En la oscuridad del callejón cercano a la calle principal, junto a la estatua otrora hermosa, hoy irreconocible entre escupitajos y pintadas alusivas a asuntos particulares de pléyade de transeúntes ajenos a lo que se estaba preparando minuciosamente, habían quedado en verse, tras numerosos intentos previos por fraguar el negocio. La consigna era “lista”, así acordaron sería la palabra que daría paso a un tiempo nuevo, donde esperaban alcanzar la cuantía deseada. Se saludaron de forma escueta, fría, muy protocolaria y, aunque juntos, marcharon a distancia prudencial que impedía a los otros viandantes percibir que algo entre ellos se disponía a suceder. Llegaron al portal y entraron en los bajos del edificio dieciochesco que antaño –tal vez- había albergado a numerosas familias de clase media que vivirían siguiendo los cánones de entonces, es decir, sin demasiados sobresaltos en la rutina cotidiana. Uno de ellos (el más alto), de mirada socarrona y gesto apesadumbrado, abrió una puerta extraña de cerradura añosa y llave herrumbrosa que pareciera se resistía a descubrir el secreto que albergaba. Al entrar, el más bajo y quizá vivaracho en ademanes, sonrió al verla.
Al fondo de la estancia, en lugar sombrío, junto a paredes pletóricas de humedades que rezumaban abandonos, insectos y desidias, se hallaba ella. Dentro de aquel habitáculo provisto de rejas, junto a excrementos, orines, trozos de manzanas, ya podridas, y un cubo que albergaba un agua pestilente y de color verdoso, tal vez de días, una joven de larga y extensa melena pelirroja y tiernos, aunque melancólicos, ojos azules, cubría tímidamente sus senos cruzando sus largos brazos sobre ellos, extremidades que levantó y alargó pudorosa en su intento desesperado por pedir ayuda, aunque en claro estado de shock. Temblaba de pavor, aterida de frío y con claros síntomas de no haber sido atendida durante semanas, quizá el tiempo posterior a que ellos, luego ocupados en otros menesteres, la secuestraran –impunemente- del lugar donde holgaba, para llevarla hasta aquel enclave oscuro, angosto y gélido (lejos de los suyos) y arrinconarla en condiciones pésimas. Cubierta solo con una exigua manta, roída por exceso de suciedad, entre los dos le taparon la boca con ancha cinta adhesiva, evitando que sus gritos se escucharon en el edificio, alterasen la monotonía de los tranquilos y escasos inquilinos que aún quedaban en el inmueble y no sospechaban nada acerca del ilícito asunto que se fraguaba en los sótanos lúgubres donde, en ocasiones, alguno de ellos almacenaba un trasto inservible del que acababa olvidándose.
Uno de los dos hombres entregó al otro un abultado sobre conteniendo billetes y, agarrando bruscamente la mano de la joven, sacó un machete de proporciones descomunales para, con un brusco y certero golpe, cercenársela a la altura de la muñeca, sin ninguna piedad, mientras, envuelta en un intenso dolor y un charco de sangre, ella se desplomaba y caía al suelo, perdiendo el conocimiento entre intentos de alaridos acallados por la brutal mordaza. Rápidamente cogieron el miembro, aún caliente, lo envolvieron en una vieja tela y cerraron la entrada del recinto dando un portazo, gesto que acabó para siempre con las ilusiones de aquella criatura de mirada triste, de aquella inocente mujer del bosque que, horas más tarde, sola, fallecía.
Epílogo.- Recordemos que del 17 al 28 de agosto de 2019, se celebró en Ginebra (Suiza), la 18ª reunión de la Conferencia de las Partes de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que tiene como objetivo asegurar que el comercio internacional de animales y plantas de origen silvestre sea sostenible y no ponga en peligro su supervivencia. En sus más de cuarenta años de funcionamiento, ha mostrado ser una herramienta muy eficaz para garantizar la protección de las especies amenazadas.
