Antes de cambiar de planta les quedaba por visitar dos colecciones ajenas:
la egipcia y la bereber. Le había correspondido a Andrés dirigir esta parte del recorrido. En cuanto Santos diera la orden y revisaran sus constantes, se pondrían en marcha y se sorprendió comprobando que el plan le agradaba.
—La de Egipto —explicó— es una colección de vasos procedentes de diversas excavaciones hechas entre finales del XIX y principios del XX en distintas necrópolis del Antiguo Egipto. Está en el Museo por uno de esos azares del destino, que a veces ocurren y que la libró de una destrucción casi segura en 1941, pues su Museo de origen, en Liverpool, sufrió un bombardeo alemán en esa fecha. La segunda es de cerámica bereber, procedente de poblados situados en el Atlas marroquí, que se usaba a diario hasta tiempos recientes. Se trata, sobre todo, de platos y ollas para cocinar, servir y almacenar alimentos. Están hechas a mano, por mujeres,
siguiendo técnicas muy antiguas que recuerdan al procedimiento empleado en la cerámica aborigen de nuestras islas. Junto a estas piezas sencillas hay otras de carácter ritual, bellamente decoradas, que forman parte del mundo mágico de sus creadores.
Permanecieron callados cuando terminó y por si acaso, apostilló:
—Lo bueno si breve, dos veces bueno.
Como se habían quedado o al menos eso le pareció, con ganas de más, inquirió a Santos sobre la curiosidad que le había asaltado por la mañana.
—Santos, ¿y si nos hablas sobre los cuerpos que están fuera de aquí?
Santos recorrió con la vista a su improvisado grupo de oyentes, confirmó el interés por el tema en sus ojos expectantes y tras hacer un pequeño quiebro, habló sobre
“la protección de la dignidad humana”.
—La verdad es que sí hay bastantes cuerpos fuera de las islas, se compraban y vendían para nutrir colecciones particulares o museos de prestigio, eran otros tiempos y otras costumbres. Hoy sería impensable ese expolio que ni siquiera podemos llamarlo así porque era legal y fue posible por la ignorancia de unos y la curiosidad de otros, científica unas veces y otras no tanto. A día de hoy, tanto los restos humanos como los objetos de la cultura material están protegidos por ley, ya no son bienes privados sobre los que los particulares pueden actuar libremente; son de interés público, forman parte del patrimonio cultural de las islas. Por tanto, se han de proteger y la mejor manera es mediante una ley. La primera, 1999, fue la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias y la segunda, 2019, Ley de Patrimonio Cultural de Canarias. Lo que nunca hay que olvidar es que son restos humanos, deben tratarse con el mayor cuidado posible, respetando siempre su condición y por tanto su dignidad, al margen de cuál fuera su condición social o su estado de conservación. Lo que debe primar por encima de cualquier otra consideración es la dignidad que merecen como seres humanos.
A Andrés le emocionaron estas últimas palabras: la dignidad intrínseca a la condición de ser humano. Ellos estaban momificados —mirlados, mejor—, tratados con esmero y cubiertos con un fardo funerario; habían tenido mayor fortuna que otros, que o bien se habían preservado de manera natural, sin que existiera un propósito para ello, o eran solo restos esqueletizados por haber fallado el proceso de conservación o porque no formaban parte de esa minoría privilegiada, como había visto en tantos y tantos lugares. Y aunque su papel en la sociedad hubiera sido insignificante, le parecía imprescindible que las generaciones posteriores conocieran cómo era la vida, los quehaceres cotidianos, las preocupaciones, las creencias de todos los pobladores de las islas sin excepción. La vida de muchos seres había sido corriente, anónima, alejada de la excelencia atribuida a los poderosos, pero había tenido sentido al contribuir desde su pequeñez a crear las señas de identidad de un pueblo, reconocibles muchas de ellas a pesar de los años, porque siguen abrigando a quienes habitan en estas islas y se sienten orgullosos de ellas.
— Entonces, entre nosotros, ¿La
Argentinita y yo mismo, merecemos el mismo respeto que Isora, por poner un ejemplo? —Andrés quiso asegurarse de haber comprendido totalmente la argumentación de Santos.
Isora se tuvo que morder la lengua para no saltarle al cuello a Andrés, ¡qué se creía ese muerto de hambre!, pero se contuvo y esperó la respuesta de Santos.
—Claro que sí, Isora lo sabe todo sobre sus antepasados, tiene un pedigrí que suma varias generaciones, pero la protección que tienen ambos como restos humanos es la misma, ¿queda claro?, y nada de miraditas por encima del hombro. Todos tenemos que agradecer que nuestras familias pudieran conservarnos, aunque no todas pudieran hacerlo de igual manera.
La
Argentinita sonrió levemente pues también estaba feliz y hasta parecía que se estiraba dentro de su pequeñez. Incluso Carlos, que presumir, presumía mucho, pero que a veces se cansaba de tanto fingimiento, aceptó de buen grado la explicación de Santos y se sintió más tranquilo de poder descansar, al menos por un rato de su constante sobreactuación.
—Bueno, acepto las palabras de Santos, aunque, ¡recuerden!, ¡mi pedigrí es único!, ¿verdad, Santos?
Santos sonrió para sus adentros dando por terminada la reflexión que había creído necesaria para continuar el recorrido. Otro día, sí, les hablaría de los restos que están en el exterior, ya por hoy le parecía que su trabajo había terminado.
Me agradaba el poblado, pequeño, con sus cabañas agrupadas recibiendo al alba la luz que anunciaba el amanecer. Me acogieron de buen grado y procuraba, con más ganas que acierto, cuidar de las cabras para ganarme mi comida. A veces hasta hablaba con ellas cuando me aburría, y May, una chica de mi misma edad cuyos padres finalmente se habían encargado de mí, se reía cuando nos cruzábamos en alguna vereda o en algún paradero pastoril. Se sentaba a mi lado y me daba a probar algunos de los alimentos que llevaba en su bolsa: casi siempre piñones y un poco de gofio, a la vez que me decía que tuviera cuidado con el hijo mayor de la casa grande, no le gustas, lo he oído comentar en el vecindario, pero, ¿por qué?, ¿qué he hecho que pueda molestarle? Nada, eres extranjero, ese es el motivo, ¿no lo entiendes? Pues no, la verdad. Para él eres un peligro, una fuente de problemas, qué sé yo, pero si no me conoce, ese es el inconveniente, como no te conoce le das miedo y desconfía, pero eso es irracional, sí, pero él es así y no va a cambiar. ÉL se callaba ante la falta de argumentos con que contrarrestar.