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El biólogo Marc Martín Solá entrega al centro museístico el animal encontrado en aguas del sur de la isla
El museo custodia otro ejemplar de pez abisal desde el año 2017
El Museo de Naturaleza y Arqueología (MUNA), perteneciente al Cabildo de Tenerife, recibe la donación del pez diablo negro capturado recientemente en aguas de Tenerife el pasado 26 de enero. El biólogo y colaborador Marc Martín Solá ha sido el encargado de ceder este ejemplar capturado en aguas de la isla, cerca de la superficie del mar, a un kilómetro de la desembocadura del Barranco de Erques, entre los municipios de Adeje y Guía de Isora. Una vez depositado en el Museo, se procedió a su identificación mediante claves taxonómicas especializadas en ictiofauna abisal, y se confirmó que el espécimen en cuestión pertenece a la especie Melanocetus johnsonii, conocido comúnmente con el nombre de diablo negro.
Museos de Tenerife agradece a Marc Martín que haya donado este ejemplar tan poco común en la fauna marina y que enriquecerá las colecciones del centro. Este descubrimiento ha atraído la mirada de muchas personas más allá de nuestras fronteras, lo que supone una oportunidad única para destacar y visibilizar el trabajo de conservación que el museo y sus trabajadores realizan a diario. Una nueva oportunidad para fortalecer nuestras colecciones y seguir descubriendo los muchos secretos del mar que nos quedan por descubrir.
El conservador de Biología Marina del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife, Alejandro de Vera Hernández, señala que se trata de una especie ya conocida en Canarias desde hace varias décadas. Su nombre científico hace referencia a las palabras griegas «melanos» -negro- y «keto» −monstruo marino mitológico−, estando dedicado su calificativo de especie −johnsonii− al naturalista británico James Yate Johnson (1820–1900), entusiasta de la botánica terrestre y de la biología marina que, en 1851, se estableció en Madeira durante el resto de su vida, y que recolectó el primer ejemplar conocido de este pez.
Es un habitante de las zonas mesopelágica, batial y abisal, ambientes en los que reinan la oscuridad total, las bajas temperaturas (4ºC-10ºC) y la carencia de producción biológica que asegure una disponibilidad constante de alimento.
En este hábitat tan amplio y hostil para la vida animal, los organismos dependen del alimento que procede del movimiento vertical de seres vivos, o bien por hundimiento de restos orgánicos, desde las zonas superiores, transporte conocido vulgarmente como «maná oceánico». De esta forma, los peces abisales han desarrollado ciertas adaptaciones evolutivas que les permite explotar con eficiencia los recursos disponibles. Estas incluyen bocas grandes con dientes afilados y curvados hacia dentro, capaces de ingerir presas de un tamaño superior al del propio pez; estómagos que se pueden dilatar enormemente para digerir las capturas; estructuras procedentes de radios de la aleta dorsal modificadas a modo de caña de pescar para atraer, mediante un señuelo luminoso, a las potenciales presas; o un modo de reproducción que asegure la presencia permanente del macho, generalmente de un tamaño mucho más pequeño que la hembra y anclada a ella mediante un complejo sistema de mordida gracias a su poderosa dentadura.
En definitiva, es una criatura conocida por la comunidad científica, pero, como ocurre con una gran parte del mundo pelágico, desconocida para la sociedad. En cualquier caso, se trata de una especie fascinante y encantadora, que como ya apunta el conocido refrán: no es el diablo tan feo como pintado lo vemos.
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Información adicional
Existe otro caso conocido de avistamiento en superficie de un pez abisal que también se custodia en el Museo de Ciencias Naturales de Tenerife. En la mañana del 22 de febrero de 2017, Sergio David Hernández Herrera desarrolla su jornada laboral a bordo del catamarán BONADEA II −dedicado al sector turístico de avistamiento de cetáceos en el sector oeste de la isla de Tenerife y con sede en Puerto Colón (Playa de Las Américas)−, cuando descubre una mancha oscura en la superficie del mar. Al acercarse se percata de que se trata de un organismo de apariencia extraña. El pez, ya muerto, flotaba en posición invertida, con el vientre fuera del agua y visiblemente dilatado. En el interior de su estómago se movía algo, aún vivo.
Tras efectuar la donación de su descubrimiento al museo, se pudo identificar con colegas ictiólogos, colaboradores habituales del centro, que se trataba de un ejemplar de pez abisal, concretamente un pez linterna cornudo (Oneirodes eschrichtii), una hembra de 21 cm de longitud que en el interior de su estómago portaba una merluza de hondura (Trachonurus sulcatus) de 36 cm de largo, considerablemente mayor que su depredador. Nunca se supo el motivo exacto de su muerte ni de su presencia en este hábitat tan alejado, pero, atendiendo a su desmedida voracidad, todo apunta a que sufrió una terrible indigestión abisal.