En dicha reunión, los 183 miembros de la Convención (3.000 expertos) adoptaron nuevas medidas que contribuyeron a reforzar la aplicación del Convenio, mejorando la sostenibilidad de aquellas especies más vulnerables. Destacamos las encaminadas a reforzar la aplicación de las normas contra la caza furtiva de elefantes y el tráfico de marfil, ámbito en el que la legislación de la Unión Europea es una de las más avanzadas y estrictas del mundo. También se abordaron otros asuntos, en concreto unas 56 propuestas destinadas a modificar el nivel de protección de animales como jirafas, rinocerontes o tiburones, así como la participación de comunidades rurales en la toma de decisiones sobre los apéndices del Convenio. En el ámbito de las plantas, el debate se llevó a cabo sobre una serie de propuestas que tenían una importante incidencia sobre sectores productivos (Wiedenhoeft et al., 2019), en relación con el establecimiento de nuevas limitaciones al comercio de un tipo de cedro (género Cedrela), cuya madera es muy utilizada para la fabricación de instrumentos; o las enmiendas a introducir en las medidas de aplicación también en el comercio del árbol (uso de madera) denominado palo rosa (que representa el 35% del comercio mundial por encima de colmillos de elefantes (18%), carne de pangolines (5%) o cuernos de rinocerontes (3%)); en especial el género Dalbergia, que agrupa a trescientas especies, algunas de ellas de gran importancia para la ecología/existencia de lémures, en concreto en Madagascar. También el género Pterocarpus, cuya especie P. tinctorius fue añadida a la lista de especies incluidas en CITES (apéndice II) en la reunión de agosto (Carver & Ong, 2019) o el género Diospyros (ébanos), ampliamente tratado en CITES. España, comprometida con los objetivos del Convenio, apoya las medidas que facilitan la aplicación del mismo, a través de una mayor cooperación tanto nacional como internacional, con especial énfasis en medidas de observancia.
Según Scheffers et al. (2019) han publicado recientemente, el comercio de vida silvestre es una industria multimillonaria que está llevando a ciertas especies hacia la extinción. Sudamérica, la zona central del Sudeste de África y Australia son epicentros de dicho comercio. Unas 31.500 especies de aves, mamíferos, anfibios y reptiles, es decir, un 18%, se comercializan a nivel mundial. Los puntos críticos de este negocio se concentran en las regiones tropicales, como todos sabemos, biológicamente ricas y diversas. La alta demanda de productos de vida silvestre, como algunas partes del cuerpo de animales que se utilizan como fetiches (amuletos de buena suerte), afrodisíacos u ornatos, caso de manos, dedos, uñas, cuernos… ha provocado una afectación en tigres, elefantes, rinocerontes, simios y ciertos anfibios. Debido a ello, algunas de estas especies se hallan en peligro de extinción, incluso han desaparecido (recordemos el caso del rinoceronte de Java, Rhonoceros sondaicus annamiticus, cuyo último ejemplar murió el año 2010, en Vietnam). Según comentan dichos autores, Scheffers et al. (2019), por ejemplo, la demanda de escamas y carne de pangolín (Manis javanica, mamífero folidoto) ha provocado una dramática disminución de la especie en solo dos décadas, al igual que ha ocurrido con el ave, Vigilia rhinoplax, con decenas de miles de ejemplares comercializados desde 2012, hecho que ha afectado a la biomasa, ya muy alterada. Por otro lado, los autores (Scheffers et al., 2019) nos hablan también de la presión sobre la biodiversidad que se puede generar a través de la introducción de patógenos, caso del hongo, Batrachochytrium dendrobatidis, que afecta al grupo de los anfibios, o determinadas especies invasoras, según detallan en su trabajo.
Por lo que respecta al grupo de los primates, según Estrada et al. (2017), la información actual sobre este grupo – a nivel global- muestra que el 60% de estos seres (componentes esenciales de biodiversidad tropical) se halla en peligro de extinción y un 75 % ha visto mermadas sus poblaciones (Estrada et al., 2017). Curiosamente, y a pesar de lo que pudiera pensarse, desde el año 2000, se han descrito alrededor de 53 nuevas especies (40 en Madagascar, dos en África, 3 en Asia y 8 de Centro y Sudamérica) (William, 2008). Datos actuales indican la existencia de 512 especies de primates agrupados en 79 géneros y distribuidos por 91 países (Estrada et al., 2019).
En concreto en regiones neotropicales, África y Sur y Sudeste asiático (Malhi et al., 2014), donde el total estimado de pérdida de bosques entre 2001 y 2017 ha sido cuantificado en unos 179 millones de hectáreas (Estrada et al., 2019), los primates representan un orden importante de mamíferos (con doce familias, incluyendo algunas muy conocidas como hominidae o lemuridae), que juegan un papel fundamental en el mantenimiento y la regeneración de ecosistemas templados y tropicales (Estrada et al., 2017; Estrada et al., 2018).
