La jornada había terminado y tocaba volver al módulo para el necesario descanso, no convenía agotarse antes de tiempo pues quedaban más días y más salas por explorar.
Pero la catarata de preguntas de Isora apenas tardó unos segundos en manifestarse:
—¡Qué islas tan diversas!, y yo que pensaba que como Tenerife ninguna. La cerámica palmera, espectacular, y los grabados de Fuerteventura, muy originales y las inscripciones de El Hierro, una gran incógnita, ahora siento no haberme interesado por aprender a escribir y, ¿qué me dicen de Gran Canaria?, otro nivel, otro nivel; mira que siento decirlo, pero con sus cerámicas, sus pintaderas, su agricultura excedentaria, sus poblados, ¡madre mía!, años luz por delante de todas. Entonces, cada isla formaba un universo propio, con sus recursos y sus formas de vida y eso sería porque había pocos contactos entre ellas, ¿verdad?; a lo mejor sus habitantes eran de distintos orígenes, pero del norte de África, seguro; ¿de verdad no se relacionaban estando tan cerca? ¿y cómo vinieron?; ¿los trajeron o llegaron por su cuenta?; lo cierto es que cerca, cerca no estamos, pero tan lejos tampoco. ¡¡¡Qué de dudas tengo y qué curiosidad!!!
Santos y todos los demás se quedaron atónitos ante la cascada inagotable de preguntas que Isora lanzaba sin parar.
—No hay respuestas para todas esas preguntas —se apresuró Santos a replicar para detener el ímpetu ascendente de Isora—, en el Museo están investigando para encontrarlas porque ellos también se las hacen, pero no es fácil resolver todas las dudas y en el camino van surgiendo otras y otras más. Ten paciencia que en la primera planta aclararemos algunas y eso sí, disfruta con lo que has aprendido a ser posible en silencio para que todos podamos descansar, que mañana será otro día, ¿te parece?
A regañadientes y solo porque también ella se notaba agotada, accedió a la petición de Santos. Carlos todavía no podía cerrar la boca del asombro que le había producido la vehemencia de Isora, ¡vaya con la princesita del sur!, no lograba asimilar que estuviera interesada en algo más allá de su propia persona y circunstancias. A ver si el confinamiento les iba a sentar mejor de lo que pensaban.
Andrés también estaba derrotado; la búsqueda del tesoro no avanzaba y tenía serias dudas sobre su existencia. El entusiasmo de Isora no le impresionaba, esa chica no está bien, seguro que mañana quiere volver a ser la estrella del escenario y olvida lo que ha aprendido. Nunca necesitó pensar en su familia, ni colaborar en su bienestar, ni ayudarse en las desgracias; para ella sobrevivir era un derecho, no la ilusión para levantarse cada día.
Una vez que expulsó toda la ira acumulada, se detuvo a considerar por qué había convertido a Isora en su blanco preferido. Ella personificaba el bienestar que a él siempre le había faltado, eso era cierto, pero sin conocerla lo suficiente estaba prejuzgando su comportamiento y eso no estaba bien, se repetía, nada bien. Su actitud hacia ella debía cambiar, aunque a veces, no podía dejar de reconocerlo, le hartaban su vanidad y su puntito de soberbia. Menos mal que Santos lo entendía y una mirada suya bastaba para tranquilizarlo y frenar su impulso agresivo.
Andrés durmió agitado pensando en el tesoro y en los sentimientos que había despertado Isora. Durante mucho tiempo había sido un niño pobre y esa experiencia había marcado su carácter, no le gustaba perder el tiempo en tonterías; alimentos, agua y un techo para cobijarse habían sido sus objetivos para sobrevivir. Cuando estaban asegurados, todo lo demás que le pasara le parecía natural y propio de la existencia; donde otros veían desgracias él veía la vida en estado puro, con sus oportunidades y sus emboscadas y no entendía la enumeración de terribles desgracias que otros exhibían como si de un parte diario se tratara.
Por eso sus simpatías iban hacia La Argentinita, aunque esta ni lo viera, tan obsesionada estaba con Carlos, un bon vivant donde los hubiera, con su 1,73 de estatura y su musgo exclusivísimo, aunque su procedencia —(¿La Orotava?, ¿Tacoronte?)— era tan incierta como la de ella.
Al pensar en Carlos y en su dichoso material antiséptico, recordó que Santos alguna vez le había hablado de los cuerpos que estaban fuera del Museo; tendría que volver a preguntarle por ese tema.
No me gustó en cuanto lo vi. Joven, atractivo, hablando con desenvoltura ante unas personas que no conocía, desgranando una historia de pérdidas familiares y de deseos de encontrar un nuevo hogar, una nueva vida. ¡Pero qué cuentos eran esos!, seguro que se había escapado huyendo porque había cometido algún robo o un delito aún mayor. ¿Cómo si no iba a llegar como lo hizo?, sin pertenencias, sin ninguna provisión y sin dar su nombre para que no lo investigáramos. No me gustó, no me gustó y lo dije, lo dije y hasta mi padre me regañó por tanta hostilidad, ¿desde cuándo somos nosotros así?, ¿desde cuándo no ayudamos a quien viene en son de paz? No me hicieron caso y así nos fue.
Teresa Pulido Mañes, voluntaria del MUNA
Silencios rotos
El 14 de marzo de 2020 se detuvieron muchos pasos, muchas vidas quedaron congeladas y otras se perdieron irremisiblemente. Todo cambió en el MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología de Tenerife que, como tantos otros museos, apagó sus luces y cerró sus puertas, dando paso al silencio y la incertidumbre.
En su interior, los personajes que habitan tras los cristales de las salas expositivas decidieron situarse al otro lado, rompiendo el silencio, para contarnos su propia historia. De esta forma, nuestros protagonistas comparten sus destinos e inician un camino identitario hacia la recuperación de la memoria que les llevará también a la resolución de un antiguo misterio.
Esta narración, en trece entregas, pretende ser una ventana alternativa por la que los visitantes se adentren y sientan la vida que late entre las paredes del Museo, lejana en el tiempo, pero cercana por los sentimientos que provocan los ecos y los pasos de sus inquietos habitantes.