El Museo de Historia y Antropología de Tenerife puso en marcha esta nueva actividad el pasado mes de julio bajo el formato de una ruta guiada que empieza y termina en el museo y que recorre parte de la ciudad.
La muerte es compleja en su naturaleza, pues a lo largo de los siglos el ser humano ha intentado abordarla desde dispares disciplinas en un intento de hacerla más comprensible, más llevadera, y a sabiendas de que es un trance inevitable. Para unos es el momento que da lugar a la no-existencia, frente a otros que la consideran como un episodio más de la vida –la muerte precede al renacimiento espiritual– consiguiendo, en consecuencia, su aceptación como un hecho manifiesto que define la cotidianidad. Sin embargo, en ambos posicionamientos la muerte ha terminado por ser domesticada a través de la ritualística, desplegándose a su alrededor una pluralidad de manifestaciones como, por ejemplo, los duelos, el culto a las benditas ánimas o la cremación del finado (la paradójica desaparición de los muertos), pasando por la buena y la mala muerte, la danza macabra, los fantasmas y los zombis, estos últimos como las versiones más inquietantes y atractivas para una sociedad de consumo.
Es mediodía y el sol ha alcanzado su cénit, momento en el que las sombras se han retirado progresivamente para dar paso al «reino de la luz». Las calles bulliciosas de San Cristóbal de La Laguna, testigos de su devenir histórico, no son ajenas al inexorable paso del tiempo. En ellas la vida y el óbito, inevitablemente, han ido de la mano. Y es que la muerte siempre ha estado presente en el medio urbano, pese a que en muchas ocasiones se la margine y oculte. Por ello el Museo, en su sede del Palacio Lercaro, da inicio a una novedosa iniciativa, convirtiéndose en el punto de partida para una experiencia de encuentro y comprensión de un fenómeno que siempre ha inquietado al ser humano.
Muchos son los emplazamientos y las expresiones relacionadas con la muerte urbana; ella ha definido el pasado de nuestra ciudad, se nos revela día tras día como un hecho del presente y, a su vez, se perfila como el acontecimiento inevitable que pondrá punto y final a nuestra existencia terrenal en un futuro incierto. En este sentido, la historia de San Cristóbal de La Laguna ha ido conformando lugares específicos para dar sepultura u honrar a los ausentes. Así, junto a sepulcros, fosas comunes, cementerios, criptas y catafalcos, los mausoleos y cenotafios, entre otros, fueron concretando los denominados «espacios de la muerte». Además, el culto a las almas del Purgatorio tuvo su materialización plástica en los denominados Cuadros de Ánimas, los cuales se localizan en la mayor parte de los templos de la ciudad. Junto a estos, los retratos a óleo de difuntos inmortalizan al representado en un singular ardid especulativo; mientras que las fotografías post-mortem decimonónicas, evocan el apego por el ausente. Para concluir, a este elenco habría que sumar aquella muerte que otorga la incorruptibilidad como premio por haber poseído una vida edificante: La muerte sacra o en olor de santidad. Una singular fenomenología que también encuentra su razón de ser en nuestra ciudad.