La oscura habitación olía a cosas antiguas. Cuando la vista se adaptó a la tiniebla, el visitante se pudo percatar que un hilillo de luz, muy tenue, penetraba desde el exterior a través de un minúsculo hueco que la carcoma había realizado en una contraventana. Un haz muy fino que ahora era invadido por una multitud de arremolinadas motas de polvo. Partículas que en su hipnótica e infinita danza revelaban que aquella estancia había permanecido cerrada demasiado tiempo.
En un vano esfuerzo por mover una de las hojas del ventanal, el curioso personaje se quedó con el pestillo en la mano. Pese a ello, logró que la claridad de la calle entrase un poco más por una estrecha abertura, lo suficiente para que todo alrededor fuera sutilmente revelado. De este modo, las formas intuidas a tientas dieron paso a contornos parcialmente definidos. Y he aquí la disyuntiva, pues no se sabría decir si de una negrura aparente se había pasado a una negrura menos evidente.
Los objetos que se mostraban ya eran viejos cuando fueron trasladados al antiguo emplazamiento. Piezas concienzudamente colectadas ocupaban una estancia con su capacidad más que mermada. Junto a estantes, mesillas y rinconeras, también tenían cabida varias vitrinas, mostrando que todo lo que estaba dispuesto respondía a un criterio específico. Sin embargo, pareciera que en un momento concreto dicho mobiliario no fue suficiente para albergar lo que allí se exponía, de tal manera que los objetos comenzaron a ser convenientemente distribuidos por otros espacios. En un primer momento en el suelo y cuando su número fue tal que hizo imposible el desplazamiento, se continuó por ubicarlos en las paredes. Finalmente, los paramentos también quedaron atestados y alguien tuvo la genial idea de colgarlos de la techumbre, cual despacho de charcutero o negocio de carnicero.
El visitante se sintió atraído por una extraña pieza colocada sobre una mesilla. Un adminículo rectangular, no más grande que un papel para mecanografiar, frío al tacto y de una tersura indescriptible. Además, en uno de sus cantos presentaba un botón que fue presionado sin titubeos por nuestro protagonista. Al instante, un recuadro se encendió en medio del objeto, seguido de una resplandeciente luz que iluminó la habitación por completo, pudiéndose ahora apreciar todo lo que allí se exponía con total nitidez. Pero a él eso ya no le importaba, pues toda su atención estaba centrada en aquella pantalla y en la eclosión sensitiva que se le brindaba. De este modo, fue partícipe de las miles de historias que aquellos objetos le contaron, pues sin quererlo, había abierto otra ventana al conocimiento.
Ahora, hagamos un ejercicio mental, extrayendo el elemento “absurdo” de esta instantánea e intentando dar respuesta a las siguientes preguntas (busca ayuda si lo estimas necesario):
Acto seguido, introduce de nuevo el elemento “absurdo”, contesta a las mismas preguntas planteadas, dejando volar tu imaginación.
Ya tienes los ingredientes básicos para crear dos historias: una basada en hechos verídicos y contrastados, frente a otra donde la inventiva cobra protagonismo.
Déjanos la propuesta que quieras y, si te apetece, genera un debate entre tus conocidos.
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