Las cosas: ¿cuál es su naturaleza y la relación humana con ellas?¿Qué papel desempeñan en las vidas de las gentes? ¿Por qué en las relaciones entre personas están siempre presentes? Quizás, por esa misma omnipresencia, no reparamos en el hecho de que no puede haber vida social sin el constante trasiego e intercambio de las cosas materiales, y no solamente ahora, en las sociedades contemporáneas saturadas de una inmensa variedad de objetos de consumo, sino que, desde sus inicios, toda la historia humana ha estado acompañada de todo tipo de cosas y artefactos, una historia que sería incomprensible sin el concurso de ellas.
¿Son los objetos algo inerte, siempre a la espera de que los humanos hagan uso de ellos y los activen, o tienen algún poder para mediar, modificar, condicionar la vida humana? Las cosas no están poseídas por un espíritu, pero las sustancias que ellas contienen están constantemente circulando, tanto anunciando su disolución como asegurando su regeneración. Ese poder regenerativo de los flujos y circulaciones de la materia -llamémosle espíritu si lo preferimos- es lo que es consustancial a la vida. La vida, entonces, está en el continuo fluir entre lo inerte y lo animado, entre lo inorgánico y lo orgánico, entre lo no humano y lo humano.
“Las cosas no tienen vida; sin embargo, no hay vida sin las cosas.”
“Las cosas no tienen vida; las cosas están en la vida.”
Entonces, si estamos ante la inevitable presencia de las sustancias y las cosas materiales, si no podemos vivir sin los objetos y si éstos conforman nuestras vidas ¿cómo podemos seguir manteniendo una distinción radical entre personas y cosas? ¿De qué naturaleza son los ensamblajes que resultan de la asociación entre humanos y objetos o artefactos? Intercambiando objetos creamos vínculos de obligaciones reciprocas y, al hacerlo, los proyectamos en las cosas hasta otorgarles propiedades “como personas”. Así, no somos meramente individuos, sino personas sociales; no solo una mera entidad mente-cuerpo, sino actores sociales insertados en grupos, familias, rodeados de nombres, títulos, ropa, artilugios y dispositivos que mediatizan nuestras relaciones con otros.
Pero estos ensamblajes que constituimos con las cosas, los que nos convierten en personas sociales, permiten que mantengamos nuestra propia identidad incluso cuando parte de esas cosas son separadas de nosotros. Así, por ejemplo, intercambiando regalos, las gentes dan algo de sí mismas a otras personas. Podemos, de hecho, desprendernos de cosas que nos identifican y, aun así, seguir siendo nosotros mismos. Por tanto, hay una continuidad entre personas y cosas, en tanto que entidades envueltas en una relación. De hecho, nuestras identidades se establecen a partir de estas relaciones y crean las bases de las propias identidades de los participantes en el intercambio.
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