Precisamente, uno de los animales que se ha visto más afectado por la degradación de su hábitat, es el orangután (género Pongo), los únicos grandes simios de Asia. Parientes de los chimpancés (género Pan), bonobos (género Pan) y gorilas (género Gorilla) comparten características básicas, pero representan un linaje de hace 12-16 millones de años. Pelirrojos, de pelo largo y liso, tienen una destreza extraordinaria, aunque gustan de llevar una vida tranquila y plácida (Russon, 2009) (figura 1). Su alimentación está basada en frutos de los árboles del entorno que habitan y su importancia en la salud/equilibrio del ecosistema se relaciona con la dispersión de semillas, y todo tipo de interacción con el medio en que se mueven, ayudando de esta forma al soporte de un amplio rango de organismos animales y vegetales fundamentales en los bosques tropicales (Malhi et al., 2014; Mazumder, 2014; Lewis et al., 2015; Spehar et al., 2018; Steiper, 2006; Struebig et al., 2015; Williams, 2008).
De acuerdo con Spehar et al. (2018), los orangutanes desde la década de los años setenta del siglo XX han sido reconocidos como iconos de la naturaleza salvaje, y la mayoría de los esfuerzos dirigidos a evitar su extinción, se han centrado precisamente en proteger su hábitat, muy alterado, aunque estos intentos han tenido un éxito, en ocasiones, limitado.
Asimismo, desde antaño, su taxonomía ha provocado numerosos debates. Recordemos que, ya en el año 2001, los orangutanes de Sumatra y Borneo fueron reconocidos como especies diferentes: Pongo abelii (Sumatra) y Pongo pygmaeus con tres subespecies en Borneo (Brandon-Jones et al., 2016).Según los especialistas, durante el Pleistoceno se distribuyeron por todo del sur de China hasta Java, si bien ya en el siglo XX, los estudiosos consideran que la población se reducía a tan solo 300.000 ejemplares. Ahora las estimaciones están en torno a 50.000 animales en Borneo y tan solo 6.500 en Sumatra. Incluidos en la UICN, el orangután de Borneo y el de Sumatra se hallan en peligro crítico. El aislamiento de las poblaciones por degradación de su hábitat, la destrucción de dicho hábitat, la caza furtiva o el rapto de sus bebés (para comercio ilegal) han ocasionado graves daños a las poblaciones. Nater et al. (2017), en su publicación sobre los orangutanes de Sumatra y Borneo, concluyen que aún quedan grandes lagunas por solventar respecto a la biología y distribución, aunque el orangután constituya el único de los grandes simios asiáticos y nuestros parientes más lejanos entre los homínidos existentes. En su trabajo, dichos autores describen una nueva especie (la tercera del género Pongo), en concreto Pongo tapanuliensis, con una población en torno a 800 individuos en la región de Batang Toru (norte de Sumatra), también considerada en estado crítico (IUCN; Nater et al., 2017; Wich et al., 2019). Recordemos que el descubrimiento de esa nueva especie (Wich et al., 2019) causó gran expectación en la comunidad científica, dado que se trataba de la primera descripción que se hacía de un gran mono desde el año 1929.
Como hemos señalado, la situación alarmante para estos animales es resultado del aumento de las presiones antropogénicas sobre todos los primates y su hábitat, principalmente demandas del mercado global y local, lo que ha llevado a una pérdida extensa de dicho territorio a través de la expansión de la agricultura industrial, ganadería a gran escala, tala de bosques, perforación de terrenos para obtener petróleo y gas, minería, construcción de presas y redes de carreteras en regiones de distribución (hábitat natural) de primates. Otros factores importantes son el aumento de la caza y el comercio ilegal de partes del cuerpo (manos, dedos, uñas), unido a peligros emergentes, como el cambio climático o nuevas enfermedades (introducción de patógenos). De hecho, a menudo, estas presiones actúan en sinergia, incrementando la disminución de las poblaciones. Y dado que las regiones donde viven primates se superponen ampliamente con una población humana amplia y de rápido crecimiento, caracterizada por altos niveles de pobreza, muchas veces se ha necesitado una atención global de inmediato para revertir el riesgo inminente de extinciones de primates y atender –al tiempo- a los humanos locales (Wich et al., 2019).
