“…Si no encontramos una manera mejor de vivir en el planeta, combinando intelecto, amor, compasión y preocupación por las generaciones venideras, nosotros mismos estaremos entre las especies extinguidas. Necesitamos alimento, aire fresco y agua como todos los animales…”
(Jane Goodall, mayo de 2020)
Leíamos hace muy poco tiempo, antes de que se extendiese la epidemia de coronavirus COVID-19 a nivel mundial, un artículo (Weber et al., 2020) relacionado con el problema que afecta a los gorilas (ver figura1. Cabecera) que habitan el enclave del Parque Nacional de Bwindi (Uganda). Recordemos que los gorilas de montaña (Gorilla beringei beringei) pertenecen a una especie amenazada, donde un 43% de los 1.063 individuos registrados a nivel mundial, hoy en día, residen en dicho Parque, situado al suroeste de Uganda (Weber et al., 2020). Enclave que, desde 1993, constituye un lugar de interés por su bellísima naturaleza, generadora de riqueza y donde están censados (según datos del año 2018) unos 459 gorilas, repartidos en unos cincuenta grupos familiares.
En el artículo se pone de manifiesto la preocupación de los investigadores por el riesgo de enfermar que soportan los primates al contactar con los humanos, durante las excursiones que hacen habitualmente numerosos grupos de turistas. Por ello, el Parque ha desarrollado una normativa para proteger la salud de los animales, es decir, han impuesto una serie de reglas que, entre otras, limita el número de visitas, solo una de 60 minutos cada día, en la que el grupo no puede sobrepasar ocho personas, enfatizando en que deben mantener una distancia de más de siete metros respecto a los primates en todo momento. Aunque no siempre se cumplen las normas, si es cierto que los datos de una encuesta (n = 243) realizada revelaron expectativas prometedoras, ya que el 73.6% de los encuestados (visitantes) indicaron que estarían dispuestos a utilizar medidas (caso de máscara facial) para proteger a los primates de sus aerosoles, algo que les pueden provocar graves enfermedades infecciosas (gripes, neumonías…).
Recordemos que el grado de exposición potencial a una enfermedad o infección está relacionado con la probabilidad de contacto, en este caso, entre un humano infectado y un gorila, la duración de la exposición y el factor de infectividad de la fuente, estado del portador del germen, etapa de la infección y el comportamiento de la fuente, y donde incluso un viento ligero aumenta sustancialmente el recorrido de partículas (presentes en los antes mentados aerosoles), como sabemos.
Señalemos que las enfermedades que se transmiten de los humanos a los gorilas, sin contacto físico prolongado o directo son motivo de grave preocupación. Muchas de las dolencias, caso de neumonía, sarampión, tuberculosis o gripe se consideran particularmente peligrosas. Pensemos que los animales se exponen no solo a turistas, también diariamente a rastreadores, guías, guardianes y guardabosques, personal vinculado al entorno colindante de sus zonas protegidas (de sus enclaves de habitación) (Homsy, 1999; Köndgen et al., 2008).
Según Weber et al. (2020), cierto es que el aumento del contacto entre humanos y organismos de vida silvestre intensifica la transmisión de enfermedades, lo que hace que los turistas, junto con la alta densidad de población humana alrededor de los hábitats de interés, sean una amenaza profunda para la supervivencia, por ejemplo, de los gorilas de montaña, que se ven afectados por todo tipo de enfermedades (solo las respiratorias les causan el 20% de muertes) (Palacios et al., 2020). Citemos el brote de metapneumovirus humano (HMPV, enfermedad respiratoria) que se relacionó de manera concluyente con la muerte de un gorila hembra en el Parque Nacional Virunga, seguida de la muerte de su bebé (Palacios et al., 2020; Patrono et al., 2018; Scully et al., 2018).
Recordemos que, por ejemplo, los chimpancés son muy parecidos a nosotros, compartimos un alto porcentaje de ADN y son vulnerables, también, a los coronavirus. Por ello, y dada la actual crisis del coronavirus, los equipos de primatólogos están muy preocupados y trabajando con las comunidades locales (de los alrededores de sus enclaves/reservas/parques) para alentarlos a mantenerse alejados de los simios. Así, para reducir la posible caza de carne silvestre, algunos investigadores ofrecen otros recursos (ganado caprino) a las poblaciones locales o les ayudan con determinados cultivos, caso del café u otros muy comerciales que faciliten un modo de vida (ScienceInsider, Gibbons, 2020; Gómez-Lucía, 2020).
Pero no solo los simios africanos son la única preocupación. En la isla de Sumatra, el Proyecto Orangután ha estado trasladando algunos de los ochocientos animales, en mayor peligro de extinción de la Isla, a un segundo enclave menos afecto por los turistas, para que escapen, en este caso, del actual virus que azota al Planeta (ScienceInsider, Gibbons, 2020).
