Los océanos son fundamentales para el mantenimiento de funciones esenciales, por ejemplo, captación de CO2, exhalación de oxígeno a la atmósfera, regulación del clima, calidad de las aguas o suministro de alimentos y componentes para farmacología. Todo ello gracias a organismos de pequeña talla o gigantescos vertebrados que surcan las aguas y cuyo papel en el ciclo del carbono es de vital importancia.
Las comunidades marinas son redes biológicas en las que el éxito de las especies está vinculado a diversas interacciones, a través de lo cual los ecosistemas oceánicos y costeros proporcionan beneficios naturales gratuitos de los que dependemos y no siempre valoramos. Sin embargo, el cambio climático está teniendo profundas y diversas consecuencias sobre estos beneficios. El aumento del dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera es uno de los problemas más graves, siendo sus principales consecuencias el aumento de la temperatura y la acidez (bajada del pH) del agua. Temperatura más cálida que genera problemas como la subida del nivel del mar, el cambio en la estratificación oceánica, la disminución de la extensión y grosor del hielo polar o la alteración de los patrones de circulación oceánica. Además, tanto el calentamiento como la alteración de la circulación oceánica actúan sobre las concentraciones de oxígeno bajo la superficie.
Otras presiones sobre los ecosistemas oceánicos son los aportes desde tierra, caso de derrames de materiales nocivos; la alteración de los hábitats costeros (por múltiples causas), la sobreexplotación de recursos (peces o invertebrados), introducción de especies invasoras o la contaminación acústica y lumínica. Deterioro que va en aumento, ya que el 50% de las marismas, el 35% de los manglares, el 30% de los arrecifes de coral y el 29% de las praderas marinas (algas y fanerógamas) se han perdido o degradado en todo el mundo y, no olvidemos, son enclaves básicos para protegernos -entre otros- del embate de tempestades (cada vez más virulentas). De hecho, se están intensificando los ciclones tropicales, acelerando los procesos de inundación y desastres costeros. Hay una marcada migración en latitud respecto a aquellas zonas en que se generan las tormentas más peligrosas, algo que afectará a lugares que anteriormente no estuvieron tan expuestos a los daños que causan dichos fenómenos. En este sentido, recordemos que las riberas (donde se concentra un alto porcentaje de urbes) son especialmente vulnerables por estar, por lo general, densamente pobladas.
Respecto a los plásticos, cuya eliminación presenta compleja solución, actúan de forma muy perjudicial por varias rutas, algunas poco conocidas. Por ejemplo, siendo vectores (soportes) de especies invasoras (huevos, larvas y adultos) hacia lugares distintos y distantes por medio de las corrientes o teniendo implicaciones ecológicas por colonización (transporte) de bacterias y protozoos (algunos muy patógenos), con consecuencias aún desconocidas, incluso en las grandes profundidades.
La ciencia marina ha crecido de manera constante en las últimas décadas, logrando avances notables, tanto en investigación básica como en tecnología y resultando de especial aplicación en políticas innovadoras (caso de las exitosas Reservas marinas). Se han realizado inventarios de especies (evaluando al tiempo sus amenazas) y se han identificado hotspots (puntos calientes de biodiversidad) entre otras muchas acciones que sería largo señalar. La integración de disciplinas ha conducido a regulaciones y acuerdos nacionales e internacionales vitales para proteger los océanos. La ciencia ciudadana juega un papel importante por su implicación en los procesos costeros, al igual que la conservación y estudio de las colecciones marinas presentes en museos de ciencias naturales, en especial los registros históricos, con cientos de años, son un recurso inigualable para describir, estudiar y divulgar especies y sus problemáticas y, sobre todo, para deducir a partir de colecciones antiguas qué cambios han experimentado los organismos y sus enclaves.
La salvaguarda de vida marina (desde charcos de marea hasta grandes y enigmáticas profundidades) dependerá en gran medida de las estrategias de conservación que se apliquen. Por tanto, la protección de los océanos debe convertirse en un objetivo primordial, ya que a medida que las actividades humanas ponen en peligro la integridad de lo que se denomina salud de los océanos, por tanto, del One Health, se limita nuestra capacidad de obtener de manera equilibrada aquellos servicios/beneficios que nos prestan las aguas, un detalle que, en ocasiones, obviamos.
La frontera entre mar y tierra de Canarias, la llamada orilla, presenta condiciones actuales afectadas por regulaciones de su aprovechamiento, uso y disfrute, decisivo en relación a especies protegidas, marisqueo o pesca, entre otras. Esto permite no solo custodiar el presente, también preservar para un futuro que, en temas de costa, implica declaración de variadas figuras de protección, estricto cumplimiento de la normativa, así como actualizados planteamientos de educación medioambiental acordes con programas curriculares, donde no solo se involucren los centros de educación reglados, sino otras instituciones de apoyo complementario, papel que llevan a cabo, sin solución de continuidad, los museos de ciencias naturales, caso del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife (MUNA).
Dra. Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales