Este magnífico retrato al óleo de Don Andrés Bonito Pignatelli, comandante general de Canarias entre 1741 y 1744, es obra del célebre pintor y escultor lagunero José Rodríguez de la Oliva y fue adquirido por el Museo de Historia y Antropología de Tenerife (MHAT) en 2005 como pieza ilustrativa de lo que fue la institución de la Capitanía General en Canarias en el siglo XVIII.
En el cuadro, de 76 x 96,50 cm, su autor consigue expresar simbólicamente la importancia de aquel cargo a través del retrato de uno de los más destacados y controvertidos personajes que lo ostentaron, que aparece con su uniforme como prototipo dieciochesco de autoridad. Luce chaleco y casaca con adornos dorados y anacronismos propios de las formas de vestir de épocas anteriores, como son la casaca azul sin cabezón y las grandes vueltas rojas de las mangas, de género diferente al resto de la prenda, por las que asoman las lechuguillas de encaje de la camisa. La corbata, característica de la centuria anterior, rodea el cuello a modo de banda anudada holgadamente, cuyos extremos o raberas cuelgan hasta medio pecho. Usa peluca blanca, siguiendo los cánones de moda del momento, como símbolo de su status. En la esquina superior derecha el pintor incluye una descripción del protagonista con un detallado resumen de su impresionante trayectoria.
Pignatelli sostiene una especie de bastón de mando en su mano izquierda como reflejo del poder que ostenta, hecho que se aprecia también en su postura serena y elegante. Definitivamente, estamos ante una vestimenta característica de las élites del período, encarnada aquí, claramente, en la figura del Comandante General de Canarias. Curiosamente, el cuadro incluye en su cartela el dato de que “en su tiempo empezaron estas milicias a usar uniformes”, lo que habría servido para garantizar una mejor cohesión y disciplina de dichas unidades. La denominación oficial de “Milicias Provinciales” hacía referencia a un cuerpo de reserva de infantería que estuvo activo en la Península Ibérica y en Canarias hasta 1867.
En la esquina superior izquierda el pintor incluyó un espacio típicamente reservado a un escudo familiar que, sin embargo, aparece vacío, quizás porque el artista simplemente no incluyó el escudo de los Bonito en la versión final por motivos que desconocemos o, quizás, porque fue borrado debido a la controversia que generó la persona y personalidad de Bonito Pignatelli, como veremos más adelante.
Andrés (o Andrea en su lengua nativa) Bonito Pignatelli nació seguramente entre 1670 y 1698 en el pueblo de Bonito, de dónde procede su primer apellido, ubicado en lo que hoy es la región de Campania que por aquel entonces formaba parte del Reino de Nápoles, sin que hayamos encontrado fecha exacta de su nacimiento ni siquiera en fuentes italianas. En la inmensa mayoría de los textos de origen canario consultados no figuran datos de su vida previa, lo que dificulta tener una visión biográfica completa. Salvo su origen italiano, el resto de la información está referida a sus años en el poder a pesar de que, incluso el ilustre Viera y Clavijo, le dedica varios capítulos del tercer volumen de
Noticias de la historia general de las Islas de Canaria.
Gracias a fuentes italianas sabemos de la nobleza de su apellido. Los Bonito eran duques de Isola, un título que originalmente le fue concedido a su padre, Giulio Cesare Bonito, “con real privilegio” por el rey Felipe IV quien, además de rey de la Monarquía Hispánica, fue rey de Nápoles. Apodado como “hijo del Vesubio” por Viera y Clavijo y, probablemente, por muchos de sus contemporáneos en las islas, es posible que su condición de napolitano le generara algún conflicto con las élites canarias del momento o, quizás incluso, un factor en el impulso de propaganda negativa que se dirigió hacia su persona.
Los cuatro años del mandato de Bonito Pignatelli se caracterizaron por cambios militares y administrativos cuyas consecuencias siguen siendo tema de discusión, decisiones marcadas por su carácter “violento, impetuoso y libre”, como supo plasmar Rodríguez de la Oliva en el retrato. El pintor también incluye en la cartela a la que ya nos hemos referido anteriormente, que “mató con palabras a don Alonso Fonceca”, lo que parece indicador de su estilo de liderazgo. Durante este período, en el contexto de la Guerra de la Oreja de Jenkins, Pignatelli tuvo un importante papel en las secuelas de la defensa de Fuerteventura frente a corsarios británicos en la batalla de El Cuchillete de 1740. Además, fue él quien le encargó a Claudio de L’Isle la fortificación de dicha isla en 1741, ya que hasta entonces no contaba con estructuras defensivas.