El grupo sigue siendo objeto de todo tipo de estudios, algunos de relevancia en relación a filogenia, aún motivo de discusiones entre científicos. Por ejemplo, estudios recientes realizados a partir de proteínas extraídas de piezas dentarias de fósiles de hace 1,9 millones de años (en concreto, huesos de Gigantopithecus blacki) sugieren que dichos seres han podido originar (se hallan muy cercanos) a los modernos orangutanes o sus directos ancestros (Welker et al., 2019; Zhang & Harrison, 2017), algo que desde 1935 había provocado intensos debates entre primatólogos.
Chimpancés, gorilas y orangutanes fueron gradualmente descubiertos por los europeos en los siglos XVI, XVII y XVIII. Recordemos que, según exponen van Wyhe & Kjaergaard (2015), desde diferentes partes del mundo, Darwin y Wallace compartieron el interés por los grandes simios. Darwin los vio por primera vez en 1838 en The Zoological Gardens (Regent Park, Londres), precisamente al regresar del viaje del Beagle, mientras que Wallace lo hizo in situ en las junglas de Borneo, en 1855.
En 1591, el explorador y matemático italiano Filippo Pigafetta (descendiente de Antonio Pigafetta, el italiano que viajó con Magallanes y pasó por Tenerife) publicó un extenso trabajo (impreso en Frankfurt) titulado: Informe del Reino del Congo (Regnum Congo), basado en los relatos del marinero portugués Duarte Lopes, que describe «multitud de simios» en las orillas del río Congo … «brindando un gran deleite a los nobles imitando gestos humanos«. En ese momento (año 1578), simio era un término para referirse a cualquier primate, incluidos babuinos, macacos y todo tipo de monos, aunque el libro de Filippo Pigafetta contiene un grabado (cuyo autor es De Bry) donde aparecen dos criaturas -sin cola- muy similares a los chimpancés, en concreto, en el capítulo X de la obra (De animalibus quae in hac provincia reperiuntur) (ver figuras 2 y 3).
Más tarde, en el siglo XVII, el clérigo inglés Samuel Purchas relató lo que le había narrado el soldado inglés, Andrew Battell, quien fue capturado por los portugueses en la década de 1590 y estuvo cautivo en África Ecuatorial durante veinte años. Se trata del libro Purchas is pilgrimi (impreso en Londres, año 1613) que brinda una descripción detallada de extrañas criaturas que –dice- observaba el muchacho inglés, no emitían palabras, tenían ojos huecos, pelo castaño y eran llamadas, por los lugareños, Pongo (los más altos) y Engeco (los más bajitos).Similares a humanos, pero mucho más grandes, comentaba que solían reunirse alrededor de fogatas y cubrían a sus muertos con ramas, una referencia temprana a la etología de gorilas y chimpancés. De ahí el nombre del género, Pongo, aunque asignado de forma errónea, ya que esos simios no eran –evidentemente por geografía- orangutanes.
Precisamente, el nombre orangután deriva de las palabras malayas “ourang”, que significa persona, y “outang”, selva o bosque, es decir, “hombre de la selva”. La primera referencia que se tiene del uso de esta palabra data del año 1631, fecha de publicación del libro conocido como: Historiae naturalis et medicae Indiae orientalis, cuya autoría es del médico holandés Jacobus Bontius. Este informó que, según decían los malayos, el simio (orangután) sabía hablar, pero prefería no hacerlo/demostrarlo, no fuera a ser que lo pusieran a trabajar… Su informe respecto al nombre de estos grandes simios fue recogido por su compatriota Nicolaes Tulp (de nombre original Claes Pieterszoon, 1593-1674), un médico y profesor de anatomía del siglo XVII, allá, en Amsterdam. Tulp fue autor de una colección (obra) titulada: Observationes Medicae, editada en 1641, un texto conocido como The Books of Monsters con numerosas ilustraciones de exóticos animales (por entonces), como orangutanes y narvales. Tulp, al que todos recordaremos por haber sido retratado por Rembrandt en su famoso cuadro, Lección de anatomía (figura 4) (Di Matteo et al., 2016), fue el primero en aplicar el nombre de orangután a un simio en Europa, aunque de forma equivocada, ya que no se trataba de un orangután, sino de un chimpancé o bonobo de Angola (género Pan), traído a la Países Bajos por comerciantes holandeses. Su ensayo ampliamente leído, titulado: Homo sylvestris; Orang-Outang (1641), se basó en observaciones de un mono hembra –joven- que vivía en la Casa de Fieras (establecimientos a la usanza de otrora) propiedad del príncipe Federico de Orange en La Haya, un animal que se había traído desde África (figura 5).
