Al aproximarnos a una expresión festiva, de carácter popular, que evoca antiguas costumbres y denota viejas influencias, como es la “Fiesta de Los Carneros” del carnaval de la isla de El Hierro, tenemos la sensación de adentrarnos en un mundo de símbolos y significados a través de los que se reconocen “rasgos culturales que consideramos específicos de los canarios, aunque se inserten en manifestaciones más amplias, recibidas a través del tiempo.”[1] Pero tal aproximación, ¿nos llevará al reconocimiento de suficientes elementos significativos con el que considerar a “Los Carneros” como un “bien cultural representativo, susceptible de ser interpretado a través de una lectura actualizada, integrada y científica.”?[2] Veremos cómo, a través de las diferentes aproximaciones realizadas a esta manifestación festiva de los carnavales herreños, diversos autores aportan suficientes argumentos como para reconocer en ella, su potencial valor patrimonial y su capacidad como referente cultural de aquella isla.
“Los Carneros de Tigaday” se caracterizan por ser una celebración en la que un grupo de lugareños, en “sus salidas por los carnavales, se atavían con zaleas de ovejas negras, pardas o blancas que recubren la cabeza, el torso y los muslos, dejando visto los brazos, las piernas y parte de la cara, que van tiznados de negro. En la cabeza los espectaculares cuernos de carnero, y a la cintura cencerros de diferentes tamaños. Van acompañados por los “pastores”, personajes disfrazados con vestimentas estrafalarias, que los llevan sujetos con cuerdas”[3].
Esta manifestación festiva, “el ritual de correr el carnero o los carneros”, entendida, junto con otras, como “residuos actuales del carnaval rural de las islas”[4], es, para Manuel J. Lorenzo Perera un acto “encaminado a conseguir el bienestar, es decir la fecundidad de campos, ganados y mujeres”, diferenciándose de otros actos relacionados con el carnaval como el del entierro de la sardina, que persigue “erradicar el mal…” a través de “…un ser de forma antropomorfa al que se prendía fuego y destrozaba”. Ambas muestras, “constituyen representaciones populares –paganas- cuyos orígenes se pierden en la memoria del tiempo… vigentes durante la Edad Media, …introducidas en el Hierro tras la conquista”[5], En ella se pueden encontrar vínculos con las fiestas del carnaval de los antiguos romanos, que representaron un ritual de fecundación y de fertilización para los campos, el ganado y las mujeres, o con otras culturas anteriores a esta.[6] Y más allá de esta posible ascendencia romana[7], Fajardo Hernández, remonta su origen “a los ritos de fertilidad de las culturas clásicas. A la antigua Grecia, más incluso que a las carnestolendas romanas”, dado que estos últimos habrían heredado el rito de los griegos, expandiéndolo por su imperio. Luego colonos procedentes de cualquier punto del norte de España o Portugal, podrían haberla traído a la isla, encontrándose conexiones con múltiples manifestaciones populares repartidas por aquella geografía.[8]
Podemos entender esta “fiesta, como ritual”, en la que se descubren “…símbolos, es decir, objetos, actos, relaciones y formaciones lingüísticas que poseen gran ambigüedad y multiplicidad de significados” que cobran un sentido “más profundo en el …contexto de sistemas rituales. Al acercarnos a ellos, comenzamos a comprender los estilos de vida de una sociedad y cultura como la canaria”[9]. Se trata de una manifestación popular apegada a la tradición pastoril arraigada en la isla, en la que el ganado, especialmente el lanar “ha sintetizado tradicionalmente los valores y símbolos de identidad insular”[10] y en la que siempre destacó la figura del pastor. Este, además de mantener el control de los ganados, muestra su importancia social en otras fronteras, como la del destacado protagonismo que ostenta su figura en múltiples manifestaciones, ya se trate de “La Bajada de la Virgen de los Reyes”, en la que los pastores dirigen a los bailarines y apartan al gentío, o de la figura del “alcalde de los pastores”[11], además de por su presencia, en origen, en esta manifestación festiva de su carnaval. La Fiesta de los Carneros tiene lugar el martes[12] o domingo y martes[13] de carnaval y, aunque en la actualidad solo se celebra en El Valle de El Golfo, en Tigaday[14] también se dio en otros lugares como Isora, Tigaday, El Pinar, Sabinosa, el Barrio…[15]. El retroceso de esta antigua costumbre, antes más extendida, podría estar relacionado “con el cúmulo de prohibiciones en que se vio envuelto el carnaval, tras la finalización de la Guerra Civil española[16]” a lo que se añadiría la desaparición de una parte o de la totalidad de los actores locales que la gestaban, manteniéndose, sin embargo en El Golfo, donde “los carneros, cada año, no han dejado de celebrarse”[17].
