“La felicidad es el estado de seguridad, de goce y de bonanza que todos perseguimos”
RICCI, Julio. Ocho modelos de felicidad. Buenos Aires: Macondo Ediciones, 1980. 127 p.
Recomendamos esta semana desde el CEDOCAM la obra Ocho modelos de felicidad, la tercera que publicó Julio Ricci. En su introducción, Domingo Luis Bordoli escribe “tanto este libro como los dos anteriores presentan un mundo absurdo pero no cruel; tampoco desesperado. Tampoco pesadillesco, aunque sus personajes son totalitariamente maníacos”.
Julio Ricci fue un escritor uruguayo cuya narrativa, de temática urbana, se vincula al naturalismo y al realismo. Los ocho modelos de felicidad que presenta Ricci en este libro son, tal y como se recoge en su contraportada, contradictoriamente, ocho modelos de infelicidad, ocho modelos tal vez de búsqueda grotescamente dolorosa de algún pequeño fragmento de felicidad.
¡No dejen de leerlo! Recuerden que pueden llevárselo en préstamo acudiendo al CEDOCAM.
Destacamos un fragmento de uno de los cuentos:
El marcapaso
“Juanita Pérez bajó a la planta baja y se sentó pensativa en el sillón rojo que habían comprado en el Remate Sarandí. Cuando un problema importante la obsedía se sentaba infaliblemente en el viejo sillón. En él podía ordenar sus ideas y en definitiva pensar mejor. La comodidad de sus muelles formas, la suavidad de su tela de terciopelo y la indefinida fuerza sedante de su estilo que no acertaba a explicar, la tranquilizaban y le permitían llegar a conclusiones correctas.
El corazón de la madre andaba muy mal y no había otra solución. El Dr. Di Pietro se lo había dicho con toda claridad. Había que instalarle un marcapaso (un aparatito, como decía a veces para animarla), único modo de prolongarle la vida. Y cuanto antes mejor.
El problema era la plata, la eterna plata, la plata que se devaluaba, la plata de los intereses compuestos, de las manipulaciones del Fondo Monetario y de todas esas cosas feas de la economía que por suerte estaba en franca recuperación, como decía el ministro de la cartera. Había que conseguir mucha guita, dos millones o más, fuere como fuere.
Juanita carburó un largo rato y al fin, con la tranquilidad que le daba el terciopelo rojo, halló la solución. No era fácil. Había que vender el terreno de Pinamar (quizá no quedaba otra salida que malbaratarlo), y así podría comprar y hacer instalar el marcapaso.
La instalación la hizo el mismo Dr. Di Pietro. El marcapaso era alemán, una maravilla técnica de la Deutsche Elektronische Gesellschaft m.b.H., pero a un costo que, ¡mama mía!, sobrepasaba el monto de la venta del terreno y que felizmente se cubrió con la venta de una alfombrita persa del living.
La vieja madre recobró la normalidad cardíaca. Los latidos se regularizaron y la vida volvió a su cauce.
Juanita pasó de nuevo a segundo plano. La vieja impuso de nuevo su jerarquía…
(…)