Séptima edición de las Jornadas de Patrimonio Bierehite
Nos hemos trasladado a los Estados Unidos de América del mes de julio de 1876, donde la ciudad de Filadelfia, apodada Ciudad del Amor Fraterno, se convierte en el epicentro mundial de la innovación y la tecnología a través de la celebración de la Exposición Universal de Filadelfia, en la que, con sus 160 hectáreas, sus 250 pabellones y salas y los más de 30 000 objetos expuestos, mostraron al mundo el inicio de «un amor fraternal entre el hombre y el futuro».
La gran magnitud de esta exposición fue tal que para desplazarse entre sus engranajes hubo que instalar una revolucionaria red de ferrocarriles elevados que permitían a los visitantes moverse para poder disfrutar de las innovadoras máquinas de escribir Remington, el antecesor de los motores de combustión interna expresado en el motor Bryton, nuevos modelos de ascensores, el teléfono de Alexander Graham Bell, entre otros grandes inventos. Sin embargo, el corazón de esta exposición fue el gran motor central de George Corliss, una magna maquinaria central de vapor de 650 toneladas que daba energía a las más de 8 000 máquinas que componían este evento.
El atractivo de esta exposición fue un gran reclamo para nuevos empresarios e inventores que vinieron con grandes ilusiones y nuevos inventos para pasearse entre los pasillos de esta gran instalación en la que podían cruzarse con los pioneros en los electrodomésticos, como George Westinghouse; en la fotografía, con George Eastman o algún joven inventor que empezaba a despuntar como un tal Thomas Alva Edison.
Este evento no solo supuso el golpe de efecto de un país, que se presentaba como el pionero en el desarrollo industrial y tecnológico, sino que ponía los cimientos para el desarrollo de una nueva sociedad mecánica basada en la automatización y la intercambiabilidad de las piezas; de máquinas fabricadas por máquinas que posibilitaban, a su vez, el funcionamiento de otras máquinas.