Registro de salida: «Maqueta naval HMS BOUNTY »

Registro de salida

Este término, muy habitual en el argot del mundo de los museos para indicar que las piezas se mueven (del almacén o las salas expositivas hacia otro lado), lo usamos ahora desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife para hacerte llegar digitalmente algunos de sus fondos.
Maqueta naval





Hoy: Maqueta naval HMS BOUNTY [23. 2022. 194]


La pieza que presentamos en este nuevo REGISTRO DE SALIDA es una interesante muestra de modelismo naval. Se trata de la maqueta del navío HMS Bounty, elaborada en madera a partir de un kit comercial de excelente calidad de acabado, realizada con una impecable ejecución por parte de su constructor, David Bertie Trott, quien la donó al Museo de Historia y Antropología junto con otro grupo de maquetas y una extensa colección de sellos. Tiene unas dimensiones aproximadas de 100 cm de largo por 75 cm de alto y reproduce fielmente un navío de vela inglés, del siglo XVIII, que quedó marcado por una trágica y famosa historia. Curiosamente, Tenerife formó parte de su periplo y existencia, ocupando algunos renglones de su historia.

El HMS Bounty era un buque mercante de tres palos y 215 toneladas adquirido por la Marina Real Británica, que alcanzó la fama por una tragedia marítima iniciada con el motín que se produjo a bordo cuando surcaba los mares de Tahití. Una historia que se ha contado luego en libros como el de Los amotinados de la Bounty, un cuento corto de Julio Verne publicado en 1879, o en películas como la de 1935 con Clark Gable en el papel del amotinado y Charles Laughton como el capitán o aquella otra con Marlon Brando y Trevor Howard en los mismos papeles en 1962 (para la que se construyó una réplica exacta del barco) e, incluso, una tercera con Mel Gibson y Anthony Hopkins en 1984.

El buque tenía una eslora de 28 metros, una manga de 7,5 metros y una tripulación compuesta por 46 miembros, entre ellos dos botánicos. Partió de Inglaterra en las navidades de 1787 para su primera misión al mando de William Bligh, un ilustrado de 33 años de edad, marino de probada experiencia y eficacia y discípulo del capitán James Cook, a quien había acompañado en su segundo viaje alrededor del mundo entre 1772 y 1774. Bligh fue llamado por la Armada para hacerse cargo del barco con el grado de teniente de navío, pues tanto las pequeñas dimensiones de la Bounty como la finalidad del viaje de carácter científico y no bélico, no requerían de un capitán. El objetivo del viaje era una verdadera investigación botánica. Debían recolectar centenares de almácigos del árbol del pan en las Islas de la Sociedad, y llevarlos para plantarlos en las Antillas con la intención de proporcionar así un alimento barato y nutritivo a los esclavos locales. Para transportar las macetas, la nave fue adecuadamente acondicionada.

El 4 de enero de 1788, doce días después de su partida de Inglaterra, la nave arriaba velas en la bahía de Santa Cruz de Tenerife. En su diario de a bordo, Bligh dejó registro de las transacciones realizadas para la adquisición de productos, su cordial relación con algunos personajes de la época como el marqués de Branciforte y otras impresiones sobre su estancia en la isla. El aprovisionamiento corrió a cargo de la firma “Cólogan e Hijos”. El Gobernador, no sin ciertas reticencias debido a las amenazas de enfermedades que se producían en la época, concedió permiso de avituallamiento al buque y de acceso a la isla al botánico David Nelson para salir de excursión y herborizar por las todas las montañas inmediatas a la ciudad, así como al resto de la tripulación para bajar a tierra.

Bligh registró los precios de mercancías y transporte hasta el navío. Respecto a la calidad del vino, la describe como de buena clase a diez libras la pipa y también señala el precio de otro de calidad superior a 15 libras, que no tiene nada que envidiar a los mejores de Madeira que se encuentran en Londres. Respecto a los productos de la huerta, menciona las cosechas desfavorables debido al hecho de encontrarse en invierno y la escasez de maíz, papas, calabazas, frutas frescas y cebollas, al doble del precio habitual en temporada estival, así como la dificultad de conseguir carne de vacuno de mediana calidad. Estas incidencias, que denotan la escasez de productos y su sobrecoste, le hacen concluir a Bligh que el puerto no es apropiado para hacer provisiones durante la temporada invernal. Finalmente, sólo consigue una partida de higos secos, algunas naranjas de mediocre calidad y bastantes limones, siendo estos últimos los que le servirán para evitar el escorbuto en la tripulación (originado por la carencia de vitamina C).

