El arduo interrogatorio al que había sido sometido duraba más de lo previsto. Según sus cálculos, casi cinco horas llevaba respondiendo a sus incisivas preguntas, a todas aquellas cuestiones que, sin solución de continuidad, lanzaban sin compasión mirándole fijamente a la cara. La mayoría de los asuntos eran tediosos, molestos, y para pensar qué respuesta daría, ganando tiempo, de vez en cuando se permitía la licencia de mirar con aire nostálgico la añosa lámpara que, a duras penas, iluminaba el recinto angosto al que -a petición del director- hacia sido conducido. A pesar de su empeño y después de tanto tiempo, aún no había podido concluir algún detalle, un dato concreto que aportara luz a lo que se estaba averiguando desde hacía varios días, con gran interés por parte del equipo especializado que se había designado para tal fin, algunos llegados -incluso- desde el extranjero. Sudoroso y cansado, observó a través del amplio ventanal de la estancia la foresta donde quizá ellas estarían ocultas, temerosas, lejos de todos. Contempló el hermoso paisaje a propósito, para que su mente obcecada se liberara de la angustia que suponía no poder demostrar nada que permitiera concretar el lugar exacto donde el suceso había tenido lugar e inesperadamente había cambiado su existencia.
A petición de un grupo de colegas, a los que conocía desde hacía más de veinte años, intentó recordar dónde las había observado por primera vez, el entorno en que había quedado cautivado por aquellas figuras alegres (nunca vistas antes) que se movían con un bullicio propio de la juventud que, a buen seguro, estarían aún disfrutando. Le pidieron que señalara el lugar hacia donde se encaminó para dar un paseo, no lejos de su casa, aquella mañana soleada en la que, preso de una apatía que le llevaba con frecuencia a divagar y buscar la soledad, se tropezó con ellas, sin querer, sin buscarlas. Y cómo había hecho una llamada urgente notificando su existencia, así como algunas fotos de cuerpo entero y perfil a las tres primeras del grupo, que alguien -en un descuido- le había robado intencionadamente de su mesa de despacho e impidió que dieran crédito a lo que –más tarde- relató extasiado. También rememoró cuando tuvo que frenar su caminar apresurado al darse cuenta que una de ellas se situaba a su lado, que podía casi tocarla con un ligero movimiento de su mano. Así se hallaba –ensimismado- volviéndolas a imaginar, cuando se percató que los responsables entraban en la estancia para emitir su veredicto, una decisión a la que él no podría oponerse. Con voz grave, el mayor de ellos, un hombre enjuto de aspecto cuidado y gafas vintage, se acercó y le dijo sin contemplaciones, de forma lacónica…”Nunca han existido…” y dando un giro casi al unísono, abandonaron la sala, dejándole solo…Entonces, él lanzó un grito de dolor y amargamente rompió a llorar. Tenía que encontrarlas, esa sería su misión, su único objetivo a partir de ahora…
Epílogo.– Los taxónomos, biólogos que trabajan describiendo y nominando organismos, cuando descubren novedades en ciencia, deben definir un holotipo, es decir, el primer ejemplar sobre el que se basa la descripción de un nuevo taxón nominal referido en la publicación original. Los holotipos y otras variantes (caso de paratipos, ejemplares idénticos acompañantes) se depositan en los museos de ciencias naturales para su custodia y conservación, y se les asigna un número de registro y etiquetado diferencial (especial) respecto a otro material, constituyendo colecciones tipos de referencia, frecuentemente consultadas. No obstante, en los últimos tiempos han habido voces reticentes respecto a la recolección de especímenes para taxonomía, como el conocido caso de Minteer et al. (2014) que la vinculan con la merma de especies, proponiendo otras vías de estudio (fotografías, vídeos o toma de muestras no letales). O el de Marshall & Evenhuis (2015) que –recientemente- han descrito una nueva especie de la familia Bombyliidae (Marleyimyia xylocopae) (grupo de moscas), teniendo como base únicamente imágenes fotográficas. Sin embargo, casi todos los expertos, caso de Krell & Wheeler (2014), opinan que describir una nueva especie sin depositar un holotipo (ejemplar de referencia en un museo) es una mala práctica, aunque siempre, como en todo, con algunas excepciones (ciertos vertebrados, determinados invertebrados pelágicos o dificultades extremas de recolección). De hecho, este tema se ha convertido en foco de discusión, siendo recogido en artículos de prestigiosas revistas especializadas (Dubois & Nemésio, 2007; Minteer et al., 2014; Krell & Wheeler, 2014; Löbl et al., 2016; Santos et al. 2016) (ver Cianferoni & Bertolozzi, 2016). Cierto es que algunos holotipos se pueden destruir (recuérdense los bombardeos durante la II Guerra Mundial, que afectaron a museos europeos u otro tipo de desastres), pero se reemplazan por neotipos (ejemplares de la serie tipo, según el artículo 75 del Código Internacional de Nomenclatura Zoológica).
Así, Cianferoni & Bartolozzi (2016) consideran (al igual que la mayoría de los investigadores) que designar una nueva especie basándose únicamente en fotografías acarreará serios y delicados problemas en el futuro. Otros como Amorim et al. (2016) son más tajantes –si cabe- y en su trabajo Timeless Standars for Species Delimitation, de manera crítica afirman…” describir una especie en base a fotografías de un ejemplar vivo, no solo limita la observación de caracteres, sino que se pierde información presente en los vouchers, caso de detalles de anatomía interna, por citar solo algunos de los innumerables inconvenientes…” Ninguna imagen, susceptible de ser erróneamente interpretada (Dubois & Nemésio, 2007), según Amorim et al. (op. cit.), incluso en 3-D, suministra datos tan precisos como un espécimen (testigo real), preservado adecuadamente -para la posteridad- en un museo. Gracias a esto puede ser consultado, estudiado, dibujado, fotografiado, comparado e incluso discutido si fuese el caso… bajo las normas e instrumentos de la institución correspondiente.
Según Rocha et al. (2014), el trabajo de Minteer et al. (2014) es una opinión aislada que ha sido debatida –y muy criticada- con claros argumentos por la casi totalidad de los autores. Y es que hay que enfatizar que los museos mantienen estrictos, respetuosos y correctos protocolos de actuación, tanto en recolección, como en tratamiento, mantenimiento, estudio y exhibición. Los argumentos de Minteer et al. (op. cit.), según los estudiosos, no están vinculados con factores que sí son responsables de la amenaza de especies: pérdida y degradación de hábitats, sobreexplotación de recursos, organismos invasores, desastres naturales, enfermedades, contaminantes, acción antrópica especial (por ejemplo introducción de especies foráneas). Los inventarios de biodiversidad constituyen información que se obtiene –especialmente- de colecciones de museos de todo el mundo. Conocimiento que, amplio en dimensiones espaciales y temporales, facilita determinar áreas de protección y desarrollar decisivos estudios sobre especies en peligro o amenazadas. Trabajos marcados por las máximas de conservación del medio y respeto por la fauna, flora y gea y, en estos asuntos, no lo olvidemos, los museos de ciencias naturales son los primeros interesados, no solo en velar, sino en actuar de forma ética…
Dra. Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife