Pareciera como si el turista se convierte en tal justo en el momento en que llega al destino, y que deja de serlo exactamente cuando regresa a casa. Para hacer turismo, sin embargo, hay que realizar los preparativos del viaje. La maleta y el cuerpo acarrean todo tipo de hábitos, disposiciones y artilugios.
En tanto que el viaje desplaza al turista hacia contextos sociales nada o poco familiares que pueden comprometer su estabilidad psicológica y emocional, su equipaje ha de contener todos aquellos elementos que, precisamente, aseguran su auto-identidad en privado. Entonces, no es baladí tener cerca los cosméticos, juguetes, fotografías, libros y música favoritos, incluyendo, por supuesto, los pijamas y la ropa interior preferida.
La maleta ha de contener también todas aquellas cosas y artilugios ligados a la seguridad e higiene personal y a la percepción del turista de los estándares de seguridad e higiene en el destino turístico. El cuerpo del turista parece estar constantemente en riesgo. Por tanto, se han de llevar también los medicamentos habituales así como los específicos para esos periodos extraordinarios –repelentes de insectos, antihistamínicos, analgésicos, antisépticos…-. Y junto a ellos, adaptadores de electricidad, cargadores de dispositivos móviles, etc.
Con todo, elegir el vestuario es el principal desafío de la preparación del viaje, en el que la necesidad de garantizar la variedad entra en frecuente conflicto con determinar la cantidad: poca ropa no asegura la mínima variedad; mucha ropa, sin embargo, supone una importante restricción a la libertad de movimiento.
Unas buenas vacaciones van, por lo general, acompañadas por llevar la ropa adecuada, asegurando una correcta presentación. Los turistas suelen establecer una distinción, relativamente clara, entre el día y la noche desde el punto de vista de su presentación en público. Durante el día, el yo es percibido y conducido como relajado, vestido de forma casual y menos comprometido con la imagen, mientras que, por la noche, el cuerpo denota más aspiraciones, más glamurosamente vestido y autoconsciente de su propia imagen.
De día, en la playa o en la piscina, pareciera como si “todos fuéramos iguales”. Aunque allí los cuerpos están literalmente más desnudos, todos están como en una situación de anonimato, todos haciendo lo mismo: tomando el sol. Por la noche, por el contrario, la indumentaria ocupa un papel primordial en tanto el turista se expone al examen de la audiencia. Las prendas son mucho más elaboradas y requieren más cuidado y mantenimiento.
La maleta, como contenedor de las prótesis del yo, tiene una importancia decisiva, de la que da cuenta la ansiedad que produce en muchos turistas la pérdida o el robo del equipaje, que surge al considerar que un conjunto de ropa y complementos similar al que ha preparado en casa no se puede reconstruir a corto plazo en un lugar extraño.
Hacer la maleta, la ineludible actividad que permite ser un turista justo antes y justo después de hacer turismo.