La primera representación precisa de un chimpancé fue el estudio anatómico de Edward Tyson (1699) que se titulaba confusamente «Orang-Outang, sive Homo Sylvestris«, en base a un simio que había llegado a Inglaterra procedente de Angola y que murió a los tres meses por una infección, contraída durante la travesía. Tyson aún mantenía la confusión y le llamó orangután, asumiendo que no había diferencias porque “…algunos capitanes de barco y comerciantes que llegaban a mi casa para verlo, decían que los habían observado (iguales) en Sumatra y otras partes del mundo…y este había sido traído de Angola”
El Conde de Buffon, en su Histoire Naturelle Générale, describe como especies de simios: orang-outang (animal en las Indias Orientales) o pongo (nombre del animal en Congo), jocko u orang-outang de la especie pequeña (chimpancés), piteco y gibón.
Linneo que logró examinar personalmente un simio, allá por 1760, cuando el Systema Naturae había alcanzado la décima edición, le dio el nombre de Simia satyrus. Cuvier (en 1798) en su Tableau élémentaire de l´histoire naturelle des animaux considera simios al orang-outang, chimpancé, gibón y wouwou (una especie de gibón).
Por ello, según van Wyhe & Kjaergaard (2015), los primeros estudios sobre grandes simios en Europa fueron una mezcla de inconexas observaciones, confusiones taxonómicas, tradiciones, mitología, errores, temores y creencias sobre enigmáticos monstruos. Pensemos que el escritor Edgar Allan Poe en uno de sus relatos lo hace responsable de un crimen atroz (Murders in the rue Morgue, 1841) y la manera (feroz) en que fue presentado en la película King Kong (con numerosas versiones desde aquella legendaria del año 1933).
Según Gacobini & Giraudi (2007), la distinción entre simios africanos y asiáticos quedó establecida a finales del siglo XVIII, mientras tanto los términos engeco, pongo, orang-outang y pigmeo se habían usado, indiferentemente/equivocadamente, para denominar chimpancés, orangutanes y gorilas. A finales del siglo XVIII, se diferenciaron los chimpancés de los orangutanes, la separación de los gorilas (género Gorilla) tuvo lugar en 1845 (gracias a los trabajos de Thomas Savage) que curiosamente tomó el nombre del Periplus del cartaginés Hannón, y no fue hasta 1930 cuando los bonobos se escindieron (taxonómicamente hablando) de los chimpancés.
Tenerife y, concretamente, el Puerto de la Cruz ha tenido un curioso papel en los estudios de primates, ya que albergó el primer centro de investigación primatológica del mundo, sito en la conocida como Casa Amarilla, lugar donde se llevaban a cabo (a principios del siglo XX) trabajos de psicología comparada y etología con chimpancés y orangutanes a la usanza de entonces.
La apreciación de la bondad y el respeto hacia estos animales cambió radicalmente cuando, a mediados del siglo XX, en la década de 1970, millones de personas observaron documentales de divulgación científica con entrañables escenas, filmadas –entre otros- por David Attenborough mostrando deliciosas y apacibles familias de gorilas u otros monos, holgando en la selva o en sus lugares de habitación. Según van Wyhe & Kjaergaard (2015), las imágenes de chimpancés, bonobos y orangutanes quedaron transformadas de seres violentos (como se pintaba en siglos pasados) en criaturas tiernas y dóciles (Browne, 2006), que solo pretendían vivir tranquilas sin ser molestadas, y que cuentan –hoy en día- con la protección de leyes internacionales para fauna silvestre, algo a lo que han contribuido (y mucho) eminentes investigadoras que han dedicado su vida a ello, como Jane Goodall (antropóloga), Dian Fossey (zoóloga) o Biruté Galdikas (etóloga), también conocidas como las trimates, es decir, las trimates de los primates (Morell, 1993).
“…Sin embargo, cuando vemos a este maravilloso monstruo con faz humana … que camina erecto, en especial esta joven hembra que oculta su cara con sus manos…llorando copiosamente, emitiendo gemidos y expresando otros actos humanos, uno pudiera decir que no carece de nada que no sea humano, sino del lenguaje. Los nativos dicen, de hecho, que pueden hablar, pero que no desean hacerlo por temor a ser obligados a trabajar…el nombre que les dan es Ourang outang (=hombre del bosque)”
(Jacob Bontius, en algún lugar de Java, allá por el siglo XVII)
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Dra. Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife (MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología)