En efecto. Podría parecer un despropósito, pero finalmente se ha corroborado que unas pequeñas construcciones –rematadas con una cúpula y hechas de tosca–, localizadas en las medianías del sur de la isla, son el testimonio material del cambio climático.
Por tradición, se las ha asociado a vestigios de nuestra historia reciente, no obstante, una novedosa teoría las vincula con la cultura inuit. Y de ella se desprende que una rama de este grupo étnico estuvo asentado en la isla durante la última glaciación. Una noticia que tira por tierra cualquier especulación relativa al poblamiento insular y zanja de una vez por todas el complejo puzle que ha sido la reconstrucción de nuestro remoto pasado.
Parece ser que esta población estuvo asentada en una franja geográfica distribuida entre los 600 y 1.200 m sobre el nivel del mar, entre El Escobonal y Fasnia, e igualmente se asevera que nunca llegaron a frecuentar las zonas costeras, debido a que no les gustaba mucho este entorno. Sin embargo, cuando el hielo perpetuo fue retirándose progresivamente de nuestro territorio, los pequeños habitantes de las cúpulas de piedra siguieron su rastro en dirección hacia el Norte. A aquellas latitudes donde se encuentra la estrella que nunca se mueve del cielo. En el lugar en el que las auroras danzan al son de la gélida brisa. Allí donde solo el color blanco tiene tantas denominaciones como los copos de nieve que caben en la palma de una mano.
Con ellos se llevaron sus escasas pertenencias y sus tradiciones: El arte de pescar estrellas en los charcos; cazar nubes de puntillas, con el brazo extendido hacia lo alto y un ojo guiñado; beber a sorbos cortos los colores del arcoíris, del más cálido al más frío; o pintar a oscuras en las noches de luna nueva con la tizna del fogón.
Dicen que cuando abandonaron la isla, el cielo se ensombreció y se vino abajo. Llovió ininterrumpidamente por espacio de decenas de estaciones y como resultado de esto, Tenerife quedó abarrancada y fértil. Cicatrices que dieron paso a una nueva era.
Ahora, hagamos un ejercicio mental, extrayendo el elemento “absurdo” de esta instantánea e intentando dar respuesta a las siguientes preguntas (busca ayuda si lo estimas necesario):
Acto seguido, introduce de nuevo el elemento “absurdo”, contesta a las mismas preguntas planteadas, dejando volar tu imaginación. Ya tienes los ingredientes básicos para crear dos historias: una basada en hechos verídicos y contrastados, frente a otra donde la inventiva cobra protagonismo. Déjanos la propuesta que quieras y, si te apetece, genera un debate entre tus conocidos.