En esta actividad el relato y la noticia falsa cobran protagonismo; pero su finalidad es meramente lúdica y educativa –y más en los tiempos que corren–, siendo su único propósito el entretenimiento, despertar la imaginación y el espíritu crítico. Aprender a discernir lo que es real frente a lo que no y, sobre todo, separar la paja del centeno (o grano).
Contempla la imagen, lee el texto y sigue las instrucciones; porque, a veces, las cosas no son lo que aparentan y quitando el ornamento podrás darte cuenta que subyace otra realidad.
El Molino del Morro apareció consumido por el fuego la mañana de San Juan. Un humeante amasijo de cascotes y madera carbonizada ocupaba ahora el lugar donde se erigía la construcción. Tras su simple morfología, compuesta por un característico edificio troncocónico de mampostería enlucida y un tejadillo achatado, se cobijaba una compleja maquinaria que solo una mente preclara podía haber concebido. Curiosos engranajes dentados y ejes engrasados que, por arte de magia, cobraban vida gracias a cuatro enormes aspas impulsadas por un viento cambiante como los avatares de la vida. Un enorme rotor lignario cuya chirriante cadencia ya nadie recuerda en el lugar. Sonidos otrora cotidianos y cuyo eco tan solo perdura en las vetustas piedras que cercan las colindantes parcelas baldías.
Pero el “Sancta Sanctorum” de este molino se encontraba en sus muelas. Dos enormes piedras cilíndricas con las que se obtenía un alimento muy codiciado entre panaderos y reposteros del lugar. Un fino polvillo, de una blancura cegadora, tan solo comparable a las canas de las dos propietarias del ingenio. Aunque, varios días de la semana, también se producía un gofio dorado con sabor a galleta, cuyo intenso aroma se decía que despertaba a presentes y ausentes. Sin embargo, el Molino del Morro también molturaba pesadillas, por ello no era extraño ver en sus inmediaciones a algunas personas provistas de latitas de pimentón vacías para guardar la perturbadora harina. Un polvo ceniciento que enterraban siempre en el rincón de un solar, en un hueco muy profundo, lejos de la curiosidad del conejo y el olfato del hurón.
Cuentan que una noche ventosa, en el ocaso de la primavera, alguien tuvo la ocurrencia de poner en marcha el Molino del Morro con el objeto de triturar sus pesares. A lo largo de la madrugada la muelas trabajaron sin parar y por el intenso rozamiento saltaron tres chispas que prendieron allí donde la tea rezumaba más resina, provocando un incontrolable incendio.
Los vaporosos rescoldos perduraron durante muchas jornadas entre los carbonizados escombros. Tan solo quedó en pie el marco de la puerta de acceso y de la que pendía un sol iridiscente, fruto de la fusión de los cristales de una ventana. Un astro radiante para un verano que se presagiaba diferente.
Ahora, hagamos un ejercicio mental, extrayendo el elemento “absurdo” de esta instantánea e intentando dar respuesta a las siguientes preguntas (busca ayuda si lo estimas necesario):
Acto seguido, introduce de nuevo el elemento “absurdo”, contesta a las mismas preguntas planteadas, dejando volar tu imaginación.
Ya tienes los ingredientes básicos para crear dos historias: una basada en hechos verídicos y contrastados, frente a otra donde la inventiva cobra protagonismo.
Déjanos la propuesta que quieras y, si te apetece, genera un debate entre tus conocidos.
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