Ella se quedó en casa, en su casa (que resulta que hoy es la casa de todos). La denominada como Casa Lercaro, una de las sedes del Museo de Historia y Antropología de Tenerife, es muchas veces nombrada y conocida por ser la eterna morada de un fantasma: Catalina Lercaro. Qué curioso giro del destino que un espectro del pasado abanderara tan obedientemente un lema del presente. Claro que las razones fueron otras, aunque en este asunto la razón… no se sabe bien ni dónde está, ni quien la tiene.
Tantas veces mentada, analizada, odiada y amada, no imaginó nunca ser protagonista de trabajos escolares, novelas de misterio, noticias de periódico o programas de televisión. Manifestándose a través de tan variados formatos a un ritmo que no controlamos, entra en constante competencia con los cometidos científicos que hoy tiene la casa que fue su morada, y que trata de proyectarse con otros objetivos: ser habitada como cobijo y salvaguarda del patrimonio histórico insular.
Desde el Museo no se acostumbra a hurgar en el territorio de la leyenda. El acercamiento se hace más para explorarlo que para explotarlo. De este modo, se propuso abrir una línea de investigación, viendo que Catalina cada vez cobraba más popularidad y, al andar de boca en boca, la leyenda se alimentaba de nuevos detalles que hasta desvirtuaban la historia de origen [cuentan que la joven Catalina Lercaro iba a desposarse con un hombre del que no estaba enamorada. El día de la boda y aún ataviada de novia, se suicida tirándose a un pozo que estaba en el patio trasero de la casa].
La primera tarea consistió en identificar mujeres de la familia Lercaro que hubiesen muerto en edad de casaderas. Esta búsqueda se basó en el estudio de los libros de entierros de las dos parroquias que tuvo la ciudad de La Laguna durante el Antiguo Régimen: La Concepción y Los Remedios. Se hizo un barrido en dichos libros parroquiales desde 1600 y sólo se encontró una mujer que se ajustara al perfil, con la única salvedad del nombre. El dato se halla en una partida de entierro de la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, en cuya jurisdicción se ubica la Casa Lercaro:
En veinte y uno de septiembre de mil setecientos ochenta y un año (sic) se enterró en el convento de San Francisco Doña Francisca Lercaro de edad de veinte y ocho años de estado libre; hija de Don Juan Lercaro Justiniano y de Doña María Fonseca difunta, vecina de esta ciudad en esta feligresía recibió solamente el santo óleo porque el accidente no dio tiempo a los demás sacramentos fueron cura y sochantre. Llevose capa y no tuvo pausas asistió el beneficio y se hizo señal grave (1).
El Nobiliario de Canarias recoge la existencia de esta joven y da noticia de que falleció soltera a los 28 años de edad, aunque no menciona el dato de su muerte repentina (2).
El que Francisca Lercaro haya muerto repentinamente se desprende de la expresión de su partida de entierro: porque el accidente no dio tiempo a los demás sacramentos. El diccionario de Autoridades de la Real Academia de la lengua española define la palabra accidente de la siguiente manera: Accidente. Llaman los Médicos la enfermedad, ó indisposición, que sobreviene y acomete, ó repentinamente, ó causada de nuevo por la mala disposición del paciente.
La partida de entierro no aclara en qué consistió este «accidente», que bien pudiera referirse a una enfermedad, o también a algún otro suceso sobre el que no convenía dar más detalles, como pudiera haber sido el suicidio.
El siguiente paso en la investigación sería determinar si esta joven se hallaba en vías de contraer matrimonio, pero esto es algo que, de momento, no se ha podido constatar. Se intentó una búsqueda a través de los protocolos notariales de una carta de dote, pero sin ningún éxito. De todas formas, se trata de un acto que no siempre se protocolizaba.
Con posterioridad se amplió la búsqueda a las mujeres ya casadas y así, aparece una segunda “candidata”: Úrsula María de los Remedios, hija primogénita de D. Diego Lercaro Justiniano y de Dña. Elvira María de Herrera Leiva Urtusáustegui, qué gozó de muy buena posición social. Casó con D. Pedro de Nava (hijo de los marqueses de Villanueva del Prado) formando lo que pudo ser un matrimonio de conveniencia pues, al no ser el primogénito, no le correspondía heredar título ni fortuna familiar. Sí recibió, en cambio, la cuantiosa dote que aportó al matrimonio Dña. Úrsula. Se casaron por poderes en 1725 al alegar él que: no puede hallarse presente a desposarse con dicha Señora doña Úrsula María Lercaro por estar de próximo a embarcarse para las Indias (3).
Ella muere poco después de forma repentina, sin siquiera haber hecho testamento, tal como consta en su partida de entierro:
En veinte de julio de 1727 años se enterró en el convento de San Francisco de esta ciudad doña Úrsula Lercaro y Justiniano (…). Murió abintestato y por saber tenía sepulchra maiorum en dicho convento convino el beneficio en que se enterrara en ella (4).
Francisca, Úrsula, Catalina, …. los fantasmas se cuelan por las rendijas que desatiende la crítica científica. La leyenda de la Casa Lercaro gira en torno a la muerte romántica y qué es el Romanticismo sino una fuga de lo real a lo imaginario. Lercaro aporta, además, un componente mágico por lo vetusto del edificio, que acrecienta las posibilidades de sentirse como transportado al pasado y funciona como un catalizador que reinterpreta (el viento en un susurro, una sombra en un cuerpo, …). Lo cierto es que no es posible la neutralidad o la indiferencia cuando se aborda un tema como éste. Siempre suscita un comentario: crédulo, escéptico o irónico. ¿Cuál sería el tuyo?…
Carmen Dolores Chinea Brito
Subdirectora del Museo de Historia y Antropología de Tenerife