Tacoronte, uno de los municipios que la integra, ha despertado gran interés por parte de los investigadores, principalmente a partir del siglo XX cuando se intensifica la búsqueda de cuevas que contengan restos de los primeros pobladores. La última Carta Arqueológica realizada en la zona registra 121 enclaves arqueológicos repartidos entre la costa (más del 90%) y las medianías, concentrándose 78 de ellos en el espacio ocupado por el acantilado (64,5%). De todos estos registros casi una treintena corresponden a lugares sepulcrales que se reparten por las cuevas y oquedades que el paso del tiempo ha ido horadando.
Uno de los hallazgos funerarios más interesantes se produjo hace algunos años, mientras se procedía a instalar una malla metálica en el acantilado que cierra por el norte la Playa de la Arena (Mesa del Mar, Tacoronte) para evitar el riesgo de desprendimientos. En esta ocasión los trabajadores localizaron un pequeño hueco que presentaba en el exterior huesos humanos muy fragmentados. El descubrimiento fue notificado a la Guardia Civil que lo puso en conocimiento del Inspector de Patrimonio, quién solicitó la intervención de urgencia a la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias (Resolución nº 161/99, de 24 de septiembre de 1999 de la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias). Las investigaciones arqueológicas fueron realizadas por personal del Museo Arqueológico de Tenerife y de la Unidad de Patrimonio del Cabildo.
Este acantilado costero presenta numerosos andenes, estrechos y de difícil acceso, que serpentean por la ladera. En uno de ellos, a 40 metros de altitud y con una amplia perspectiva sobre la Playa de la Arena y la costa norte de Tenerife, se abre la pequeña cueva funeraria donde se localizaron los restos.
La intervención fue complicada desde el primer momento debido a que el andén exterior aparecía completamente cubierto por un importante depósito superficial de materiales antropológicos fragmentados y en mal estado de conservación, a lo que se unía el problema de trabajar en un reducido espacio y a una considerable altura. A medida que se avanzaba en la excavación la dificultad crecía pues el número de evidencias aumentaba considerablemente, apareciendo, en algunos casos, los restos superpuestos y mezclados sin apenas sedimento entre ellos, observándose una cierta conexión anatómica y localizándose, en ocasiones, punzones y cuentas de barro asociados a los mismos.
Tras finalizar el trabajo de campo y realizar los estudios antropológicos y arqueológicos de los materiales recuperados se obtuvieron interesantes resultados, aunque surgieron múltiples cuestiones que aún están por contestar.
El estudio reveló que la necrópolis fue utilizada para el depósito de, al menos, 38 individuos de diferentes edades, incluso infantiles y neonatos. El sexo se pudo determinar solo en 21 de ellos ya que el estado de conservación de algunos huesos no lo permitía, identificándose 10 mujeres y 11 hombres.
Muy interesante fue el trabajo con los materiales arqueológicos por la aparición de numerosas cuentas de adorno realizadas en barro cocido de diversa tipología (cilíndricas, tubulares o segmentadas), asociadas en ocasiones a las cervicales, lo que parecía indicar que fueron colocadas en torno al cuello del cadáver. Este dato ha sido ya citado en otros espacios sepulcrales como en la Cueva de Las Goteras (Bajamar) o en la del Barranco de Jagua (El Rosario). Del mismo modo, se encontró un buen número de punzones elaborados con hueso de animal, posiblemente cabra u oveja, algunos encontrados en la zona del pecho, tal y como se menciona también para la cueva sepulcral del Camino de Michel (Santa Úrsula) donde sus descubridores señalan la aparición de tres punzones de hueso completos y un fragmento de un cuarto punzón, siempre localizados sobre las partes de los cadáveres correspondientes al tórax. Igualmente apareció una aguja ósea, 4 lascas de obsidiana y un único fragmento cerámico.
Las fechas de C14 nos permitieron conocer el momento de utilización de la necrópolis de Mesa del Mar, indicándonos que estuvo en uso entre los siglos VIII d.n.e y X d.n.e., periodo temporal en el que se produjeron las inhumaciones.
Pero será el estudio osteológico el que nos aporte los datos más interesantes sobre la gente que descansó en este lugar sepulcral y que habitó, posiblemente, las cuevas que se reparten por el acantilado.
En esta ocasión nos centraremos en uno de los restos antropológicos que, por su extraña morfología debida a la fusión ósea que presenta, fue motivo de nuestro interés y seleccionado para formar parte de la Pieza del Mes, actividad que se realizaba en Museos de Tenerife y que consistía en la exposición periódica de alguno de los ejemplares más representativos que formaban parte de los fondos museísticos.
Se trata de la tibia derecha de un hombre joven, de 170 cm de estatura, que tenía una fractura antigua bien consolidada, con un importante callo que llegó a producir la fusión con el peroné, observándose artrosis a nivel del tobillo y de la rodilla, posiblemente como resultado de la propia lesión. Lo curioso es que esta fractura no afectó al peroné y que se realizó un buen tratamiento de recuperación mediante la inmovilización y el reposo, por lo que las consecuencias de la misma no significaron un problema físico para el individuo salvo un pequeño acortamiento de la pierna derecha.
A pesar de los estudios que a lo largo de los años se han ido sucediendo en esta comarca de Acentejo y los trabajos en la cueva de Mesa del Mar, nos quedan muchas preguntas por responder. ¿Cómo era la vida en el acantilado? ¿Se habitaban solo las cuevas o existían cabañas en la zona más llana y alta del acantilado? ¿Dónde vivía la gente que utilizó la necrópolis de Mesa del Mar durante 200 años? ¿Qué pasó en el lugar para que se sucediera esa concentración de restos, superpuestos y mezclados, sin apenas sedimento entre ellos? ¿Las cuentas de barro que aparecen en torno al cuello se realizaban expresamente para su colocación en el momento del depósito del cadáver? ¿Existía alguna relación de parentesco entre las personas que utilizaron este enclave como última morada?.
Estas son solo algunas de las muchas cuestiones que aún tenemos que responder. Espero que los nuevos avances en la investigación pronto nos den respuesta y podamos compartirlas.
Mª Candelaria Rosario Adrián
Conservadora/Arqueóloga del MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología