regalo de soñar lo que no fue y pudo ser.
Pronto amanecería y sería el 13 de mayo, la experiencia íntima y privada del Museo había llegado a su fin.
La despertó un sonido amargo, frío y lacerante, nacido de la garganta materna, fortaleza amasada con la pena, apartada la tristeza para cuando la soledad fuera su única compañera. Y le siguió un ruido tenue, tranquilo y manso. Lágrimas viejas de madre, de todas, de cualquiera; la presente, la venidera, la eterna, que solo se dobla por la noche, a solas, cuando la pena y ella se funden en una mancha negra.
Vio su cara, de dolor cubierta, con ella entre los brazos, hablándole dulce como cuando era pequeña. Estaba erguida, con su dolor a cuestas, pero ahora era la madre serena que con su canto velaba el sueño plácido de su princesa.
No te asustes, niña, de la tormenta,
que la luz del día borrará sus huellas.Epílogo
Fuera, acabado el confinamiento, la primavera poderosa se había enseñoreado de los espacios deshabitados, huérfanos de la presencia humana durante el reinado de la alarma y el confinamiento. Mes y medio de perfumes florales, de sonidos olvidados, de imágenes insólitas en el espacio urbano, de rutinas detenidas, de rostros enmascarados y distanciados tras los mostradores y las vitrinas.
El paulatino avance hacia el verano, hacia la llamada nueva normalidad, se movía lentamente, con cautela, dejando atrás la desolación de las muertes diarias y dibujando un paisaje inédito, desconocidos muchos de sus perfiles, cuyo retrato definitivo se completaría a lo largo del año, entre la efervescencia de lo ya vivido y lo que quedaba por recorrer. Aforos, terrazas, distancias… estuvieron presentes en esa etapa.
Llegó 2021 con la esperanza puesta en las vacunas y en sus efectos benéficos, pero la pandemia se resiste y como aquellos invitados de los que es difícil desprenderse, promete una estancia larga, con impredecible fecha de caducidad.
Y aquí continuamos. Embarcados ya en el año 2022, recorriendo el alfabeto griego con sucesivas variantes de la infección y con la alternancia de olas de tristeza y de búsqueda incansable de la normalidad. Todo cabe en este tiempo nuevo: generosidad, egoísmo, mezquindad, cinismo…; las reacciones que se alojan en el alma de los mortales son innumerables y muchas de ellas previsibles en épocas de temor, sin embargo, también es el momento de los seres corrientes, de la excelencia de los comportamientos anónimos, que proporcionan un destello de luz y de esperanza a sus atribulados conciudadanos. En ellos, en su buen hacer, en su piedad, en su acompañamiento, se reconoce la dignidad y la gracia con que la Providencia, o quien corresponda, toca a algunas personas y las sitúa muy por encima de las alojadas en un olimpo permanente.
Aclaraciones y agradecimientos
Al poner en pie a las momias del Museo y convertirlas en personajes literarios, han recuperado su condición de seres humanos, plenos de derechos y libertades, que usan en el texto para exponer ideas, opinar, argumentar, tomar decisiones; es decir, desarrollan las mejores capacidades humanas. En cambio, en el transcurso de la tragedia paralela aparecen los aspectos más negativos de nuestra especie, su capacidad destructiva, transversal e inmisericorde: mentir, engañar, robar, agredir, matar y asesinar.
En el relato hay una mezcla de realidad y ficción a partes desiguales. La información referida a las salas del Museo es veraz y se ajusta a la realidad, si bien los personajes han establecido relaciones de parentesco y de amistad, como han querido y yo misma, por ejemplo, me he permitido convertir a El Nene en el adolescente que no llegó a ser. El resultado es una construcción real, salpicada con unas gotas de fantasía e imaginación para realzar el sabor. Las mayores licencias narrativas se concentran en la resolución del misterio ancestral.
Mi agradecimiento al director del Museo Arqueológico, Conrado Rodríguez-Maffiotte, por haber considerado de interés la difusión de este relato; a la ilustradora Miriam Cruz por iluminar el texto con sus lápices y pinturas, y a Carmen Benito, conservadora del Museo, por el rigor y meticulosidad con que revisó los textos y por ser la sugeridora del título definitivo, mejorando el ideado por mí, sin ninguna duda. Todas aquellas equivocaciones, inexactitudes, confusiones… que puedan hallarse en esta historia recaen solo en mí y espero que no obstaculicen la comprensión de las viejas voces en su recorrido por el Museo.
Ficha técnica de los personajes (Módulo: El mundo funerario, 2ª planta)
Andrés.- Varón, de 25-29 años, cubierto parcialmente con piel de cabra, con seis tiras que lo rodean. 1,69 m. de estatura. Barranco de San Andrés.
Isora.- Mujer, de 27-32 años. Envuelta con hasta seis capas de piel de cabra, algunas decoradas. Guía de Isora. Santos.- Varón, de más de 50 años, conserva vísceras. Padeció fibrosis pulmonar. Barranco de Santos.
La Argentinita y a veces Tinita.- Mujer, de 20-24 años, envuelta en piel de cerdo. Yacimiento incierto (¿Barranco de Badajoz, Erques?). 1,37 m. de estatura, padeció episodios de desnutrición. Repatriada desde Necochea (Argentina) en 2003.
El Nene.- Varón, de 7-8 años. Barranco del Infierno.
Carlos.- Varón, de 25-29 años, 1,73 m de estatura, origen incierto (¿Tacoronte, la Orotava?), piernas flexionadas contra los glúteos. Falleció por las complicaciones de una sinusitis frontal. Repatriado desde Necochea (Argentina) en 2003.