Lo más destacado de su política exterior fue, sin duda, su intento de participar en el Juzgado de Indias, seguramente para influir en el rico comercio entre estos territorios y las Islas Canarias. Sin embargo, se encontró con la resistencia de don Domingo de la Guerra, el superintendente del comercio de Indias.
En el ámbito de la política interna de Canarias su legado fue algo más polémico, ya que se enfrentó a la gran mayoría de la élite tradicional favoreciendo a la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, que iba adquiriendo cada vez más importancia comercial y política en detrimento de San Cristóbal de La Laguna. La Laguna siempre había dirigido el destino administrativo y económico de la isla y las poblaciones −denominadas “lugares” en la época− que fueron surgiendo en diferentes puntos del territorio después de la conquista (como Garachico, el puerto más importante en este período, La Orotava o, incluso, Santa Cruz de Tenerife) estaban subordinadas a ella. La Laguna era sede del ayuntamiento único, estando los demás lugares bajo el control de alcaldes pedáneos, estructura que se mantendría así hasta la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812, cuando, paulatinamente fueron creándose nuevos municipios. En este contexto, Bonito Pignatelli consolida el proceso de traslado de la Capitanía General de Canarias a Santa Cruz de Tenerife, iniciado previamente por su antecesor en el cargo, el marqués de Valhermoso, a partir de 1723. Es importante considerar que Santa Cruz se encontraba en estos momentos −en muchos sentidos− a la sombra de La Laguna, dado que no contaba con una población importante y solo era un modesto puerto de pescadores. Sin embargo, a lo largo del siglo XVIII, se irá conformando una burguesía comercial de origen extranjero que reclamará para sus actividades comerciales un puerto de mayor envergadura. A partir de la decisión del marqués de Valhermoso de trasladar la sede de la Capitanía General, se insistirá en el fortalecimiento de las defensas del litoral santacrucero y se consolidará el respaldo para que Santa Cruz pueda tener un puerto digno de esta nueva burguesía. El “hijo del Vesubio” será también el responsable de la instalación de la Aduana Real, cuya sede fue edificada en 1742.
Completado su mandato en 1744, volvió a Nápoles con su esposa, donde ejercería de Inspector General de las tropas reales, heredando de su difunto hermano mayor, Domenico, el título de duque de Bonito. Murió en su tierra natal el 8 de abril de 1757 sin descendencia. Su título de duque pasó a otra familia, los Garofalo, pero al fenecer esta casa también, el título revertió finalmente a las autoridades.
Respecto al cargo que ostentaba Pignatelli de Capitán General de Canarias, así denominado hasta la llegada de los Borbones, fue concedido por primera vez por el rey Felipe II a don Luis de la Cueva y Benavides en 1589. Dicho cargo confería poder máximo en todo el Archipiélago como representante de la Corona, una medida bastante centralizadora considerando lo realmente poco centralizada que estaba la Monarquía Hispánica en el siglo XVI. Se creó sobre todo debido a la lejanía de las islas, para afrontar posibles amenazas navales de otras potencias y dada la importante situación estratégica del Archipiélago como puente al Nuevo Mundo. Se fortalecerá aún más con la llegada de los Borbones al trono en el siglo XVIII, llegando a controlar, en palabras de Dolores Álamo Martell, “la totalidad del panorama institucional del Archipiélago”. Finalmente, el título de Capitán General cambió su denominación a la de Comandante General bajo el mando del marqués de Valhermoso, quien ostentó el cargo entre 1723 y 1735.
Como conclusión podemos afirmar que el cuadro de Bonito Pignatelli, magnífica pieza artística de las colecciones del Museo, permite ilustrar la situación política de un período fundamental de la historia de Tenerife y evidencia la huella del puesto de Comandante General de Canarias en pleno reformismo borbónico. Rodríguez de la Oliva consigue proyectar ese mensaje mediante el retrato de un hombre ciertamente representativo de aquella decisiva etapa de nuestra historia.