La población de la isla antes de la conquista se dedicaba básicamente al pastoreo y a pequeñas tareas agrícolas y pesqueras. La división en bandos o menceyatos abarcaban desde la costa hasta la cumbre, teniendo en cuenta la disposición escalonada de la vegetación y los recursos que de ella se derivaban, así como el régimen de trashumancia costa-cumbre de una parte del ganado. El traspasar esas demarcaciones, exclusivas de sus habitantes, generaba enfrentamientos entre bandos por el robo de ganado o el uso de pastos ajenos.
La colonización significó el paso de una economía aborigen básica y de subsistencia a otra más compleja que generase un excedente con el que poder establecer relaciones comerciales que fuesen beneficiosas para la Isla y la Corona.
Para explotar económicamente los recursos fue necesario proceder al repartimiento de tierras y agua, que recayó en la figura del gobernador. Los repartos fueron desiguales y ello generó una estructura de la tierra en la que las grandes propiedades se dedicaban a la agricultura de exportación, con el cultivo de la vid y la caña de azúcar; mientras que las pequeñas y medianas propiedades quedaron vinculadas a la producción para el consumo interno o intercambio con otras islas: como el cultivo de la papa, el millo, los cereales, las frutas y las hortalizas.
Con los excedentes se generó un comercio exterior para el abastecimiento de mercados de Europa y América, basado en la exportación del azúcar y el vino. A cambio, desde esos lugares se importaban productos manufacturados que influyeron en el desarrollo de la artesanía o de determinados oficios en la isla.