Para entender el paisaje hay que tratar de integrarse en él, identificando sus componentes, asumiendo sus valores para poder interpretarlo.
Es necesario partir desde su génesis, evolución, asentamiento, la aportación de los elementos naturales...
... sin olvidar - y ello no es menos importante- la huella del hombre que ha evolucionado a lo largo del tiempo junto a él.
No podemos interpretar el paisaje de la isla, ignorando la huella del isleño. Así como tampoco podemos ignorar la piel de la isla, donde están todas las claves para una interpretación adecuada, sea cual sea la intervención que se pretenda hacer.
Facundo Fierro
El proyecto que presenta Fierro (Las Palmas de Gran Canaria, 1938), tras más de una década sin exponer en Tenerife, supone la oportunidad de contemplar en el MUNA la reciente obra de este trascendental e incondicional ‘isleño’”. De familia palmera y criado en Tenerife, Fierro ha desarrollado en Europa más de la mitad de su trayectoria vital, pero sin perder ni su cándido acento insular ni su estrecho vínculo con la descomunal potencia del paisaje de las Islas.
Avalado por su intensa actividad como pintor, grabador y escultor, con una extensa proyección en la arquitectura, el paisajismo y el urbanismo, Fierro presenta en «Piel de la isla» esos vínculos indisociables entre el origen volcánico insular, su resiliente biota y la particular idiosincrasia isleña.
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Con piel de la isla, el artista Facundo Fierro escudriña emocionado el paisaje insular, usando un lenguaje que él maneja de forma magistral: el pincel. Ahora, abandona lejanas tierras del septentrión europeo, con improntas sacras escondidas en rincones de cálidos hogares, y vuelve su mirada con una curiosidad inusitada hacia aquellos lugares abruptos, escarpados y, hasta empecinados, de la vida de la gente, de los suyos. Recuerda, recorre despacio y luego plasma, con delicadeza, los barrancos (de pieles arrugadas y añosas) por donde han transcurrido, a través de los surcos de los años, las vivencias personales del isleño, en viaje constante hacia una costa de senectud, destino final de todas las amarguras y alegrías que la vida nos proporciona.
Facundo Fierro lleva a su obra la imagen de las laderas canarias, aquellas que conoció de niño, transitó de joven y admira ya maduro y sosegado. No están lejos, como en otras ocasiones, allá en Flandes, sino cerca y le resultan muy personales. Es esta, por tanto, una obra pletórica de geografía y fisonomía singular, con matices de flora y fauna enmascarada, casi oculta, en líneas y colores, siendo joya exclusiva que quisiera resguardarse obsesivamente de ajenos, pues no se encuentra en otro enclave. Y cuando, con el paso de los años, se da cuenta que ese paisaje no es el mismo, se detiene –sigiloso– en una roca enhiesta, un saliente inesperado y agreste o en un ahondamiento profundo, como poro angosto que exhala, en medio de la calidez de una tierra, de una dermis fecunda, el sudor de aquellos años en que tanto trabajaron sus ancestros, para labrarse un futuro de bienestar atlántico. Y presuroso, recoge con avidez las aguas que surgen de manera imprevista, en horas vespertinas de ciertos días nostálgicos, desde la cumbre de ojos lacrimosos, envejecidos, cansinos de observar tantas vivencias, para canalizarlas como si de emocionadas lágrimas se tratara y encauzarlas por caminos que le fueron familiares. Son los contrastes cromados de la tierra, el ambiente costero y de cumbre, con alturas siempre arropadas por el viento, fresco y humectante, de tantas tardes de estíos casi otoños.
Y en los últimos meses ha soñado, con melancólico sentimiento, la verde tierra que la lava del volcán palmero tapó –bruscamente– bajo una costra inerte de encendidos recuerdos. Nada volverá a ser igual en ese valle hermoso y tan querido, en esa piel que –de manera agresiva– fue lacerada, marcada vilmente, por un coloso arrogante de fuego y ruidos que, aunque esperado, llegó de repente, arrancando querencias y pertenencias de aquellos y aquellas que habían hecho suyo aquel humilde entorno (fértil y generoso) casi a los pies de la imponente Cumbre Vieja.
