El Museo de Ciencias Naturales del MUNA presenta la tercera entrega de la nueva serie de contenidos digitales titulados «Ciencia encriptada:», donde por medio de relatos cortos se propondrán acertijos para el usuario de la web de Museos de Tenerife, y de sus redes sociales (Facebook y Twitter). Se partirá de un pequeño relato relacionado con la ciencia (anécdotas, descubrimientos...) en el que se insertarán una serie de pistas, que harán que los avezados lectores puedan encuentrar la solución. Posteriormente, unos días después, se resolverá el enigma.
Con nervios se encontraba por entonces, al igual que el vulgo, pues no en vano habían llegado nuevas (incluso desde ultramar) acerca de que su Gracia disponíase marchar de viaje en breve, y toda hora que se pudiera aprovechar para menester, era escasa en tal aventura. En la angosta buhardilla, se acicaló con calma, esa situación le pareciera lejana en aquesta zona del Imperio, adaptado como estaba a tránsitos desordenados de mente y vida al otro lado del Océano. Los dos hombres se conocían desde tiempo, uno había mitigado del otro las dolencias del cuerpo y -por qué no decirlo- a veces del alma, pero el más erudito temía la reacción del otro, cuando le mostrase una, sólo una de aquellas maravillas que –atrevido- se permitió llevar consigo en su angosto habitáculo, oculta en un baúl durante el tornaviaje, ahora que las fuerzas no le respondían, pues hallábase muy enfermo, diríase casi moribundo. Cómo pasaba la vida, cómo se había pasado la suya, se preguntó perturbado, recordando todo lo vivido en el esplendor de una naturaleza que le había sido regalado observar, de modo privilegiado, en tierras del más allá. Era el día de la audiencia y presto se pensaba presentar de esa guisa, es decir, llevando con un porteador (un mozo formado en asuntos de observación) la joya delicada que tan deseoso estaba de mostrar a su protector.
Miró a través de los amplios ventanales y observó la majestuosidad del monumento, cercano e imponente, recordando lo gélido que había sido el mes en que recibió la orden de partir, un 11 de enero lejano, y cómo en septiembre del mismo año ya estaba zarpando, emprendiendo angustiado la expedición, ignorando si algún día regresaba. También rememoró su escala en las Canarias, tierra de campos fecundos, tibieza matutina y gente tranquila, cuya flora le había resultado fascinante, tanto… que el poco tiempo disponible, durante la escala de abastecimiento, caminó en su maleza varios días, llevándose a escribir algunos folios de un tratado de identificación sobre un extraño vegetal que le había impresionado, en la confianza que nunca se perdiese.
Pero ahora, tras años de experiencias inolvidables (viejo y cansado), regresaba para rendir cuentas. Cuánto había agradecido la compaña de su hijo más amado, joven e inexperto, aunque cuidadoso hacia su persona y ágil ayudante cuando asuntos de ciencia así lo demandaban. Siete, siete años había pasado fuera y ahora se veía obligado a retornar desde aquel paraíso que había hecho su casa, cuando su cuerpo ya no respondía -como antaño- a trabajos, esfuerzos, búsquedas, experimentos, pesquisas, excursiones y aventuras. Lejos dejaba colaboradores, hospicios, andanzas, huertos…y un equipo estudioso (sobre todo de humildes lugareños) que bien había instruido en lontananza en el respeto de su sapiencia ancestral y lengua local y que, al despedirse, prometieron seguir su labor.
En un instante pensó, intrigado, cómo cautivaría el interés de su temido amigo y -además- si se sería oportuno entregarle, junto con los últimos informes, especímenes y láminas, la favorita de su valiosa colección, con la esperanza de que, si no gustase de ella, la regalara, al menos, a alguna de sus hijas, inquietas adolescentes muy curiosas por asuntos del saber. Entonces, se volvió presuroso y la cogió con cuidado, dispuesto a mostrarla sólo en la intimidad, sin que nadie la viera, no fuera que otros tomen relación de lo visto, usaren lengua y malos modos y relatasen a terceros aquello que con tanto celo había guardado en situaciones difíciles, pues se contaba -por los alrededores- que toda maravilla era requerida con pasión y obtenida sin contemplación, ni ruegos, de sus dueños, en el enclave venerado, en especial si eran obras de un tal Llull que, por entonces, hacían furor entre los más avezados. La tomó entre sus manos y con delicadeza, para no derramar la tierra que la recubría y donde ella descansaba erguida, la envolvió para su protector…que le esperaba sentado adusto -como era habitual en él- en el sillón más preciado de su gabinete, descansando las piernas en su escabel preferido, su mano derecha enferma de dolencia añosa apoyada en almohadón de seda y arropado por toda suerte de leales, curiosos y curiosidades del mundo conocido.
¿Quiénes eran esos misteriosos caballeros?
¿Qué valioso presente trajo uno de los dos desde tierras lejanas?
¿Por qué uno de ellos tenía temor del encuentro entre ambos?
¿A qué expedición hace alusión el escrito?
¿Por qué se menciona a las islas Canarias?
¿Qué libro de Canarias se menciona en el texto?
¿Qué tipo de flora canaria cautivó al personaje?