Se conmemora, en estos días, el 225 aniversario de la Gesta del 25 de julio, fecha excelsa para el pueblo de Santa Cruz, y muchos eruditos han plasmado, en su producción, cómo era la ciudad, puerto y plaza en 1797, ya avanzado el siglo XVIII, desde el punto de vista arquitectónico, social o económico… Nos hablan acerca de su rada portuaria, escala obligada y acogedora, que incitaba a quedarse, prometiendo refugio y descanso, después de duras jornadas de navegación en el indómito Atlántico. También de los castillos defensivos costeros que, vigilando, oteando el océano, las empinadas montañas o los abruptos valles, invitaban a alejarse seguros hacia el interior para sorprender con encantadores paisajes. Una urbe con esquinas, rincones pintorescos, refrescantes fuentes, vetustos conventos o recónditas plazas donde desarrollaban su vida aquellos que habitaban el lugar, al abrigo de la brisa de la mar, gente humilde y valiente guarnecida al amparo de bastiones protectores.
Qué curioso… ¿no les parece? fueron unos años extraños. No sólo 1797, el de la victoriosa Gesta, también los siguientes, con la erupción del volcán Chahorra, en 1798, evento de poca duración (sólo tres meses) y escasos daños, pero que causó gran inquietud por las intensas explosiones que se escuchaban en todo Tenerife, así como por los resplandores que iluminaban, allá, en lo alto; o incontables visitas de eminentes personajes, caso de Alexander Humboldt (que lo hizo en junio de 1799), viajeros fascinados por nuestra naturaleza, costumbres, pasado … Por entonces, se comentaban noticias, nuevas llegadas de otras partes del Archipiélago, que se extendían como la pólvora entre los lugareños, como los varamientos de treinta cachalotes, ocurridos el año anterior, 1796, allá en Lanzarote, que algunos decían presagiaba infortunios, pero a otros les proporcionó temporalmente muy buenos negocios y rentas, como bien relata Viera y Clavijo, en su Diccionario, quien por cierto compuso una Oda a la Gesta que imprimió -en La Laguna- Bazanti. Asimismo, seguían murmurando sobre la llegada a la rada del puerto, el 6 de noviembre, también el año anterior, 1796, de un maltrecho navío, La Belle Angélique que, al mando del capitán Baudin, se desvió de su ruta, pudo alcanzar la costa y recalar en Santa Cruz, tras haber soportado, durante ochenta horas, una violenta tormenta al norte de Canarias (una profunda borrasca o ciclogénesis explosiva). Su tripulación fue recibida con toda suerte de atenciones por los isleños, provocando que algunos, ensimismados por el clima y la gente, no quisieran regresar, cuando otro barco, de sustitución y más pequeño, zarpó de nuevo.
Y no sólo el Santa Cruz de ayer, los alrededores, las afueras, caminos de polvo, barro y adoquines, testigos de andares de incansables y laboriosas mujeres, que llevaban productos de un lugar a otro, aguadoras o lecheras de rostros curtidos por el sol y surcados de arrugas por tantas vivencias. Qué deleite transitar senderos junto a la mar tan cercana… La exuberante fauna y flora cautivaba a los que nos visitaban y luego, en lugares distintos y distantes, describían alborozados, señalando entusiastas el perfume embriagador que exhalaban los huertos (con frutales y hortalizas) de algunas casonas en el centro de la villa…
Tal vez se pasaba frío muchos meses, demasiados, con nieve en la cumbre y escondidos neveros procuraban hielo que se bajaba en lentas carretas. La lluvia serena y regular o vehemente, en ocasiones, junto con bosques humectantes de exclusiva biodiversidad que recogían la frescura del alisio, llenaba cauces de barrancos con chorros de agua, asegurando buenas cosechas. Junto al Nuevo Hospital de los Desamparados*, construido hacía sólo 52 años y acompañada por el revoloteo y trinar incesante de miles de pajarillos, la chiquillería perseguía a inquietas anguilas, aún hoy en día de costumbres misteriosas para la ciencia, o se pescaba lebranchos (lisas) en los lindes costeros “…son tan abundantes que alimentan a los pobres…” serelataba en libros que los estudiosos de las cortes europeas publicaban. Peces que los cronistas foráneos confundían con esturiones, apreciados manjares de ríos continentales (muy amenazados en la actualidad). Sin olvidar, arribazones de algas y sebas que, llegados a las playas después de virulentas resacas, el pueblo destinaba a múltiples usos, como símbolo de una riqueza marina que trascendía allende los mares…
De ese Santa Cruz, algo ha cambiado… sin embargo, no lo ha hecho la hospitalidad, la calidez del tinerfeño, del canario en general que, imperturbable ante el inexorable paso del tiempo, sigue desde épocas pretéritas vinculado, aferrado a su Isla, defendiéndola como en la Gesta, trabajando por ella (cada día) o indagando en su historia, para luego contarnos lo que no sabemos, con una entrega diríase… insuperable.
*En la actualidad conocido como Antiguo Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, emblemático edificio que alberga el MUNA (Museo de Naturaleza y Arqueología)