Hacemos esta reflexión, desde el punto de vista puramente biológico, como especie, porque hay que pensar que no siempre el humano es el único afectado/perjudicado en este proceso de invasión/alteración de enclaves naturales, dado que el contacto directo entre especies ha provocado -también- serios problemas a otros grupos zoológicos. Por ejemplo, citemos el trabajo de Graczyk et al. (2001) (fide Weber et al., 2020) donde se informaba de cinco gorilas juveniles de un grupo de Bwindi, que padecían sarna, altamente contagiosa, muy similar a las infecciones detectadas en las poblaciones humanas que rodeaban el Parque, que habían precisamente contagiado a los animales. También como, a principios de la década de 2000, las poblaciones de gorilas de las tierras bajas occidentales disminuyeron un tercio después de un brote intenso del virus del Ébola (Bermejo et al., 2006), con una preocupación adicional por el potencial de transmisión de la enfermedad entre gorilas y chimpancés, que posteriormente se provocaba.
Debido al auge del turismo de naturaleza, para los autores del estudio (Weber et al. 2020), a medida que las poblaciones humanas continúan creciendo y los gorilas se habitúan cada vez más a su presencia, se deben adoptar estrategias nuevas y más eficaces si se desea conservar las poblaciones de grandes simios en peligro de extinción y mantener -al tiempo- el turismo de observación de fauna silvestre en el futuro.
Recordemos que, según Tewksbury et al. (2014), estudiar la biodiversidad, organismos animales y vegetales, quiénes, cuántos, dónde viven, de qué se alimentan y su comportamiento y papel en la ecología, es vital para la ciencia y la sociedad. Los beneficios de estas investigaciones y su conservación repercuten en la salud (Wood et al., 2016), entre muchas otras cuestiones, aunque en algunos casos no esté aún asumido completamente, no se halla divulgado ampliamente. Este asunto lo hemos señalado en varias ocasiones, porque tiene seria incidencia en el caso de las enfermedades infecciosas, producidas por patógenos.
Y hoy en día cuando escuchamos noticias sobre importantes y serios problemas de zoonosis, motivados por el hecho de que el humano no ha respetado los enclaves donde habitan especies silvestres o bien los utilizan de forma no adecuada (caso de pócimas, afrodisíacos, amuletos…) (Hernández (2019), recordemos -de nuevo- cómo las alteraciones medioambientales reducen la abundancia de ciertos organismos beneficiosos, propician la multiplicación de otros peligrosos, modifican la vinculación entre ellos y cambian las interacciones entre dichos organismos y sus entornos. Precisamente, la manera en que se presentan las enfermedades infecciosas se ve afectada por estas perturbaciones. Entre los procesos importantes que inciden en los reservorios y la transmisión de las enfermedades infecciosas cabe mencionar la deforestación; el cambio en el uso de los suelos; los sistemas de riego, la urbanización descontrolada o la aglomeración urbana; la resistencia a los insecticidas químicos empleados para controlar ciertos vectores de enfermedades; la variabilidad climática; la migración, viajes y el comercio internacional; así como la introducción accidental o intencional de especies (exóticas) que se transforman en invasoras, algunas portadoras de agentes patógenos nefastos para humanos (Cavicchioli et al., 2019; Hartig et al., 2014; Hatcher et al., 2012; Herndon, 2010; Ogden, 2018; Patz & Thomson, 2018).
Por ejemplo, se habla de murciélagos como responsables de muchas de las enfermedades. Mamíferos quirópteros que, muy frecuentemente, son comparados con roedores, respecto al riesgo de portar agentes patógenos (Luis et al., 2013). Según Joffrin et al. (2020), no debemos olvidar que también los quirópteros (en su equilibrio natural) proporcionan muchos de los servicios claves del ecosistema, como control de plagas en cultivos, eliminación de insectos molestos, caso de mosquitos… son excelentes polinizadores de árboles frutales, ayudan a la dispersión de semillas o la fertilización del suelo (por citar algunas ventajas), aunque también son hospedadores de agentes biológicos responsables de zoonosis, caso de los temidos coronavirus (CoV) que pasan a través de ciertos vectores, es decir, otras especies como pudiera ser el tan comentado pangolín (Gross, 2018; 2020a y b) o, directamente, al humano, provocando enfermedades.
De hecho, se discute si los coronavirus que causan el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MeRS) se originaron en murciélagos. Así, Banerjee et al. (2020), mediante modelos matemáticos, han pronosticado infecciones persistentes a largo plazo, con bajos niveles de eliminación periódica, como una ruta probable para el mantenimiento de virus y propagación en los murciélagos. En su estudio, estos investigadores prueban, in vitro, la hipótesis de que las células de murciélago y el coronavirus MERS (CoV) pueden coexistir.
