En el desarrollo de los oficios se siguió el sistema gremial tradicional de Castilla.
El Cabildo, a través de las ordenanzas, se encargó de regular su funcionamiento. El veedor era el cargo establecido ante el cual los aprendices, tras un tiempo en el taller que se estipulaba en relación al oficio a ejercer, se examinaban y obtenían el título de maestro.
Los oficios de latoneros, caldereros, cerrajeros o herreros, estaban ligados al trabajo de los metales importados o al montaje de las piezas recibidas. Por su parte, curtidores, zurradores y zapateros se dedicaban a actividades ligadas a la elaboración de zapatos, albardas, monturas y otros objetos producidos a través de la transformación del cuero.
Dedicados a la construcción, pedreros, canteros, albañiles y carpinteros, llevaron el gran peso de la puesta en funcionamiento de ingenios, tahonas, transporte de agua y el levantamiento de edificios de carácter religioso y de viviendas para los pobladores.
Tanto las gangocheras, recorriendo los caminos, como los tenderos, fijos en sus establecimientos, abastecían a la población de productos básicos.
La pesca, con las técnicas de bajura y altura, ligada a la salazón del pescado para su conserva, suponía una importante aportación a la dieta alimenticia.
En el ámbito textil, a pesar de la cantidad y calidad de los tejidos importados, los recursos locales se aprovechaban mediante el deshilado, bordado o tejido, trabajos realizados fundamentalmente por mujeres en el hogar y que constituían un aporte a la economía familiar.
Los isleños ocupaban su tiempo de ocio en actividades tales como la lucha canaria, el juego del palo o las peleas de gallos.