Entre los objetos que forman parte de la colección del Museo de Historia y Antropología de Tenerife (MHAT) nos encontramos con esta batidora multifunción marca Ballerup “Ideal Mixer”, datada en los años 50 del siglo XX, que procede de una donación particular del año 2019 y que sirvió como uno de los elementos expuestos durante el NOCTURNOS de la estación de verano (actividad cultural de larga andadura en el Museo), que se dedicó en esa ocasión al tema del azúcar en Canarias.
Oriunda de Dinamarca, esta pieza se considera una joya representativa de los primeros años de la maquinaria de cocina danesa y solía utilizarse a la vez como batidora, licuadora y picadora de carne. La carcasa está elaborada en plástico resistente de color crema y negro que se asienta sobre un soporte giratorio del mismo material y que puede ser extraída para ajustar cada una de sus funciones (batir, amasar…). En un lado de la máquina está instalado un eje desde la base sobre la cual se atornilla perpendicularmente un “brazo” giratorio cuyo extremo exterior es de hierro galvanizado. En la parte superior dispone de un recipiente de cristal que hace las veces de exprimidor de cítricos y que termina en un vertedero por el que los líquidos pasan a otro recipiente de cristal, instalado en la parte inferior.
La batidora trae consigo dos cuencos de cristal de diferente tamaño que se utilizaban en función de la cantidad que se batía o se amasaba: el diámetro del cuenco grande es de 23 cm y 14 cm de altura, mientras que el pequeño tiene un diámetro de 16 cm y una altura de 11 cm. Además de estos accesorios, este electrodoméstico solía incluir un picador de carne y una peladora de papas.
En la parte posterior de la carcasa del motor está el mando de control de velocidad, con una escala de 1 a 15. En la parte delantera presenta una chapa de esmalte en rojo, azul y dorado, con la siguiente leyenda: BALLERUP. Ideal Mixer.
El contexto de la incorporación y relevancia de la batidora en las tareas domésticas está caracterizado por el poco desarrollo tecnológico, en el que los primeros utensilios para la producción culinaria en las cocinas eran muy simples y de materiales poco adecuados como la madera o el barro, con las manos como principal herramienta para triturar, mezclar y batir, con la ayuda de grandes cucharones o del mortero. Con el impulso de la Revolución Industrial y en plena fiebre de las patentes, la cocina se fue modernizando y así es como nació el batidor de varillas a manivela.
En 1856 el americano Ralph Collier patentó el primer mecanismo batidor con partes rotatorias y en los años siguientes se sucedieron las imitaciones. En 1884, Willis Johnson avanzó en el ideario del modelo de batidora manual con un diseño mejorado, pensado para batir y mezclar huevos y otras masas mediante la acción de una manivela manual que movía dos varillas metálicas en direcciones opuestas, pero que todavía necesitaba la fuerza humana para funcionar.
Ya en 1885 el también americano Rufus Eastman presentó la patente de un batidor que podía conectarse a un motor eléctrico, pero no fue el único, porque no solo interesaba batir, sino que también se estaban ingeniando formas de triturar, moler y emulsionar mecánicamente. Y así fue como, en 1922, Stephen Poplawski, siendo director de una compañía eléctrica, tuvo una idea simple pero revolucionaria a la vez: incorporar cuchillas al fondo de un gran recipiente con forma de vaso, movidas por un motor eléctrico.
Su fabricación con materiales más sólidos y resistentes, pero también más ligeros, y bajo diseños compactos y elegantes, es lo que convirtió a este tipo de batidoras / amasadoras en un elemento imprescindible en las casas de, prácticamente, todo el mundo.
Aunque por alguna razón este pequeño electrodoméstico se percibía como un utensilio profesional de uso industrial en hospitales y en los trabajos de laboratorio, no sería hasta la década de 1950 cuando se produjo su popularización en el ámbito doméstico, permitiendo agilizar el trabajo y la dedicación a las tareas de la cocina.
Para promocionar la venta de este electrodoméstico se diseñaron campañas de publicidad en las que siempre aparecía alguna mujer explicando su funcionamiento. De esta forma, se afianzaba en el imaginario colectivo la asignación de las tareas de la cocina a las mujeres, constatándose una evidente discriminación de género.