Si bien, permite su comparación con “los diabletes de Teguise”[18], a pesar de que aquí se haya sustituido la indumentaria antigua, confeccionada con pieles de cabra y las cabezas de macho cabrío que antaño portaban, por nueva indumentaria[19], lo cierto es que Los carneros de Tigaday constituyen “una manifestación cultural única en Canarias, que tiene los ingredientes para convertirse en un importante símbolo de identidad herreño y que, al haberse perdido en otros puntos de la isla… se convierten en un tímido símbolo de identidad local dentro del propio marco insular bimbache[20].
La representación se inicia con la reunión de un grupo de personas, en una de las casas de la localidad en la que se disfrazan de carneros[21], acompañados de cierta algarabía protagonizada por grupos de niños que siguen de cerca el desarrollo de los acontecimientos. Habitualmente se disfrazaban de carnero sólo los hombres[22], “normalmente, algunos jóvenes del pueblo que suelen ser siempre los mismos”[23]. Una vez disfrazados con pieles de cabra, tocados con máscaras provistas de cornamentas o cráneos de aquellos animales y pintados de negro brazos y piernas, antiguamente con tizne y en la actualidad con tintes, salen a la calle sueltos, acompañados de un pastor, aunque en determinadas épocas, el número de pastores era mayor, que tradicionalmente se vestía con el atuendo característico del pastor herreño y de otra figura de más moderna incorporación, “el loco”[24].
Según Fajardo Hernández, en la actualidad los carneros suelen salir sueltos, sin los pastores, con alguna excepción, corriendo tras la gente sin amarrar. Por el contrario, antiguamente, los carneros salían siempre a la calle con sus pastores, siendo llevado cada carnero por su pastor, atados por la cintura por largas cuerdas que el pastor llevaba enrollada en sus manos, para no dar más libertad de la precisa[25].
El pastor vestía el atuendo tradicional, con “talega de lana y montera del mismo material, asta o palo de unos dos metros para valerse por los rudos caminos de la isla, sogas, majos y todo lo habitual en un pastor. Va dando silbos y gritando a su ganado… Cuando salían a la calle Los Carneros… llevaban un pañuelo en la cara con agujeros para ver, de modo que escondiese su rostro[26]
Lorenzo Perera describe detalladamente el disfraz de carnero que “de la cabeza a los pies, se concebía de la manera siguiente. Sobresalían los cuernos… de grandes dimensiones. Se amarraban con verga al cesto, es decir al armazón adaptado a la forma de la cabeza, hecho con varas de mimbre… El cesto que dispone de huecos para ver, va cubierto con un trozo de azalea. Dicha máscara es conocida como el cabezón.
Con dos azaleas que van atadas sobre los hombros, se cubrían, hasta la altura de las rodillas, la parte delantera y trasera del cuerpo… Las piernas (desde los tobillos hasta las rodillas) van cubiertas con polainas hechas también de azalea. Son del mismo material las manoplas… que cubren las dos manos. Cada uno de los carneros lleva sujetos a la cintura, por medio de un cordel, tres, cuatro o cinco hierros o cencerros de gran tamaño… Según épocas, circunstancias o gustos, los carneros iban descalzos, con majos, o con zapatos o tenis.”[27]
Con todo, la manifestación popular de los carneros, se reviste de la permisividad del disfraz que el carnaval ampara, para subvertir la cotidiana relación de las cosas. “Los carneros se convierten en símbolo de lo demoniaco no sujeto a ninguna ley; es por esto que corren de un lado a otro sin poder parar”[28]. En este orden, enmascararse, entonces, “no se reduce a tapar el cuerpo o el aspecto físico, incluye, además las formas de comportamiento”[29]. En Tigaday, los carneros toman vida por las calles, mostrando a los transeúntes la fiereza de las bestias que representan, acometiendo a quienes se ponen a su alcance y aun cuando éstas, en ocasiones, iban acompañadas del pastor, acababan, en cómplices acciones premeditadas, con los carneros sobre el o la infortunada víctima carnavalesca. Porque la “máscara es algo más que un objeto, es un rito de comportamiento… [dado que el] ocultamiento de la identidad parece generar siempre cambios en los roles culturales acerca de la ley, el orden, el estatus y, por supuesto, las formas sociales del comportamiento”[30].
