A cualquier persona dotada de un poco de habilidad en el medio acuático y gran interés naturalista le será fácil observar, desde un charco de marea hasta los 40 m de profundidad, a un habitante popular en nuestras costas; un organismo que trata de pasar desapercibido durante el día para salir a pastar en la cubierta vegetal marina poco después del ocaso; un invertebrado conocido con el nombre de almeja canaria (Haliotis tuberculata coccinea), cuya denominación común dice bastante poco de su verdadera clasificación zoológica.
Esta especie de molusco marino constituyó, tiempo atrás y junto a lapas y burgados, uno de los principales recursos marisqueros recreativos de la población canaria. Nos referimos a un animal que vive sumergido, generalmente oculto en la parte inferior de las rocas del fondo, cerca de las algas que crecen adheridas al sustrato en el que vive y que constituyen su principal alimento. Por ello, suele ser más abundante en los primeros metros del sublitoral, donde el crecimiento vegetal es más elevado debido a la mayor radiación de luz solar.
Aunque el nombre tradicional por el que es conocido se ha arraigado con fuerza en la sociedad, en realidad la almeja canaria, ni es almeja, ni es canaria. A diferencia de las verdaderas almejas -moluscos con concha dividida en dos valvas que se alimentan filtrando las partículas orgánicas que se encuentran suspendidas en el agua–, las especies del género Haliotis son gasterópodos prosobranquios –caracolas– que poseen una concha en posición dorsal compacta, plana y abierta, tras la que se esconde la parte blanda que ocupa la mayor parte del animal. En ella se sitúa una estructura cefálica en la que se insertan unos dientes pequeños pero robustos –rádula– que cortan y arrancan las algas que crecen en la superficie de las rocas en las que habitan. El pie, en forma de ventosa, está totalmente adaptado a la sujeción al fondo. Pertenecen, por tanto, al gran grupo evolutivo en el que se encuentran las lapas y los burgados, y tienen muy poco que ver con todos los bivalvos como almejas, ostras, mejillones o berberechos.
El género Haliotis comprende unas 56 especies distribuidas a lo largo y ancho de gran parte de las zonas costeras tropicales y subtropicales del planeta. La mayoría de las especies poseen un alto valor comercial, bien como producto gastronómico o bien como ejemplares de colección malacológica. Se les conoce como orejas de mar o abulones, debido a la forma ovalada característica de su concha, que además presenta una serie de pequeñas aberturas circulares en línea por las que expulsa rápidamente el agua cuando necesita un mayor flujo (respiración, excreción o adherencia a la roca, principalmente). En cuanto a dimensiones, éstas varían según la especie, siendo la oreja de mar roja (Haliotis rufescens) que vive en las costas del Pacífico nororiental, la que mayor tamaño alcanza, con una longitud de concha de casi 30 cm.
Atendiendo a los valores nutricionales de las especies de Haliotis, su consumo frecuente en casi todas las regiones del mundo en donde proliferan las convierten en un alimento de primera categoría. Al igual que la mayoría de moluscos, su principal aporte es proteico (casi un 20% de su peso), y su reducido contenido en hidratos de carbono y grasas, con un alto porcentaje de omega-3, hacen que sea un alimento más que recomendable para incluir en una dieta sana.
Pero en Canarias, a pesar del elevado interés gastronómico que posee debido a su intenso sabor a mar y delicada textura, su recolección marisquera, tanto recreativa como profesional, está totalmente prohibida desde el año 2001. Los diversos estudios que se han estado realizando desde finales del siglo pasado hasta la actualidad con la finalidad de evaluar su estado de conservación, han determinado que las poblaciones canarias de Haliotis se encuentran en regresión debido a la destrucción del hábitat litoral como consecuencia de vertidos y construcciones, sumado a la sobreexplotación por la fuerte presión marisquera a la que han estado sometidas. Por ello, esta especie se encuentra protegida en todo el archipiélago canario, regulada por el Decreto 151/2001, de 23 de julio, por el que se crea el Catálogo de Especies Amenazadas de Canarias –en la categoría de “Vulnerable” –, y posteriormente recatalogada en la Ley 4/2010, de 4 de junio, del Catálogo Canario de Especies Protegidas, como “De interés para los ecosistemas canarios”, estando también contemplada en la Ley 17/2003, de 10 de abril, de Pesca de Canarias, y sujeta a las sanciones oportunas correspondientes a una infracción grave.
Los estudios morfológicos y filogenéticos de la especie que reside en las aguas de nuestro archipiélago han determinado muy bien su identidad y las relaciones de parentesco con el resto de orejas de mar; pero no siempre ha sido así. A lo largo de su historia natural, los científicos han llevado a la almeja canaria por un largo y tortuoso camino taxonómico al tratar de concretar correctamente la genealogía evolutiva y la biogeografía de esta especie. En 1975, el malacólogo Fritz Nordsieck la describió como Haliotis tuberculata canariensis, considerándola endémica de la Macaronesia. A partir de ese momento, en los sucesivos trabajos publicados en la literatura científica se le ha estado definiendo mediante un sinfín de nombres y estatus taxonómicos, siendo los más habituales Haliotis canariensis, Haliotis coccinea canariensis o Haliotis tuberculata canariensis. Ya en el siglo XXI, los estudios genéticos y morfológicos más recientes de Daniel L. Geiger la consideran una subespecie de Haliotis tuberculata (H. t. coccinea), y se ha podido determinar que habita, además de en Canarias, en toda la Región Macaronésica, habiendo penetrado también en el Mediterráneo al estar presente en algunos puntos de Melilla y Málaga.
A modo de conclusión, y a la vista de los hechos, resulta que nuestra almeja canaria, emblema de los fondos rocosos someros de nuestras costas y en otra época manjar nutricional de excepción, no es en realidad quien dice ser. Aun así, una vez descubierto el engaño no hay necesidad de enmendar este grave error taxonómico, ahora que estamos al tanto de su verdadera naturaleza. Su nombre común fue forjado con cariño entre los mariscadores canarios y con el tiempo se ha cimentado en el vocabulario popular. De hecho, es ése su seudónimo oficial en todo el territorio nacional, como así lo recogen los catálogos gubernamentales antes mencionados, revalidado también en la Resolución de 24 de mayo de 2019, de la Secretaría General de Pesca, por la que se publica el listado de denominaciones comerciales de especies pesqueras y de acuicultura admitidas en España.
Alejandro de Vera Hernández
Conservador de Biología Marina del MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología