En esta actividad el relato y la noticia falsa cobran protagonismo; pero su finalidad es meramente lúdica y educativa –y más en los tiempos que corren–, siendo su único propósito el entretenimiento, despertar la imaginación y el espíritu crítico. Aprender a discernir lo que es real frente a lo que no y, sobre todo, separar la paja del centeno (o grano).
Contempla la imagen, lee el texto y sigue las instrucciones; porque, a veces, las cosas no son lo que aparentan y quitando el ornamento podrás darte cuenta que subyace otra realidad.
La ciudad nunca dejará de sorprendernos. Boquiabiertos, observamos el imponente inmueble que se yergue en una de las principales vías que la atraviesan. Una construcción que a buen seguro pasaría desapercibida a no ser por la presencia de piedra labrada en su fachada, característica que la singulariza frente a otras viviendas que se encuentran en sus inmediaciones. Sin embargo, ahora no es el momento de centrarnos en minuciosas descripciones del esmerado trabajo de la cantería, ni en las intenciones (reveladas o no) de sus promotores y artífices, ya que lo que aquí nos convoca es la historia de las cuatro gárgolas que rematan su fachada.
Según se cuenta, dichas figuras fueron traídas de una tierra al otro lado del Atlántico, más allá del mar que denominan Caribe y, muy al contrario de lo que se piensa, estas representaciones zoomorfas no se corresponden a cabezas de dragones, sino a serpientes emplumadas; pues, a poco que se fije uno en los detalles, podrá distinguir su específica morfología.
Hubo una época en la que las gárgolas de la Casa de Piedra eran más habladoras, sobre todo durante los días de lluvia intensa, pues dicen que éste era el preciso momento en que se sentían más cerca de su tierra natal. Además, la gente del lugar conocía esta facultad de “comunicación pluvial” y por ello no era de extrañar ver a una o varias personas (con o sin paraguas) manteniendo una amistosa conversación bajo dichas esculturas. Un diálogo que siempre duraba lo que tardaba un negro nubarrón en descargar su contenido líquido; ni más, ni menos. Aunque, eso sí hay que decirlo, siempre había alguien embelesado que aguardaba estático hasta que la última gota evacuada caía sobre su frente, dando por concluido el vínculo comunicativo.
Con el paso del tiempo, cada una de las gárgolas comenzó a desarrollar su propia personalidad, lo que se podía apreciar en una serie de detalles que al común de los mortales, quizás, se le pasara por alto. Así, situaciones como la reducción del caudal desaguado, la presencia de una incipiente vegetación creciendo en su canalón, presentar un nido de palomas en su estructura o, simplemente, mostrar un cierto rubor cada vez que alguien las contemplaba desde la calle o les hacía fotografías, eran indicios más que suficientes para apreciar sus estados de ánimo.
Hace tiempo que las cuatro gárgolas ya no hablan como antaño, porque los días de lluvia se han reducido considerablemente y por eso la gente ya no acude en tropel para escuchar sus historias y revelaciones. De todas formas, muy de vez en cuando, todavía es posible contemplar algún transeúnte observando desconsoladamente la fachada donde moran.
Déjanos la propuesta que quieras y, si te apetece, genera un debate entre tus conocidos.
didacticamha@museosdetenerife.org