Hacía mucho calor en Panamá, mucho, al menos eso comentan los cronistas, aquellos que nos hablan de una entrega misteriosa, cuando se la recomendaron fervientemente y él, Alguacil Mayor de la región, taimado y algo ambicioso, pensó cuánto le agradaría al Rey tenerla en su poder. Luego viajó con ella hasta Sevilla (allá por el XVI), y en la tierra que huele a jazmines y jacarandas, la ofrece como dádiva al Prudente, así se ha llamado a Felipe II, que acaba siendo poseedor de la joya más enigmática de todos los tiempos. Sí, La Peregrina, una de las perlas más bellas encontradas, de un oriente, lustre y pureza únicos. Errante a través del tiempo y de los avatares del mismo, ha sido plasmada en la pintura, recordemos los cuadros de Margarita de Austria, Isabel de Borbón, Mª Luisa de Orleans o Mª Luisa de Parma, entre otros muchos, la mayoría actualmente en el Prado; reinas que la han lucido majestuosas, apoyada en sus regios pechos cubiertos de brocados y muchas veces engarzada tímidamente junto al llamado Estanque –uno de los diamantes también enigmáticos- que poseyó en su día la monarquía española.
Allá por 1808, El Intruso, José I, la usurpa y la lleva a Francia. Allí junto al mentado Estanque, la ofrece a su consorte Julia Clary como presente y botín de guerra. Años más tarde, la Perla llega a manos de Hortensia de Holanda (su cuñada) que la regala a su hijo, el futuro Napoleón III. Éste, con graves apuros económicos, la vende finalmente a la familia Abercorn, de donde parte con el devenir de los años hasta terminar en la Casa R.G. Hennel & Sons (joyeros londinenses). Más tarde, el 27 de febrero de 1969 la galería Parke Bernet de Nueva York vende la pieza, adquiriéndola el actor Richard Burton para su esposa Liz, no sin antes pugnar en subasta con otras personas muy famosas (como el fallecido Alfonso de Borbón) que querían hacerse a toda costa con ella. Precisamente, en la cinta “Ana Bolena” una exquisita Taylor -haciendo de extra- la luce orgullosa, como muestra del interés personal por el ornato adquirido, película donde además su marido –Burton– interpreta al ínclito y cismático Enrique VIII.
Esta Perla, sin embargo, no ha estado exenta de controversias, cabe señalar la que suscitó el día de su venta y que dio lugar a un comunicado en el que la reina Victoria Eugenia de España, negaba la autenticidad de la misma, dado que según ella la poseía como parte de su joyero, obsequiada por su esposo con ocasión de su boda. Algunos expertos (Rayón & Sampedro, 2004) apuntan a que probablemente se trate de una confusión de la soberana, sobre todo a raíz de opiniones de familiares de la Casa Ansorena a quienes compraba habitualmente joyas Alfonso XIII (Rayón & Sampedro, op. cit) para su cónyuge y amistades…
Es sabido que las perlas han sido objetos deseados desde otrora. Ya Plinio el Viejo y Alfonso X El Sabio (entre otros) las mencionan en sus escritos y loan sus propiedades y sus virtudes, al igual que ocurre en los numerosos textos religiosos de diferentes culturas. Para los griegos eran lágrimas de ninfas o de la Luna; los egipcios las usaban con fines decorativos, los romanos las consideraban símbolo de riqueza y estatus. Además desde siempre se utilizaron (en polvo) como ingrediente en numerosas pócimas y ungüentos para remediar ciertos males, entre otros la tristeza.
Pero no hay que olvidar que son gemas orgánicas, yo las denomino las “intrusas más hermosas del mundo”, y se hallan formadas por nácar –aragonita-, sustancia que se genera en el interior de moluscos bivalvos (Mollusca, Bivalvia, Lamellibranchiata). Realmente, la perla es un crecimiento anómalo que se produce dentro del cuerpo del molusco, en concreto en el manto, cuando algo extraño se introduce, por lo general restos de un gusano o parásito. Como respuesta a la irritación que le ocasiona, el animal segrega sucesivas capas de nácar en torno al “intruso” hasta acabar envolviéndolo –encapsulándolo- y gestando una estructura “saco perlero” que luego originará una perla de belleza sin igual, proceso que dura unos 4-5 años de tiempo medio (solo en las naturales).
Hay que distinguir, sobre todo por su lustre (reflejo de su luz), lo que son perlas marinas (generadas por los géneros Pinctada y Pteria) de las de agua dulce (que se forman en el interior de mejillones –géneros Cristaria, Hyriopsis– habitantes de ríos y lagos), estas últimas ya conocidas en China antaño, al igual que en América -desde siglos pasados- donde, dada su sobreexplotación hasta el siglo XIX, ya no son tan abundantes. Las marinas son más lustrosas que las segundas, ya que no poseen el manganeso de los lechos que sí presentan las de río. Las especies perleras, Pinctada maxima, Pinctada margaritifera, Pinctada imbricata o Pteria sterna, todas moluscos bivalvos se distribuyen por el Golfo de California, Pérsico, Mar Rojo, Japón, India, Pacífico…Caribe. Antaño se sobrepescaban abusivamente, intentando seleccionar la que ocultaba la perla más bella, recordemos que de unas 100 sólo se elegía una, el resto se usaba en medicina u ornamentación (trajes, botones…). Por ello, en la actualidad se cultivan en granjas induciendo la creación de la perla, técnica desarrollada desde 1920 por M. Mikimoto en Japón, país que ha liderado el mercado mundial. El color de la perla depende del que posea la propia concha (dos valvas), color del fondo, iluminación, etc. Hay que tener en cuenta –además- que las perlas se valoran por el oriente (las irisaciones de color que proyecta), forma, lustre (brillo), tamaño…
La fascinación que han despertado -a lo largo de las civilizaciones- las han convertido en objeto de veneración y deseo; tanto que se comentaba que nacían de un rayo, que era gotas de rocío atrapadas en una concha o lágrimas de la Luna, en definitiva, un emblema de lo femenino y de la esencia de las mujeres…Decían, se dice, que la perla es… la vida.
“Soy la Peregrina” (inscripción que llevaba la Perla de Felipe II adosada en una banda)
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre.