MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología. Salón de Actos del MUNA.
28 de septiembre de 2023
Últimamente he estado reflexionando sobre las múltiples posibilidades de diálogo entre culturas, desde la idea de Nación hasta la de Criollización. Me centré en el análisis histórico de la relación entre las distintas culturas y, por tanto, entre los individuos. Y, por lo que pude percibir, cada época tuvo que encontrar sus propios diálogos, a medida que los encuentros iban provocando encontronazos. En todos esos momentos, la sociedad siempre fue más veloz que sus instituciones y que la mente de algunos de sus integrantes, individuos, provocando a menudo que el diálogo llegase un poco tarde, a veces demasiado tarde. Diálogo y Sostenibilidad son dos conceptos que expresan voluntades y deseos, dos necesidades básicas de las sociedades modernas. Pues a la inversa, o al contrario, lo que puede haber es monólogo e insostenibilidad.
Sabemos de la ineficacia y de la insostenibilidad del monólogo para amainar conflictos derivados del encuentro entre culturas. Los monólogos favorecen discursos de superioridad, intentos de imponer una visión del mundo, o relaciones verticales, propias de un tiempo pasado, de una época en la que unos hablan y otros escuchan.
La historia nos muestra que hubo un tiempo en que, exceptuando casos científicos o de aventureros, el contacto era siempre iniciado por quien llegaba a dominar, como ocurrió con la saga colonial del siglo XV. Una cultura dominaba a otra, establecía las jerarquías en la relación de los individuos con el Poder, y cualquier reclamación o manifestación fuera del canon era castigada. Hay registros de una larga historia de silenciamientos en aquella época de monarquías absolutas o Estados totalitarios. Entonces no se hablaba de diálogos interculturales, porque la cultura era la que se quería imponer. El resto era una manifestación permitida. Los diálogos eran entre Estados, potencias o naciones, con el fin de evitar guerras, fomentar comercios o divisiones territoriales. El individuo debía aceptar el estatus que se le asignaba o, en todo caso, hacer un esfuerzo por ascender en la jerarquía social e integrarse a la cultura del poder, como el caso de la ascensión a la condición de Asimilado. Era el tiempo del Otro desconocido. No había ninguna intención de conocer profundamente al Otro. Cada uno creaba una narrativa sobre el Otro, y esta percepción era enseñada, repetida e inculcada hasta que el Otro pensó que era exactamente la visión que le habían dado de sí mismo. La cultura y la historia del Otro fueron pensadas y producidas por la cultura que detentaba el poder.