Con estos atuendos, los personajes se convertían en figuras irreconocibles para la comunidad; dantescos por su camuflaje, transformados por las máscaras y por el llamativo y amenazador porte de las cornamentas; las cabezas secas de carnero; con aspecto grotesco por sus vestimentas de cueros naturales preparados para la ocasión[31]; por el oscuro tono de la piel; chirriantes y escandalosos con el sonar de los “cencerros” e imprevisibles en su deambular errático de un lugar para otro, imitando el comportamiento de los animales a los que representaban, o las labores del pastor, en su caso. De esta manera imponían el temor y hasta el terror a niños y no tan niños, de entre quienes se congregaban con el motivo de la festividad, dado que así vestidos, acometían a los transeúntes, principalmente a las mujeres jóvenes y a los niños, lanzándose sobre ellos, como si fueran bestias que embestían sin caso a la autoridad del pastor que los guardaba. Cuando estos salían con sus pastores, si “el carnero hacía por embestir a alguna persona el pastor agarraba la cuerda fuertemente sin dejar que se escapase”. Aumentaba así el aspecto de fiereza de los carneros a los que en ocasiones el pastor soltaba, por no poder con él o por colaborar a la embestida[32].
En la Fiesta de los Carneros, podemos observar cómo las “máscaras mediatizan, de este modo, las oposiciones fundamentales de la vida social y conceptual… transforma pero a la vez protege. Convierte al que se la pone en el personaje que ha elegido, pero al mismo tiempo lo hace irreconocible, lo protege de los demás. El enmascarado va a acometer acciones sancionadas en la vida cotidiana, acciones que no haría a cara descubierta, pues el individuo transformándose se libera a sí mismo”[33]. Si bien aquel terror hoy se trueca, quizás, más en algarabía y atrevimiento, con unos niños que se acercan y provocan a los carneros, el caso es que estos, los carneros y de tal guisa, ahora sueltos, mayoritariamente sin los pastores, continúan acometiendo a los transeúntes, a los que acosan con sus ataques, impregnando a todo aquel al que alcanzan, tanto de negro tizne con el que pintan sus brazos y piernas, como del fuerte olor que se desprende de los cueros con los que visten, agraviando al que es alcanzado por alguno de ellos en sus continuas acometidas, “a los despistados y faltos de reflejos que asisten a la representación”[34]. Es la culminación del ritual de fecundidad,[35] como ocurriera con otras manifestaciones del carnaval de las islas, ya sean los “Diabletes de Teguise” o los “Indianos de la Palma”. En este caso, en los Carneros, los jóvenes disfrazados “… en el esplendor de su virilidad”[36], donde antaño “como los más viejos recuerdan, no faltaban toqueteos y toda suerte de insinuaciones”[37], “…embistiendo a los niños y especialmente a las jóvenes… [de] una forma simbólica, metonímica, por el contacto, fecundan, fertilizan a las muchachas y contagian la virilidad a los niños.”[38]
Objetos y figuras de una manifestación cultural, festiva, que podemos reconocer convertidos en “signos, representaciones, y a menudo símbolos dotados de significado, …gestos, canciones y danzas, actitudes y expresiones lingüísticas que se realizan en espacios rituales, tales como la calle,…”[39] interpretables, insertos en un contexto cultural y territorial más amplio y, por tanto, susceptibles de delimitación para su identificación como bien patrimonial y recurso cultural destacado. Y, más allá, la fiesta, que demanda ser vivida, participada, identificada e interiorizada, en tanto que corrobora el hecho de ser una de las fiestas isleñas que “…no sólo comunican, sino también reafirman periódicamente un sistema de significados, por lo que podemos considerarlas como modelos para y modelos de la realidad sociocultural canaria.”[40]
[1] GALVÁN TUDELA, José Alberto, 2014, “Sobre el imaginario festivo canario (Objetos, acciones, símbolos), Revista El Pajar, Cuaderno de Etnografía Canaria, Asociación Cultural “Pinolere Proyecto Cultural”, nº 30, p. 4.
[2] ÁLVAREZ ARECES, Miguel Ángel, 2006, Musealización de espacios industriales: el patrimonio olvidado”, en Roser Calaf y Olaia Fontal (Coords.), Ediciones Trea, S. L., p. 337.
