Aquellos animales extraños, oscuros, chillones, amenazantes, se movían desde hacía días de forma convulsa, caóticamente, parecieran enfermos, afectos por un grave padecimiento de origen desconocido. En ocasiones se laceraban unos a otros, mientras giraban en círculo de manera desordenada, aunque siguiendo un mismo patrón que se repetía sin solución de continuidad, abrazados por un cielo plomizo y elevadas temperaturas que provocaban exceso de sudoración, un ambiente que nunca anunciaba lluvia y contribuía a que las aves –agotadas- cayeran desplomadas, para acabar muriendo agonizantes en medio de estertóreas transformaciones morfológicas, a los pies de los habitantes de la ciudad que, al observar la escena, corrían despavoridos.
Dicen que sus aterradores sonidos (graznidos) eran escuchados más allá de los lindes del entorno, de la urbe victoriosa, arcillosa, opulenta, lasciva y festiva, incluso se oían en las lejanas colinas, en los jardines fragantes suspendidos desde rocas abruptas, en las fronteras, en los valles desérticos. Sin embargo, aquellos sonidos que emitían, en ocasiones a duras penas, no eran los habituales en ellos, los que llevaban a cabo –alegres y vivarachos- en actividades vinculadas a su ciclo biológico, en especial en época de cortejo. Ahora todo era distinto. Por eso, los habitantes del enclave se mostraban sorprendidos, diríase temerosos, ante actitudes tan poco frecuentes en seres que les eran familiares, que nunca les causaban fobias, muy al contrario, se hallaban habituados a observarlos próximos a sus casas, sus graneros, los juegos de sus hijos, los almacenes de provisiones, permanentemente ufanos, altaneros, vehementes, entusiastas…sin miedo a tanta cercanía. Acostumbrados a recibir nuevas después de que un suceso ocurriera sin motivo aparente, los lugareños susurraban -por las noches, a la luz de las antorchas- que algo se disponía a acontecer, pronto, de inmediato, pues comentaban de continuo que se percibían rumores de cautelosos y secretos movimientos de tropas en permanente vigilia, rápidas huidas de soldadesca, incremento del abastecimiento cotidiano, cierre fulminante de tabernas, recluyendo niñas casaderas, reclutando jóvenes imberbes… todos moviéndose al unísono en un enigmático baile de posicionamientos, a la búsqueda de protección, guarida, salvoconducto o refugio ante lo que podría ocurrir. Absortos se hallaban un día, mirando el cielo, observando los misteriosos pájaros, cuando de repente llegó la noticia esperada en las últimas semanas, y no por ello menos temida, un mensaje que –de manera lacónica y antes de que el hecho hubiera sucedido realmente- anunció un emisario enjuto y cansado, en un rincón de la plaza pública, y … cundió el pánico en toda la comarca.