Bligh describe la ciudad de Santa Cruz de Tenerife como de un kilómetro de extensión en cada sentido, construida de forma regular con casas generalmente amplias y aireadas, pero con unas calles muy mal pavimentadas. Finalmente, tras seis días de estancia, la Bounty levó anclas el jueves 10 de enero.

Se preveía un viaje pacífico hasta la isla de Tahití, que había sido visitada por el capitán James Cook en 1769 y considerada por los marineros británicos como un paraíso. Sin embargo, durante el viaje, una tempestad les obligó a cambiar de rumbo y a retrasarse varios meses más de lo previsto. Cuando llegaron a Tahití, en octubre de 1788, ya no podían transportar los frutos, así que tuvieron que hacer una larga escala en la isla de destino en la que fueron bien recibidos por los tahitianos, que comerciaron con ellos e, incluso, los acogieron en sus casas, intimando con los lugareños e iniciando relaciones con sus mujeres o casándose con ellas, como el primer oficial Fletcher Christian. A lo largo de aquellos cinco meses de estancia más del 40 por ciento de los hombres fueron tratados por enfermedades de transmisión sexual que habían sido importadas a Tahití años antes por exploradores ingleses y franceses.

En abril de 1789 la Bounty retomó su misión, zarpando con el disgusto de una buena parte de la tripulación, cuyo malestar fue creciendo hasta que, el 28 de abril, un grupo de amotinados liderados por Fletcher, cogieron los mosquetes de la Bounty, entraron en el camarote de Bligh y lo hicieron prisionero. La Bounty quedó bajo el mando de los rebeldes. Los amotinados pusieron al capitán y a otros 18 hombres en un bote, les dieron raciones y un sextante para que pudieran navegar y los dejaron a la deriva. En ese pequeño bote, con un puñado de subordinados fieles y con escasísimos víveres, Bligh comandaría aquella pequeña tripulación, obligándoles a ponerse de pie por turnos para hacer ejercicios, a quitarse las ropas cuando llovía, a meterlas en el mar y luego retorcerlas hasta que pareciesen secas antes de volver a ponérselas, etc. En los momentos de mayor penuria les repartía dos cucharaditas de ron por cabeza. Así, tal como sostuvo el capitán a su regreso, se mantuvieron saludables y sólo murió uno, pero fue a manos de nativos hostiles. Este viaje supuso una heroica e increíble travesía de 47 días y más de 4.000 millas marítimas hasta Cupang, en las cercanías de Timor, donde desembarcaron y hallaron auxilio el 14 de junio de 1789.

El primer oficial y el resto de los amotinados lograron quedarse a bordo de la Bounty y regresar a Tahití donde, tras diversas peripecias y desventuras, se dividirían en dos grupos. Uno fue abandonado por los demás en Tahití y el otro, zarparía a bordo de la Bounty. El primer grupo permaneció en Tahití hasta el arribo del HMS Pandora en 1791, que los embarcó hacia Inglaterra, a donde llegarían después de naufragar y sobrevivir en tres pequeños botes con los que llegaron a Timor, realizando una hazaña similar a la de Bligh. Una vez en Inglaterra, ocho de ellos fueron juzgados, tres de los cuales terminarían ahorcados. El segundo grupo, compuesto por Fletcher Christian, ocho marineros ingleses, doce nativos raptados de Tahití y seis nativas, se embarcaron hasta encontrar, tras una larga búsqueda, la remota y deshabitada isla de Pitcairn, donde vararon la nave para luego incendiarla, de modo que no fuera visible desde el mar.

Tensiones y rivalidades fueron surgiendo gradualmente, ya que los británicos percibían a los tahitianos como seres de su propiedad, en particular a las mujeres. De esta manera, se produjeron enfrentamientos y asesinatos que fueron diezmando la población de la isla hasta que, en 1808, un navío estadounidense la encontró con una población de cuarenta y seis isleños, mayoritariamente jóvenes, liderados por Adams, el último superviviente de los amotinados de quien dependía, claramente para ellos, el bienestar de todos los isleños.