Todo es muy complejo, señalemos el mentado trabajo de Joffrin et al. (2020), realizado en islas del océano Índico occidental, donde los investigadores identifican un importante punto de biodiversidad, con cincuenta especies de murciélagos. En dicho estudio, analizan 1.013 quirópteros pertenecientes a 36 especies de Mozambique, Madagascar, Mauricio, Mayotte, Reunión y Seychelles. Del total, 88 murciélagos (8,7%) dieron positivo para coronavirus, con una mayor prevalencia en murciélagos mozambiqueños (20,5% ± 4,9%) frente a los muestreados en islas (4,5% ± 1,5%). Los análisis filogenéticos revelaron una gran diversidad de α y β-CoV y una fuerte coevolución entre los CoV y murciélagos, con evidencia limitada de cambio de hospedador, excepto para las especies de murciélagos que comparten sitios de descanso diurno. Para los autores (Joffrin et al., 2020), sus resultados mostraban una fuerte variación entre las islas, asociada con la composición de la comunidad de especies en cada isla, de ahí que futuras investigaciones establecerán si los CoV detectados en estos murciélagos tienen un potencial de propagación en otros huéspedes, algo de interés dado que ciertas enfermedades infecciosas emergentes han aumentado significativamente y es un tema que preocupa (y mucho) a la sociedad, por las repercusiones que tiene para la salud humana.
Según Mollentze & Streicker (2020), con datos de 415 especies víricas de 30 familias, en relación a 11 órdenes taxonómicos de reservorios no humanos, tres de avifauna y ocho de mamíferos, si bien los murciélagos son considerados especiales reservorios de patógenos por su relación con ciertas zoonosis, caso del Síndrome Severo Agudo Respiratorio, vinculado con Coronavirus (familia Coronaviridae); Nipah henipavirus de la familia Paramyxoviridae o virus del Ébola (familia Filoviridae), las especies víricas dentro de esas familias con reservorios en murciélagos no eran más propensas a ser zoonóticas que las transmitidas por otros hospedadores, aunque los autores reconocen -asimismo-la dificultad de analizar los de la familia Filoviridae, dado el reducido número de especies víricas en esta familia.
En este sentido mencionemos que, en las islas Canarias, hay murciélagos. De hecho, junto a la musaraña canaria que vive solamente en las islas orientales, son los únicos mamíferos terrestres que hay de forma natural en Canarias. Incluso especies endémicas (caso del orejudo, Plecotus teneriffae), animales que ocupan su hábitat, desarrollando su vida habitual (su papel en la ecología) y teniendo alimentación variada (insectos, frutas). No obstante, recordemos que hace tiempo, a esta fauna, se añadió alguna que otra especie, caso del zorro volador egipcio (Rousettus aegyptiacus), exótico, introducido, portador de patógenos (por ejemplo, la rabia) (Wellenberg et al., 2002) e invasor que, aunque logró una población asilvestrada en Tenerife (año 2000), ha sido erradicado y extinguido en las Islas (Trujillo, 2006, 2009).
Para Mollentze & Streicker (2020), la percepción de que ciertos grupos de animales mantienen y transmiten desproporcionadamente virus a los humanos debido a diferencias a gran escala en ecología, biología y fisiología influye en la vigilancia de la salud global y la investigación en enfermedades, virología e inmunología. Para probar directamente estos reservorios especiales de zoonosis, los autores a través de búsqueda bibliográfica han recopilado un amplio conjunto de datos existente sobre relación virus-reservorio, sobre todo referidos a aves y mamíferos (415 virus ARN y ADN junto con sus historias de infección humana). Los datos que encontraron aportan una explicación en gran medida neutral para la distribución de los virus que infectan a los humanos entre las órdenes de animales estudiadas. Después de observar una mayor riqueza viral basal en mamíferos frente a las aves, el número observado de zoonosis por orden animal aumentó en función de la riqueza de sus especies. Según los autores, para su estudio, los reservorios zoonóticos, incluidos murciélagos y roedores, no fueron excepcionales, manteniendo un número de zoonosis que coincidía con las expectativas de los grupos de mamíferos de su tamaño. Mollentze & Streicker (2020) señalan que sus hallazgos muestran que la variación en la frecuencia de las zoonosis entre los órdenes de los animales puede explicarse sin relaciones ecológicas o inmunológicas especiales entre hospedadores y virus, indicando los autores la necesidad de reconsiderar los enfoques actuales destinados a encontrar y predecir nuevas zoonosis.