Pero se levanta el artista, reflexiona y… tras momentos muy duros de pesar colectivo, vuelve a agarrar con tesón sus pinceles ilusionado, comprendiendo que la tierra será tratada de nuevo con ternura y se irá modificando y, mimada por la gente y la biota, intentará esbozar una hermosa y tímida sonrisa desde su cicatriz dolosa en doliente paisaje neonato, aquel nacido tras un parto difícil de dolor estertóreo con todas las Islas en vilo y hermanadas, para transformarse finalmente en la joven piel, al descubierto, de gente de bondad que tanta es…
Dra. Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife
El Confinamiento, me obliga a intentar reinventar el modo de exponer las obras. De buscar una nueva forma de comunicación, de diálogo, pues eso es para mí cada vez que me expongo públicamente. Necesitas alguien con quien dialogar. Y esta es hoy mi intimidad: El arte de la pintura, actualmente lo siento diluido, confuso... como si fuera perdiendo el sentido. Cada vez lo siento más alterado por las nuevas técnicas e infinitas alternativas plásticas. Soy consciente de que las posibilidades que se nos brindan a los creativos desde la informática, la realidad virtual, la variedad ilimitada de modos de expresión plástica, cada día nos sorprende más y más. Yo mismo hace unos años, me sentí enganchado, deslumbrado por la amplitud de esas posibilidades en constante crecimiento, incluso llegué a dudar si el pincel, la paleta, el lienzo o el papel... servirían como elementos y soporte de la creación plástica. Pensaba que, si Velázquez o Picasso viviesen hoy, seguramente se habrían sumado a todo ese mundo deslumbrante, casi infinito de posibilidades, desechando la paleta.
Visito Arco o las más acreditadas galerías de la capital y lo que domina son las instalaciones, las llamadas performances, proyecciones o infinidad de variantes de expresión creativa materializadas virtualmente o en técnicas experimentales. Muy interesantes y algunas de gran calidad artística. Otras dejan que sea el espectador quien las interprete y desarrolle… ¿Eso es Arte? Por supuesto que sí y en muchos casos, grande e innovador. Pero para mí, no lo siento pintura.
Y conozco algunos pintores, con grandes posibilidades... que hace tiempo ignoran el pincel como medio de expresión plástica.
El arte de la pintura es algo innato. Hay pocas otras actividades humanas que le superen en antigüedad.
El artista que perfiló los bisontes en las cuevas de Altamira, no se formó en ninguna escuela de arte y sin embargo la fidelidad del diseño es insuperable. Hace miles de años, antes de la Grecia clásica, ya existían testimonios escultóricos donde la anatomía, las formas, las proporciones y movimientos se plasmaban con total perfección.
He dicho muchas veces, que la pintura o la escultura, no han progresado a lo largo de los siglos, salvo por las técnicas y materiales, lógicamente. Hace miles de años que artistas similares a Velázquez, Leonardo o Miguel Ángel, nos dejaron su testimonio. (Leonardo y Miguel Ángel se proyectaron copiándolos en el llamado Renacimiento).
El artista plástico nace. Igual que siempre fue, desde el principio de los tiempos humanos. Hoy, se puede estudiar Bellas Artes y doctorarse, pero ello no garantiza que se sea artista.
Y yo ahora más que nunca, limpio mis pinceles día a día. Dialogo con mi siempre vigente Velázquez, o con Picasso, Vermeer... o el amigo Antonio López y mancho, pincelada a pincelada, la virginidad del soporte, sea lienzo o papel. Y cada día improviso, o aprendo un nuevo modo, inventando mi vanguardia día a día.
Porque pintar es mi modo de respirar, de vivir.
Facundo Fierro