La tranquilidad que trasmite nuestro planeta cuando es observado desde el espacio nos impide apreciar el gran dinamismo que lo caracteriza. La Tierra está en movimiento, y son las corrientes de agua que circulan en los grandes mares y océanos uno de los fenómenos más importantes, ya que determinan el clima y la distribución de los seres vivos a lo largo de la historia planetaria.
En el océano Atlántico norte es la corriente del Golfo la encargada de mantener en estrecha relación a Europa y África con el continente americano en el hemisferio norte. Pero no solo transporta agua; los numerosos organismos flotadores, incapaces de nadar para contrarrestar el movimiento oceánico, se dejan arrastrar por las corrientes marinas, convirtiéndose en viajeros trasatlánticos. Algunos forman parte durante toda su existencia de este medio en perpetuo movimiento; otros cuya vida de adulto transcurrirá en el sosegado fondo marino, solo se suben al tren de las corrientes aprovechando la juventud que atesoran durante su etapa juvenil para buscar un futuro domicilio lejos de sus progenitores.
Gracias a estas autopistas oceánicas, numerosas especies habitan en ambos lados del Atlántico, lo que permite a lugares tan distantes como México y Canarias compartir parte de su flora y fauna marina.
Alejandro de Vera es biólogo marino del Museo de la Naturaleza y el Hombre.