Si los fantasmas no existen ¿cómo es que aparecen? ¿por qué regresan sin avisar? No creemos en ellos, sin embargo, nos dan miedo. No podemos hablarles; quizás, pensamos, solo sean imágenes. Pero ¿son los fantasmas imágenes o son las imágenes las que se nos aparecen como fantasmas?
Del 6 de abril al 30 de junio.
Museo de Historia y Antropología de Tenerife (Casa Lercaro).
Vivimos en un mundo saturado de imágenes y en una extendida cultura de la visualidad, dos de los rasgos más relevantes de la sociedad de consumo. En la publicidad, en los centros comerciales y en todos los entretenimientos urbanos, mercancías e imágenes se han convertido en sinónimos. Pero éste no es fenómeno reciente. La capacidad para producir imágenes tecnológicamente comenzó a expandirse a comienzos del siglo XIX con el desarrollo de la óptica y las innovaciones en el manejo de la luz. Los dispositivos ópticos se incorporaron a los espectáculos de masas dando lugar a nuevas formas de ver y a un nuevo régimen de curiosidad, que fueron decisivos en la aparición del espectador moderno.
La multitud incontrolada y móvil de épocas anteriores se transformó en público, disciplinado y pasivo, que podía contemplar sin moverse lugares distantes y tiempos remotos. En los nuevos espectáculos las imágenes se presentan a la mirada de un sujeto estático en su butaca viendo -y oyendo- imágenes que se mueven. Los escaparates del comercio y las vitrinas del museo, unos mostrando la movilidad de las mercancías en el espacio y las otras exhibiendo el paso del tiempo, completarían la mirada moderna.
De entre todos esos espectáculos destacó la fantasmagoría. Heredera de las tradiciones de la linterna mágica y las sombras chinescas, consistía en la presentación de imágenes en una habitación a oscuras. Ocultando el proyector, éstas aparecían mágicamente en la pantalla, como fantasmas, tomando vida al margen del aparato mecánico que las producía. La fantasmagoría fue, entonces, un nuevo espacio de ilusión, de espectáculo audiovisual, en el que el fantasma surge y nos habla. Haciendo aparecer fantasmas, sin embargo, se pretendía divulgar el conocimiento científico, esperando que contribuyeran a la superación de las consideradas creencias irracionales de las épocas anteriores. Sin embargo, tuvieron el efecto paradójico de la expansión del interés popular por lo espectral y lo fantasmal. Las imágenes, al fin y al cabo, siempre se mantienen recalcitrantes, irreductibles, especialmente turbadoras e inquietantes cuando remiten al pasado, a la historia, a la muerte. Lo que se fue, lo que pasó, parece dejar un resto en el presente, lo que sentimos como la presencia de lo ausente, como fantasmas. Como presencias de lo ausente, los fantasmas son inevitables, ineludibles. Con ellos, la cuestión no es si existen o no, sino cuáles vendrán a perturbar nuestros sueños.
Después de tanta creencia en lo sobrenatural por un lado y de tanta desmitificación de lo irracional, por otro, las imágenes siguen ahí en su radical ambigüedad, entre la realidad y la ficción, lo vivo y lo muerto. Entre luces y sombras, sacuden nuestras percepciones y mediatizan las relaciones sociales. No son, entonces, meros reflejos de la realidad sino unas de las más contundentes expresiones de lo real. Pero entretanto seguimos consumiendo y pensando en las imágenes y los fantasmas, la fantasmagoría nos recuerda lo único de lo que no podemos tener duda: moriremos. Y tan seguro como que la muerte llegará, los fantasmas volverán.