Tras la conquista, la población estaba integrada por autóctonos, esclavos de procedencia indígena, morisca o africana y un alto porcentaje de europeos-repobladores, entre los que se encontraban los conquistadores –para los que resultaban más atractivas Granada y Las Indias–, y los colonos, que en número superaron a los primeros.
A estos últimos les atrajo la oferta de tierras, las posibilidades comerciales de la isla como escala en las rutas de la época y la creación de un régimen fiscal poco oneroso.
La población se asentó fundamentalmente en la zona norte, con mayores posibilidades agrícolas, mientras que las zonas del sur retuvieron la mayor parte de población aborigen, lo que propició la conservación de sus usos y costumbres.
La relevancia de cada una de las comunidades que integraban la nueva sociedad no dependía del número de sus miembros, sino de su capacidad económica, por lo que grupos menos numerosos como el genovés o catalán, tuvieron un destacado papel frente a otros con más habitantes como el castellano o portugués.
La esclavitud era una práctica normalizada en la época de la conquista. En Canarias poseer esclavos no era privativo de los conquistadores, sino que indígenas y colonos también podían poseerlos sin más condición que ser cristiano. El hecho de estar catequizados o en vías de serlo, para muchos aborígenes significó estar exento de la misma.