Recordar a los fallecidos se convertía en una fiesta en la víspera del Día de Difuntos o Finados. Se enramaban las tumbas con flores y loas a los que ya no están, salían a la calle los Ranchos o Cofradías de Ánimas en busca de limosna, y las familias y vecinos se reunían para contar historias de finados. Las castañas, las nueces, las almendras e higos, el vino dulce, el anís o el ron miel… acompañaban la velada en la que la pena y la nostalgia se sobrellevaban con ayuda de guitarras, bandolas, panderetas, castañuelas, sonajillas y triángulos.
La costumbre de conmemorar a los muertos, sin embargo, tiene matices según las islas y sus zonas. El Pan por Dios que gritaban los más pequeños con sus cestas en la mano, de puerta en puerta, en Garachico, Buenavista o Santiago del Teide; los Santitos, en época más reciente, en San Juan de la Rambla… y, así, en otros tantos lugares de las islas.
El Museo de Historia y Antropología, en la Casa Lercaro, en la Noche de Finados ?que, por primera vez, incluye en su programación actividades para familias y público en general? reunirá en sus patios y salas un poco de cada costumbre: los cuentos de finados, la gastronomía de la época, el enramado con flores y loas de los cementerios, la música de los ranchos y una exposición de los objetos que custodia el museo, relacionados con ese momento del ciclo vital de cualquier persona, en el que unos se van y otros se quedan. A estos últimos les corresponde recordar a los muertos, porque haciéndolo, se festeja la vida. La música, la comida y la bebida ahuyentan los temores y hacen de la muerte algo más cercano, menos oscuro; y entonces, como recogía Bethencourt Alfonso, el día de finados parece un carnaval con grandísima animación.
Les invitamos a ver con otra luz el día de difuntos.