Los exvotos son tan antiguos como la propia humanidad, pues representan el testimonio material de un agradecimiento –personal o colectivo– a una entidad supraterrena, al tiempo que surgen en un contexto de adversidad.
El cristianismo no siempre aceptó con agrado las ofrendas votivas, pues veía en estas manifestaciones la perpetuación de tradiciones que remitían a un paganismo que condenaba abiertamente y del que quería desligarse. Sin embargo, su explícita presencia en nuestra cultura es una muestra, más que palpable, de que la propia Iglesia no solo fue transigente con esta práctica, sino que también llegó a promocionarla ya que, en cierto modo, eran el testimonio material de un milagro obrado por una determinada advocación de Cristo, la Virgen o un santo. Por ello, desde las ermitas más humildes a las catedrales más afamadas se convirtieron en centros receptores de todo tipo de ofrendas votivas entregadas bajo la apariencia de joyas, cuadros, reproducciones de embarcaciones, fotografías, indumentarias, muletas y así un largo etcétera. Sin embargo, entre los exvotos más comunes descollaban los figurativos, confeccionados en metal o –de forma más genérica– con cera y que representaban al propio donante, a partes de su anatomía, hasta toda suerte de bienes personales, entre los que se encontraban aquellos animales de cuya salud dependía el sustento del oferente o de su núcleo familiar.
La utilización de la cera como material votivo fue muy común en el cristianismo, pues se podía reutilizar y satisfacía la necesidad de iluminar el interior de sus templos en momentos de escasez. De ahí que, en su forma más primaria, el exvoto de cera fuese entregado en bruto (pequeños panes), como candelas (individuales o equivalentes al peso del donante), o bajo el aspecto de grandes cirios con una altura semejante a su oferente (los denominados estadales). Además, dejando de lado las elaboradas manifestaciones de la ceroplástica renacentista italiana, la cera era un material muy extendido entre las clases populares, pues se adquiría y modelaba fácilmente (ya fuese a mano o a partir de un molde). Además, por su textura y color –que solía variar con el paso del tiempo o por la calidad del producto–, se llegaban a impregnar de una pátina que los asemejaba a la piel humana, realzando en este sentido su semejanza con lo representado.
El presente exvoto que forma parte de las colecciones del Museo de Historia y Antropología de Tenerife es un claro ejemplo de elemento figurativo de cera (cabra) y también reflejo de este sentimiento de gratitud surgido en el seno de una sociedad agropecuaria. Actualmente, como prueba fehaciente de la pervivencia de esta tradición en nuestro contexto insular, podemos remitirnos a la denominada Octava Ganadera, celebrada cada mes de enero en honor a San Antonio Abad, en el municipio de La Matanza de Acentejo.