Destacamos un fragmento del periódico comentando el grabado:
«La Catedral de Las Palmas, de cuyo interior damos hoy un grabado a nuestros lectores, es el primero de los templos que existen en las Canarias.
Trasladado el asiento de la capital de la Diócesis, desde las desiertas llanuras de Rubicón a las fértiles orillas del Guiniguada, tan pronto fue conquistada la Gran Canaria, y no siendo suficiente la humilde Iglesia de San Antón al brillo de la mitra ni a la importancia del nuevo Obispado, se pensó en levantar un magnífico templo que, por su belleza arquitectónica, dimensiones y riqueza, fuese digno de competir con otros de su clase en la Península.
Al efecto, en 1496, y siendo obispo de la Diócesis Don Diego de Muros, se señaló sitio para la futura Catedral en unos terrenos que eran de Juan de Siverio Muxica, y se aceptaron los planos del arquitecto de Sevilla, Diego Alonso Motaude. A este maestro siguieron otros de reconocida habilidad, que, siguiendo el trazado primitivo, concluyeron una parte de sus naves, celebrándose en ellas los divinos oficios la víspera del Corpus de 1570, y cerrando provisionalmente con una muralla la parte que no estaba aún concluida.
Así continuó la interrumpida obra hasta que, en 1781, deseando el Cabildo concluir un edificio tan hermoso, aprobó los planos que al efecto había levantado un ilustre individuo de su corporación, el Canónigo Don Diego Nicolás Eduardo, natural de la ciudad de La Laguna; planos que, aprobados con grandes elogios por la Academia de Nobles Artes de San Fernando, fueron puestos inmediatamente en ejecución, bajo la celosa e inteligente dirección de su mismo autor.
En 1805 se derribó la pared que separaba la parte antigua de la moderna y quedaron expeditas las tres majestuosas naves que componen hoy su interior (…)».