El cambio climático es noticia frecuente en los medios de comunicación. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de la ONU ha publicado ya cuatro Informes el último, fue presentado en Valencia el pasado mes de noviembre- que cada vez parecen confirmar más la idea de un calentamiento progresivo de la Tierra y que, además, van perfilando las predicciones alarmantes que se anunciaban hace un par de decenios para lo que queda de siglo XXI.
Con todo, estos fenómenos de calentamiento o enfriamiento no son inusuales en la atmósfera terrestre: el más reciente de esos episodios rápidos de calentamiento dio lugar al nacimiento del actual Periodo Holoceno, hace 10.000 años; con él terminó bruscamente el último coletazo de la última glaciación, el Dryas Reciente. Con todo, el calentamiento actual podría estar siendo demasiado acelerado, incluso más de lo que nunca hayamos podido conocer; puede, pues, no deberse ya sólo a causas naturales, y por eso es atribuido a las emisiones de gases invernadero que realiza el mundo industrializado.
Y, lo que es peor, se anuncia, mediante predicciones con muchas incertidumbres pero todas coincidentes, una aceleración de ese calentamiento a lo largo del presente siglo si no se pone coto a las emisiones de gases invernadero.
Todas esas noticias, de base científica y más que razonable, son vistas por los ciudadanos a través del prisma de los medios de comunicación y determinados portavoces aislados pero mediáticamente muy significados, como por ejemplo el ex-presidente Al Gore -galardonado con el Nobel de la Paz junto al propio IPCC-.
Con todo, el mundo tiene problemas para la paz mucho más graves que el cambio climático, por preocupantes que sean sus previsiones. Si falta más agua potable en el futuro por culpa de dicho cambio de clima en los países más pobres, eso no excusa para que hoy no hagamos nada por remediar esa falta de agua, que es ya dramática desde hace decenios para muchos cientos de millones de personas.
Todo ello ha creado ciertos mitos en torno al cambio climático, aireados por los medios de comunicación, que aparecen cuando se le atribuyen sucesos extraordinarios del tiempo que, en mayor o menor medida, siempre se han venido dando. Tiempo y clima no son la misma cosa; la mitificación del cambio climático los confunde.
Hay quien afirma de manera contundente por ejemplo, Al Gore, en su aplaudido documental, galardonado con dos óscars de Hollywood- que estamos ante el reto del siglo, la mayor amenaza a la que se ha enfrentado nunca la humanidad. ¿Puede ser cierto? ¿Tan dramática es ya la situación? ¿O bien estamos sólo ante un problema de futuro, que depende de lo que seamos capaces de hacer en los próximos decenios más que de lo que ya hayamos hecho mal en el pasado reciente?
Si el cambio climático y el calentamiento global constituyen la peor amenaza a la que se enfrenta la humanidad dentro de un siglo, ¿quiere eso decir que se trata de un problema aun más grave que el hecho de que estén muriendo literalmente de hambre casi mil millones de seres humanos? ¿Más grave que los muchos millares de cabezas nucleares que almacenan los arsenales de las potencias atómicas? ¿Más grave que el terrorismo fanático internacional, ciego e irracional, suicida e incontrolable? La humanidad no hace gran cosa para evitar esos dramas; de hecho, los ignora
La realidad del cambio climático es que estamos ante una alerta, esencialmente científica, que tiene mucho que ver con la forma en que nos hemos desarrollado y seguiremos desarrollándonos los países ricos, y que tiende a empeorar porque ésa es la conducta que imitan los países que están dejando de ser pobres para parecerse a nosotros, los ricos. Por ejemplo, India y China. No es, pues, una alarma inmediata y a muy corto plazo, pero sí exige que emprendamos una acción reflexiva y eventualmente preventiva y paliativa; cuidando en cada caso, eso si, que el remedio no sea peor que la enfermedad. Sin minimizar los problemas que puedan derivar de ese cambio climático, porque estamos ante un reto de enorme magnitud. Sabemos muchas cosas, ignoramos bastantes, tememos quizá en exceso y hacemos muy poco.
En todo caso, somos muchos los que criticamos la conversión mediática de un fenómeno científico, de enorme interés y probable gravedad aunque obviamente sometido a la natural controversia entre especialistas, en un ente catastrófico con vida propia, casi ubicuo y omnipresente aunque no venga a cuento. Eso que algunos han llamado "efecto infernadero". De la realidad al mito hay poca distancia