En este aspecto, recordemos el trabajo de Han et al. (2016) en el que los investigadores comentan que, a medida que la frecuencia y la prevalencia de las enfermedades zoonóticas aumentan en todo el mundo, la investigación sobre cómo las distribuciones de hospedadores mamíferos determinan los patrones de enfermedades humanas, así como qué regiones tienen mayor riesgo de una futura aparición de enfermedades zoonóticas, son dos objetivos que requieren mejor comprensión respecto a distribuciones actuales de los hospedadores zoonóticos y los patógenos. Revisan dichos expertos, también, datos existentes sobre las especies hospedadoras de mamíferos, comparando y contrastando estos patrones con los mapas globales de hospedadores zoonóticos en 27 órdenes de mamíferos terrestres, y discutiendo el potencial zoonótico de las especies hospedadoras de los seis grupos de mamíferos más ricos en especies. Han et al. (2016), identifican brechas analíticas y conceptuales que deben abordarse para mejorar la capacidad de elaborar predicciones sobre enfermedades zoonóticas, originadas en mamíferos salvajes, que en muchos casos sorprende (a mí me sorprendió) por los resultados (ver figura 2 y 3).
Y es que, según Mollentze & Streicker (2020), identificar si los nuevos virus humanos se originan desproporcionadamente de ciertos grupos de animales podría orientar esfuerzos de investigación y vigilancia. Si tales depósitos especiales existen sigue siendo, para algunos, controvertido, señalando que la proporción de virus que infectan a los humanos varía mínimamente entre órdenes taxonómicos. En cambio, el número de virus que infectan humanos aumenta proporcionalmente al número total de virus mantenidos por cada grupo de reservorios, lo que a su vez se explica por el número de especies animales dentro de cada grupo. Esto respalda una explicación neutral para el huésped, para la variación observada en el número de zoonosis entre los grupos de animales, de modo que es poco probable que ciertos órdenes de animales produzcan virus que amenacen desproporcionadamente a los humanos (Juste Ballesta et al., 2020). Estos hallazgos apoyan la necesidad de estrategias, evidentemente, para identificar virus de alto riesgo antes de su aparición/expansión.
Según Nyhus (2016), las interacciones humanas con la biodiversidad (organismos animales y vegetales) son una experiencia definitoria de nuestra existencia. Desde antaño, los primeros humanos compitieron ferozmente con la vida silvestre por alimentos y recursos de todo tipo, han logrado combatir ciertas especies peligrosas o controlar algunos patógenos (tifus, viruela…). A otras especies las han domesticado conviviendo en armonía con ellas. Incluso, el autor, aplica una amplia gama de enfoques sociales, conductuales y técnicos para explicar las interacciones con la vida silvestre. Un conflicto que ha provocado extinciones, muy crueles, durante las cuales han desaparecido especies para siempre, al igual que reducción de especies actualmente muy amenazadas, pero también se ha originado alta mortalidad humana, así como pérdidas económicas en el contexto de sociedad actual. Los avances de comprensión en este conflicto han llevado a un número creciente de resultados sobre conservación y coexistencia. Puede ser, ahora, según este autor (Nyhus, 2016), el momento oportuno para identificar un nuevo campo, que él define como anthrotherology, quepermite reunir académicos, profesores, investigadores y profesionales de diferentes disciplinas para abordar este conflicto, es decir, la convivencia equilibrada entre humanos y vida silvestre. Indudablemente, esto conducirá (según el autor) a avanzar en nuestra capacidad para conservar la diversidad biológica y al tiempo abordar las necesidades de salud y bienestar de las personas.
Y es que según Tédonzong et al. (2020), comprendiendo/investigando los efectos específicos de las actividades humanas respecto a la vida silvestre, podemos mejorar la gestión de conservación de dicha biodiversidad en paisajes dominados -evidentemente- por humanos y en el contexto de nuestra sociedad (Juste Ballesta et al., 2020). De acuerdo con Lloret et al., (2020), el coronavirus CoVid-19 nos ha dejado muchas lecciones, por ejemplo, que la salud del planeta es nuestra salud, que surgen problemas cuando se abandona a la ciencia (léase apoyo a la investigación), así como la importancia fundamental de la prevención, de mirar hacia el futuro. Pero a todo esto, y como siempre hemos dicho, hay que unir la necesidad de una continua, rigurosa, amplia y apasionante divulgación del conocimiento, en especial de aquellos aspectos que de forma general deben ser comprendidos por todos. Ello nos hará entender/estudiar el mundo en que vivimos, de manera más integral, agrupando disciplinas, respetando especialidades, donde cualquier elemento es importante, porque juega un papel esencial para que todo esté en equilibrio. Pero, sobre todo, algo que no siempre se ha cumplido, valorando todas las investigaciones, sin menospreciar alguna de ellas, cuyo estudio, quizás, en su día, no se apoyó lo suficiente (léase planctología, colecciones biológicas, taxonomía, ecología, evolución o biogeografía, por citar algún ejemplo) y en ciertos momentos, frente a problemas acuciantes, se piensa… cuánto falta profundizar en ellas.