[3] CRUZ, Juan de la, 2002, Los carneros de El Pinar, “Los trajes rituales. El Hierro” en Las indumentarias tradicionales de Canarias, Caja Canarias y Centro de la Cultura Popular Canaria, p. 197.
[4] BERMÚDEZ, Felipe, 2001, Fiesta Canaria. Una interpretación teológica. Publicaciones del Centro Teológico, p. 122.
[5] LORENZO PERERA, Manuel J., 1998, “Personajes rituales del bien y del mal en las comunidades tradicionales de la isla de El Hierro”, en Tenique, revista de cultura popular canaria, nº 4, Excmo. Cabildo Insular de El Hierro, p. 372.
[6] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, “Los Carneros de la isla de El Hierro. Una valoración antropológica de los carnavales tradicionales”, Santa Cruz de Tenerife, pp. 69-70.
[7] “…<> tienen un papel ritual de enorme importancia. Son… los luperci”. GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, Las fiestas populares canarias”, Interinsular/ Ediciones canarias, p. 119.
[8] Como los Peliqueiros de Orense, o los Zamarreros, también en Galicia; los Mamotxorros en Alsasua, Navarra; los Zamarrones en Asturias; Guirios y Campaneiros de la Maragatería; Trangas en Ainsa y Bielsa, Huesca; etc. en FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 73.
[9] GALVÁN TUDELA, José Alberto, 2014, pp. 5-6.
[10] GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, p. 119.
[11] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p.28.
[12] El martes de carnaval fue siempre el día de mayor participación y jolgorio. Se intensificaba la presencia de parrandas, los grupos de niños pidiendo huevos y los ranchos de máscaras, animándose el ambiente –en algunos pueblos- con el desarrollo de escenas de reconocida antigüedad,… LORENZO PERERA, Manuel J., 2002, El pastoreo en el Hierro. La manada de ovejas, Excmo. Cabildo Insular de El Hierro y Centro de la Cultura Popular Canaria, p. 208.
[13] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 12.
[14] Ob. Cit. Ant.
[15] LORENZO PERERA, Manuel J., 1998, p. 372.
[16] Ob. Cit. Ant.
[17] Ibídem, p. 373.
[18] GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, p. 119.
[19] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 70.
[20] Ob. Cit. Ant., p. 69.
[21] “la Casa del Miedo, su lugar habitual desde que lo retomó D. Benito Padrón Gutiérrez, hacia 1940”, FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 13.
[22] Ob. Cit. Ant.
[23] Ibídem, p. 12.
[24] LORENZO PERERA, Manuel J., 1998, p. 373.
[25] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 29.
[26] Ibídem, p. 28.
[27] LORENZO PERERA, Manuel J., 1998, pp. 374-375; y LORENZO PERERA, Manuel J., 2002, pp. 210-212.
[28] GREGORIO GONZÁLEZ, José, 2003, “Los Carneros. El Hierro”, pp. 10-13. En Colección Canarias Mágica, Vol. 5. Fiestas mágicas. Ediciones Corona Borealis, p. 12.
[29] BARRETO VARGAS, Carmen Marina, 1996, “La máscara y la inversión en el carnaval de Santa Cruz de Tenerife: una lectura antropológica”, en Guize, Asociación Canaria de Antropología, vol. 3, pp. 48-49.
[30] Ob. Cit. Ant.
[31] FAJARDO HERNÁNDEZ, Ricardo, 2006, p. 12.
[32] Ob. Cit. Ant., pp. 28-29.
[33] BARRETO VARGAS, Carmen Marina, 1996, p. 49.
[34] GREGORIO GONZÁLEZ, José, 2003, p. 10.
[35] “Fertilidad y devoción solar de esta fiesta” nos recuerda GREGORIO GONZÁLEZ, José, Ob. Cit. Ant., p. 11.
[36] GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, p. 119.
[37] GREGORIO GONZÁLEZ, José, 2003, p. 11.
[38] GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, p. 119.
[39] GALVÁN TUDELA, José Alberto, 2014, p. 5.
[40] GALVÁN TUDELA, Alberto, 1987, p. 6.
BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA.
* José Antonio Torres Palenzuela es Técnico Superior de Patrimonio de Museos de Tenerife
** Imagen: (CRUZ, Juan de la, 2002)