Despacio y con manos temblorosas abrió el envío que esperaba desde hacía meses. Una vez abierto, sabía que le dolería mucho si erraba en la identificación y, además, como siempre (por orgullo) se enfadaría consigo mismo. Al terminar de leer los datos de la misiva, sonrió satisfecho: eran concluyentes y respiró una vez conocido el texto completo. En ese momento, apartó la vista del papel y reflexionó, recordando cuánto tiempo había pasado desde que se dedicara, con esmero, a aquello para lo que, sin duda, había nacido, que llenaba su vida. No era joven ya, se veía un anciano al que le costaba moverse, caminar con cuidado, en su paraíso particular, el enclave húmedo, ordenado y fértil, por el que tenía que transitar despacio, a fin de no dañar aquello que consideraba parte de su existencia, de su desarrollo intelectual. Miró a su alrededor, ante sus ojos se hallaba su proyecto de años, lo que anhelaba desde su etapa de estudioso de teología y filosofía, allá, en Lovaina, cuando joven e impetuoso gustaba recorrer Europa, en especial lugares curiosos del continente, desde aquellos más recónditos de España, aguerrida descubridora de nuevos mundos, al igual que Portugal; o Gran Bretaña (siempre al acecho de las rutas)…Incluso la Viena imperial, ciudad donde se ubicó tantos años, olvidado y estudiando en su habitáculo de verdor. En esos instantes vinieron a su mente añosas imágenes de su estancia en los Jardines Imperiales de la excelsa ciudad del Danubio, así como las innumerables epístolas que escribía a diario en alguno de los siete idiomas que dominaba, aunque para redactar siempre optaba por el latín con el que se expresaba con comodidad, lengua designaba para algunos de sus innumerables tratados, sobre todo, los de los años 1601 y 1605, que tal vez fueran sus preferidos.
Volvió a sonreír, congratulándose por la nueva, pues parecía por las notas escritas que el embajador, finalmente, le contestaba aceptando su propuesta. Temblando y aterido, cerró la gruesa ventana de la estancia con vehemencia, ya que por el momento su única preocupación era el frío intenso que, desde hacía bastante tiempo, dominaba en la región y comarcas colindantes arruinando las cosechas. De hecho, uno de sus corresponsales (una extraña mujer que decían actuaba de confidente) le había escrito desde la zona más septentrional del Continente, lo siguiente: “…este año, todo ha sucumbido al ataque del frío…”
No tenía prisa, esperaría ansioso a que llegara y la recibiría con todos los honores… ubicándola en lugar preferente… ¡qué ilusión!
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Autora: Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales; MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología