Nuestro nuevo «Registro de salida» presenta a un juguete con forma de mono tocando una guitarra, de fabricación japonesa, creado en los años cincuenta del siglo XX. De pequeño tamaño, su volumen queda enmarcado en una altura de 33 cm, por un ancho y largo de 15 cm y 18 cm respectivamente. Unas dimensiones que aportan manejabilidad para su destino en las manos infantiles.
Este tipo de juguete es muy popular y se puede consultar la presencia de muchos ejemplares de estas características en varios países. Su cuerpo es de hojalata engrapada. La cabeza está forrada de fieltro representando la faz de un mono y su cuerpo muestra una disposición antropomorfa, erguido sobre dos patas. Está vestido con un conjunto de prendas confeccionadas en fieltro: pantalón beige, chaqueta a cuadros con solapas y pajarita en el cuello. En sus brazos se apoya una guitarra, también de hojalata litografiada, con las manos sobre las cuerdas del instrumento. La base del juguete consiste en una peana, también de hojalata y litografías en toda su superficie, que incluye un escalón en el que apoya su pierna izquierda. En esta pieza se oculta un cajoncito para guardar las pilas que alimentan el mecanismo eléctrico para el movimiento del juguete. Ambos pies presentan unas perforaciones para amplificar el sonido que emite al ser encendido. Además, su pie derecho está diseñado con una bisagra que facilita el movimiento vertical, al compás del ritmo del sonido que emite el juguete cuando se pone en funcionamiento. En su cabeza lleva un sombrero de plástico rematado con un cascabel en lo alto de la copa.
Su pintura está deteriorada en gran parte de la superficie, debido a las oxidaciones que ha sufrido el metal y se han perdido algunas partes del conjunto del juguete. En la base, se conserva una pequeña pieza cilíndrica y dos cables, restos de lo que fue una suerte de micrófono. Este dato se ha podido contrastar durante las tareas de documentación del objeto, observándose otros juguetes de estas características que, parece, fueron habituales a mediados del siglo pasado, y hoy se encuentran en algunos museos monográficos y entre las piezas de algunos coleccionistas.
Esta pieza llega al Museo de Historia y Antropología de Tenerife mediante donación de Dña. Mª del Pilar Vallejo Cuadrado e ingresa en la colección de “Juegos y Deportes”. Ella la obtuvo en su día como regalo de segunda mano, fruto del afecto que la unía a su propietaria original.
Salvo raras excepciones, las iconografías de animales más representados en los juguetes de hojalata son los cerdos, los perros, los asnos y, fundamentalmente, los monos, vestidos como seres humanos y con el propósito de desencadenar las risas de sus usuarios.
Los juguetes de hojalata empiezan a fabricarse en el contexto de la Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XIX. La materia prima consiste en una fina lámina de acero y estaño. La hojalata aporta a las creaciones maleabilidad, ligereza y bajo coste, aunando los requisitos idóneos para ser utilizada en las elaboraciones de juguetes. De esta manera el producto final adquiere la suficiente resistencia para lidiar con su manejo durante los juegos infantiles. Los juguetes de hojalata nacen en el contexto de un proceso artesanal de montaje y pintado manual. A finales del siglo XIX, la litografía offset imprimió las decoraciones en las láminas de hojalata para, posteriormente, recortar los troqueles de los patrones prediseñados y proceder a su ensamblaje mediante pestañas.
En los albores del siglo XX, Alemania abandera la fabricación de este tipo de juguetes, acompañada por Francia e Inglaterra en el ámbito europeo. Sin embargo, a partir de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos toma el relevo de esta industria, liderando el mercado mundial. Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón asume el testigo de la producción de juguetes de hojalata, aunque bajo la tutela de Estado Unidos.
El mecanismo para activar el movimiento de estos juguetes irá evolucionando: inicialmente girando una cuerda de forma manual para, posteriormente, ser alimentados a base de pilas y baterías que aportaban al movimiento de la figura la emisión de luces de colores y sonido. Estos añadidos favorecían el atractivo y estimulación del público infantil. La decadencia de la fabricación de estos juguetes comienza en los años sesenta del siglo XX, un declive simultáneo al auge del uso del plástico como materia prima.
La inquietud del ser humano de transferir vida de forma artificial a seres inanimados nos ha retado desde la antigüedad. Primero en forma de máquinas que facilitaran las tareas de trabajo cotidianas movidas por poleas o por el viento. Los griegos crean el primer autómata movido por vapor, precursor de la máquina de vapor que protagonizaría toda una revolución industrial para la Humanidad a mediados del siglo XVIII. Las nuevas formas de entretenimiento estimularon el diseño de máquinas capaces por sí solas de generar música, moverse o escribir para divertimento de la población.
El análisis de la evolución de las adaptaciones tecnológicas en general, y su vinculación con el ámbito del juego en particular, es una esfera muy interesante para el estudio cultural de una comunidad. Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940), opinaba que una buena manera de tratar el pasado era analizando los juguetes, es decir, el tratamiento del juguete y del juego. Los juguetes del tipo que ahora nos ocupa actúan sin reflexión; idea que también se transfiere a su usuario ya que, más allá de provocar la hilaridad en sus atentos espectadores, está destinado únicamente a ser observado. Un juguete fruto de una época, desplazado del tablero en la actualidad, en el que la informatización y digitalización desempeñan las nuevas reglas del juego, aún por trazar con la irrupción de la inquietante Inteligencia Artificial.