El mundo de lo misterioso, lo críptico, desde antaño ha fascinado al hombre. La ciencia, además, se ha prestado, ha contribuido -en ocasiones- en hacer volar la imaginación, la mente humana y ha habido quien ha creído ver extrañas formas, criaturas aberrantes y desconocidas, en inventarios extraoficiales, en la profundidad del bosque, la superficie del agua o bien ocultas en la maleza, en el interior de junglas. Esto no es actual, hay que remontarse a tiempos previos a los primeros viajes de exploración, cuando se pensaba que seres, terroríficos y amenazantes, poblaban la llamada “Tierra ignota”.
Una concepción más racional del conocimiento, el rechazo hacia todo lo que no se podía comprobar científicamente, allá por los siglos XVI, XVII y XVIII, hizo que estos seres fueran desapareciendo –paulatinamente- del pensamiento humano, incluso de algunas de sus obras de arte, más tardíamente en el caso del océano, donde aún quedaron relegados fenómenos peculiares hasta bien avanzado el siglo XIX.
Gracias a la expedición Challenger (1872-1876), que duró unos cuatro años y aclaró algunos de los enigmas de las aguas marinas, se inicia la etapa en que la oceanografía empezó a desvelar -poco a poco- (aún no ha terminado) los misterios que encerraban las profundidades de los océanos, y también se terminaron algunos –no todos- monstruos de los mares. Pero siguen quedando vestigios, muchos, algunos impregnados de incoherencias, inocencias y hasta vehemencias, otros no tanto…Solo basta repasar algunos libros que se han publicado para darnos cuenta que ese mundo imaginario e irreal puede transformarse de la noche a la mañana en algo tangible o desaparecer para siempre de nuestras vidas, tras la huella de un experimento serio y riguroso.
Así, mientras se hablaba de extraños equinos pintados por la mano de un artista extravagante, un día se convirtieron en okapis; mujeres pisciformes e incluso otrora aladas, luego –con el tiempo- resultaron ser mamíferos sirénidos que pastaban, tranquilamente en grupos familiares cerca de estuarios, en aguas someras de Sudamérica o África; medusas gigantes -que las hay- aunque no tan perversas ni extensas en longitud como algunos suponen haber visto quizá después de días de monótona y soporífera navegación y embriagados por el vaivén rítmico de ondas oceánicas, susurrantes y constantes; serpientes marinas de certero veneno que afortunadamente no se distribuyen por todos los mares (de momento); unicornios que se transformaron en apacibles cetáceos, llamados narvales, perseguidos desde antaño para arrebatar cruelmente, a los machos, su único diente de marfil, aquel que antaño creyóse fuese el de un enigmático y mítico ser provisto de dones mágicos y amigo entusiasta de tímidas y dulces doncellas incautas; feroces dragones de fauces incendiarias, difícilmente vencidos por gallardos caballeros de angostas armaduras, resultaron nada…¿quizá lagartos de talla desorbitada?; ballenas de luna, de nombre beluga, cuyo único delito fue carecer de pigmento, nacer blancas, níveas, en clara rebeldía, con el objetivo de pasar desapercibidas frente a sus enemigos, allá en la tranquilidad de mares fríos en lejanía; aguas sanguinolentas que provocaban pavor entre rudos marinos y posteriormente se confirmó manaban de millones de vegetales microscópicos, diminutos, pequeños, reaccionarios aguerridos ante fenómenos adversos; dolencias de los mares a modo de gelatina deliciosa, que algunos navegantes llegaron a saborear ansiosos, casi desesperados, después de numerosos días de agónicas y lentas travesías, buscando mitigar su hambre y tal vez algún malestar extraño, sin temor a enfermar de mayor gravedad; calamares colosales que escritores talentosos llevaron a la cumbre de la universalidad; Leviatanes, antaño malignos y traicioneros, hoy amigables y tiernos nómadas, recorriendo delicadamente los largos caminos del azul inmenso del Planeta…Todo no era tan irreal, pero tampoco podemos afirmar que algunos casos no fueran falacias. Los científicos intentaron buscar explicaciones y en casi todo encontraron respuestas, en otros casos a buen seguro (no tardarán mucho) las hallarán.
Además, sabido es que desde hace tiempo, en concreto en algunos temas, ha sido difícil discernir lo que es razonadamente cierto de todas aquellas especulaciones que surgen en el día a día, haciendo complejo explicar a la sociedad -en ocasiones- la separación entre lo real y lo ficticio y dejando que siguiera en algunos casos mostrando fronteras imbricadas, incluso para algunos… hasta deseadas. De ahí que haya propuestas que pretendan tratar algunas de estas temáticas tan curiosas y que despiertan tanto interés para el gran público, solventando dudas que se pudieran originar en el apartado de divulgación. Algunas de estas leyendas serán eso, únicamente leyendas. Otras cuestiones se solucionarán, de la noche a la mañana, sin esperarlo, como el final feliz o triste de un cuento, cuya única intención era permitirnos imaginar en medio de un mundo de hechos rigurosamente exactos, datos contrastados, experimentos, deducciones, calibraciones, comprobaciones, simulaciones y por qué no, permítanme que pueda escribir una palabra…también ilusiones. Y es que coincidirán conmigo, lo que no se ha dejado de hacer nunca es…soñar.
María Fátima Hernández Martín, doctora en Biología Marina y directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife.