Agora, en este momento de calma, donde aqueste sosiego place un instante mi alma, relato lo que aconteció aquella tarde en que su señoría hízome caer en sufrimiento, no solo a mi espíritu llevado por la angustia de perder lo que se vislumbraba como esperanza de mejora, también a mi doliente y cansino -por longevo- cuerpo. Recuerdo que no había transcurrido más de un mes del hallazgo que había proporcionado gozo a mi corazón cuando, casi sin darme cuenta y a pesar de que el ama de la casa en que vivía de un alquiler modesto me había advertido que cuidara tratos con susodicho caballero, llegóse el mismo a la hacienda en que yo -como he mentado- malvivía, ay… aún lo recuerdo, a lomos de una mula torda que, por sus andares, bien podría tener solo unos pocos años de briosos galopes. Después de platicar con denuedo –y convencerme- acerca de lo recomendable que sería tener negocios con él, el muy gallardo -con manera avispada- sacó de bolsillo y dióme escritura donde relacionaba que habría de entregarme papel de confianza como aval de pago, a cambio venderle el hallazgo que, enterado por casualidad o a través de espías de malas lenguas que tenía repartidos por doquier, sabía yo había encontrado. Y es que, he de contarles a vuestras mercedes que, hallándome recorriendo la abrupta orilla una mañana en que el viento casi me impedía abrir los ojos, camino a la hermosa playa de callaos donde recogía musgos, maderas y otros útiles que la mar arrojaba con virulencia y me servían de apoyo a vituallas, la brisa insistente me trajo efluvios de un extraño olor que advertí –jocoso- cambiaría el rumbo de mi vida. Rememoro la algarabía que me produjo saber del trueque posterior pues, a buen seguro (me dijo por lo bajo el enhiesto caballero más tarde), ya sería mi tediosa vida más soportable, incluso podría abrigar esperanzas de desposar con cierta muchacha lozana que -la muy galana- hartábase de sonreírme al verme pasar hacia la plaza de la recova, donde el que les habla ofrecía por módico precio frutos de un pequeño huerto en que cosechaba -desde hacía cinco años- algunos productos venidos de Indias. Bueno, cierto, lo confieso, más prendado había quedado yo de ella, de sus hechuras, la jornada en que marché, por la vereda que miraba al Teide, hacia la rada de la costa donde luego me dijeron tenía humilde hacienda la mentada.
Y hete aquí que hoy estoy, sin esperanza, abocado a pleitos con notariales por recuperar lo que fue mío y malvendí, o me engañaron, a sabiendas y en la confianza de este humilde servidor que el caballero habríame de pagar la cantidad acordada. Ay…dónde estarán los mil quinientos ducados que me harían ser igual a bachiller y no llevar vida onerosa junto a mi amada que, la muy ladina, enterada del entuerto y la ausencia de cuartos en futuro, prometióse con un factor de caña de buena planta -hay que reconocerlo- establecido cerca del puerto de Orotava, con el que pensó (me llegaron rumores que se jactaba de airear) tendría mejor porvenir… (en eso sí tenía razón).
En las islas Canarias, año del Señor de 1590
Epílogo.
Abraham Ortelius fue un geógrafo y cartógrafo flamenco, llamado el Ptolomeo del siglo XVI. Su obra más conocida es el Theatrum Orbis Terrarum, considerado el primer atlas moderno, cuya versión inicial contenía setenta mapas. Nombrado geógrafo de Felipe II en 1575, dicho cargo le permitió acceso a los conocimientos acumulados por los exploradores portugueses y españoles.
Precisamente en el mapa relativo a Islandia, que se halla incluido en el Atlas publicado por dicho autor en 1560, destaca una misteriosa letra “o” que representa lo que Ortelius define como sperma cetaceum, sive ambra vulgaris, hualambur, vulgo vocant, es decir, ámbar de ballena (wual) “…llamado por el vulgo hualambur”. Este reconocimiento iconográfico muestra la importancia que dicho material (producto de cetáceos) poseía en épocas pasadas.
Las piedras de ámbar (pellas de ámbar) son difíciles de diferenciar de callaos de playa en ocasiones. No obstante, los expertos indican que son “piedras olorosas” algo peculiares que emiten fragancias que los maestros perfumistas han definido como: ambarinas, almizcladas, calientes, animales, marinas y tabacosas…
Vomitadas por cachalotes (Physeter macrocephalus), estos mamíferos marinos las generan dentro de su tubo digestivo para protegerlo de las ingestas de cefalópodos, en especial de los picos que pueden dañar (irritar) las paredes estomacales. Una vez expulsadas y oxidadas en contacto con el aire, flotando en las aguas, llegan a través de las ondas marinas a las costas (playas, ensenadas) donde, recolectadas, se han utilizado desde antaño como fijador de perfumes en la industria cosmética, alcanzando un precio elevadísimo. La importancia de este material -casi de culto- en la antigüedad fue notable, utilizándose triturado en polvo para sazonar viandas, como amuleto contra la peste, aromatizante, integrante de ungüentos y pócimas o para ambientar los pesados ropajes de época…Los hallazgos costeros suponían encontrar un tesoro, siendo adquirido en especial por los monarcas y los aristócratas (los únicos que por entonces podían pagar cuantiosas sumas).
Canarias, por su posición geográfica atlántica dentro de las rutas de los mamíferos marinos, de estos gigantes oceánicos, ha sido lugar donde encallaban (ahora es menos frecuente) estas formaciones de tipo pétreo. De hecho son numerosas las crónicas, en especial del siglo XVI, alusivas a los pleitos y litigios que se organizaban entre los poseedores y los ansiosos compradores de estos objetos tan preciados y deseados, que en el mercado europeo alcanzaban cifras desorbitadas. Como anécdota señalar que en la biografía titulada Vida de Gonzalo Argote de Molina (Palma, 1973), extraño personaje vinculado con la historia del Archipiélago, dado que contrajo matrimonio con Dª Constanza de Herrera y Rojas, hija del primer marqués de Lanzarote, un caballero que llevóse casi toda su vida inmerso en querellas por ámbar, orchillas, libros, así como asuntos familiares de diversa índole, en especial con su suegro…, puede leerse algo acerca de la contienda que mantuvo en torno a una de estas pellas, hallada en una playa de las Islas, sobre la que no tenían (o sí, vaya usted a saber) muy claro quién era su propietario…
“…De San Cristóbal de la Laguna (el documento dice San Cristóbal de Tenerife), 27 de marzo de 1590; Juan de Vega vende a Argote de Molina, conde de Lanzarote, una pella de ámbar en 1.500 ducados, recibiendo 1.500 reales de contado, y el resto, en letras. Las Palmas, 27 de mayo de 1590; cédula de cambio, librada por Argote, a pagar por Diego Enríquez a Pedro de Tapia, y en su ausencia, a Juan Martínez de la Vega, ciento cincuenta ducados recibidos de Pedro Martínez de la Vega. Sevilla, 22-26 de Septiembre de 1590; el protesto de la anterior letra, por negarse Diego Enríquez a aceptar ni pagar. Las Palmas, 17 de diciembre de 1590; pleito seguido para el cobro de la letra; se dicta mandamiento embargando los 1.500 reales que tenía Juan de Vega, como señal de la venta de la pella de ámbar, quien se opone al embargo alegando que esos reales son suyos por incumplimiento del contrato por parte de Argote, y que además, éste tenía en el puerto de Santa Cruz casas y créditos a su favor…”
* Fátima Hernández Martín es directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife