Antes de la llegada de los europeos la organización territorial de Tenerife estuvo supeditada al aprovechamiento de los recursos en el ecosistema insular y a su consiguiente modelo de organización social. La mediación en los litigios derivados de la organización ganadera (terrenos de pastos, querellas entre pastores, competencia por fuentes y abrevaderos,…) correspondía al «Mencey», un jefe-guerrero de cada demarcación que intervenía ante las eventuales dificultades colectivas.
Las fuentes etnohistóricas citan la existencia de «menceyes» para explicar el liderazgo de su sistema de gobierno a través de los cabezas de linaje familiar cuya preponderancia era aceptada, acatada y respetada por los demás miembros de la sociedad. A ellos les entregaban una parte de las reses de los rebaños que pastaban en cada territorio, cuya carne era luego parcialmente redistribuida en una gran fiesta comunal anual de nueve días de duración para reforzar la identidad colectiva en un territorio neutral y emblemático.
El paulatino crecimiento demográfico trajo como consecuencia la compartimentación de la isla en demarcaciones territoriales coincidentes con las comarcas naturales que la integran y cuyos recursos eran defendidos de la injerencia de otros segmentos opuestos para garantizarse la subsistencia, supervivencia y reproducción. La heterogeneidad potencial de cada uno de estos nichos ecológicos supuso diferencias de riqueza entre las facciones tribales, algunas de las cuales aspiraban a la supremacía sobre las demás.
¿Cómo organizaban los guanches su territorio?
Las principales fuentes etnohistóricas constatan la existencia de un modelo de organización territorial constituido por nueve secciones, si bien en ocasiones algunos autores señalan sólo «dos reinos». Esto se explica porque la estructura político-territorial de los guanches se correspondía con lo que se conoce como un sistema segmentario, típico de las sociedades bereberes norteafricanas. Todas ellas poseen un territorio adscrito a los linajes y clanes que lideran los segmentos de parentesco y -en Tenerife- dieron lugar a demarcaciones denominadas Anaga, Güimar, Abona, Adeje, Tegueste, Tacoronte, Taoro, Icode y Daute.
A su vez, durante la conquista castellana de la isla se explicitaron los «dos reinos» con carácter preeminente como consecuencia de los pactos establecidos entre las secciones citadas. Uno al sur y otro al norte: Güimar con núcleo principal en el valle del mismo nombre y Taoro, cuyo epicentro se correspondía con el actual valle de La Orotava. La documentación etnohistórica alude a un estado de enfrentamiento latente entre ambas agrupaciones, rivalidades internas que facilitaron la penetración castellana al quedar establecidas respectivamente como “bandos de paces” y “bandos de guerra”. De cada una de esas cabeceras centrales dependían en cada caso los otros territorios tribales, cuyos jefes se confederaron mediante pactos, al norte y al sur, debido a las contingencias sobrevenidas.
La organización de los guanches se explica como una unidad segregada territorialmente en comarcas naturales por los distintos segmentos que la integraban, todos ellos entroncados entre sí por un antepasado mítico, real o imaginario. Un mito de origen que funcionaba como mecanismo de cohesión social e identidad.
Finalmente, el depositario del poder carismático del antecesor mítico fue el Mencey de Adeje, el único que aparece reflejado como tal en el reparto de datas tras la conquista europea, coincidiendo –además- con el territorio que ancestralmente se adjudicó el clan indígena predominante que llegó a la isla por esa zona del suroeste de Tenerife.
Dr. José Juan Jiménez González, conservador del Museo Arqueológico de Tenerife.