Desde los pioneros estudios de José Antonio Pérez Carrión y Manuel M. Marrero, el panorama de las investigaciones sobre la emigración canaria a América, bien restringido a un ámbito territorial o temporal específico, o bien con un ámbito más amplio, ha experimentado un salto cualitativo en cuanto a su grado de conocimiento y orientaciones metodológicas. Podemos decir que la migración a América es un hecho estructural de la historia social del Archipiélago Canario desde el mismo instante de su conquista y colonización por la posición geoestratégica de las Islas, paso obligado en las rutas atlánticas al Nuevo Mundo, mientras que existió la navegación a vela. Si bien en el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, Canarias fue una tierra receptora de migración, no por ellos muchos canarios o vecinos de las Islas utilizaron las facilidades y el poco control sobre la naturaleza y el origen de los emigrantes que le ofrecían los puertos canarios, como únicas excepciones al monopolio sevillano-gaditano del comercio con América, para adentrarse desde ellos en empresas de conquista, colonización o explotación comercial del Nuevo Mundo. Pero en la segunda mitad del siglo XVII, la crisis reinante en Canarias y las posibilidades de colonización y tráfico mercantil que les ofertaba el mundo caribeño llevaron a familias enteras a establecerse en Cuba y Venezuela, colonización que potenció también la Corona para Puerto Rico y Santo Domingo, e incluso para territorios marginales entonces como Florida, Texas o Montevideo, regiones vacías con grave riesgo de ser ocupadas por otras potencias.
Desde entonces, el peso de la migración familiar y su labor colonizadora del medio rural se convirtió en el sello más característico de los contingentes pobladores canarios en el Nuevo Mundo, en el que destacó por encima de todo la contribución de la mujer en la forja de la cultura y las tradiciones populares campesinas del mundo caribeño y uruguayo. Era un claro contraste con las restantes migraciones peninsulares formadas en su inmensa mayoría por varones. Una migración familiar que, con sus características diferenciales por épocas, siguió siendo la mayoritaria en los siglos XVIII, XIX y XX, excepto en las primeras décadas del XX, en la que predominó la masculina en Cuba por el elevado porcentaje de retornados a las islas. Sólo en las últimas décadas, con el boom turístico e inmobiliario, es cuando se ha comenzado a hablar de Canarias como tierra de inmigración, fenómeno este último abordado por los estudios más recientes, que son recogidos en esta bibliografía. Sin embargo, hasta los primeros años ochenta los canarios mayoritariamente siguieron poniendo sus miras y expectativas de futuro en esa Arcadia dorada que creían era para ellos el Nuevo Mundo.