En esta ocasión protagoniza la sección REGISTRO DE SALIDA una antigua y singular máquina de coser. Su particularidad radica en su condición de juguete y en que, además, “cosía de verdad”. Un objeto que a los adultos nos devuelve a la infancia mientras nos parece oír el repiqueteo de las puntadas en algún rincón del hogar.
Se trata de una máquina de coser de mesa y con pedal, datada a principios del siglo XX. Fabricada en hierro, el cabezal se encuentra en una base -cama- de chapa de madera rectangular con borde ondulado, sobre una estructura de hierro que complementa el mecanismo del proceso de costura. El brazo conserva el mecanismo de movimiento de la aguja, los tornillos de mano del prensatelas y el sujetador de aguja, así como el propio prensatelas. En el extremo opuesto se encuentra la rueda volante con la llanta, sobre la que se actúa para ponerla en marcha y parar, y el mecanismo bobinador. Corona la pieza, el vástago portacarretes.
El soporte de la mesa conserva el guardafaldas, el berbiquí de la rueda motriz y la biela (de madera en este caso) conectada al pedal que acciona el movimiento. La estructura de las patas de hierro está formada por barrotes con trazados sinuosos que flanquean el pedal cuyo enrejado, con el mismo tipo de motivos decorativos, enmarcan una “M”. El cuerpo de la máquina presenta estampaciones decorativas en dorado y rojo mediante trazos geométricos y orgánicos, motivos decorativos afines a las líneas modernistas de principios del siglo XX, momento en que se fabrican este tipo de piezas.
Esta máquina de coser, al igual que las de adultos, cuenta con una tapa de chapa de madera, que calza a medida en la base mediante 3 hendiduras. Aunque el fabricante y modelo no es desconocido, su diseño evoca a aquellas otras, también de juguete, de la marca Muller o Casige. Ambas fábricas eran alemanas, en el primer caso de máquinas de coser y en el segundo de juguetes en general. El modelo nº 20 de la marca Singer también responde a un diseño similar. Todas fueron fabricados a principios del siglo XX.
Las medidas aproximadas de la mesa corresponden a 80x60 cm y 100 cm de alto. El cabezal de la máquina mide aproximadamente 26x14 cm y 24 cm de alto contando el vástago portacarretes.
Las primeras máquinas de coser se crearon en la primera mitad del siglo XIX en Francia, de la mano de B. Thimonnier. En 1848 patentó su invento, se asoció con el mecánico Magnin para fabricar máquinas de coser de hierro y una cosedora-bordadora que hacía punto de cadeneta y daba doscientas puntadas por minuto. Sin embargo, dos años antes, el norteamericano W. Hunt patentaba en Nueva York la primera máquina de pespunte o labor de costura con puntadas muy unidas o punto de lanzadera. También en 1846 Elias Howe patentó la máquina con lanzadera sincronizada con la aguja. Ya en 1851 se incorporaron importantes innovaciones aportadas por dos sastres de Boston, W.Baker y W. Grower, introduciendo la puntada bifilar -de dos hilos- de cadeneta. Otros nombres que aparecen en los créditos de la mejora de la máquina fueron A.B. Wilson junto a N. Wheeler.
Pero la persona que elevó la máquina de coser a la cumbre de la tecnología vinculada a la labor de costura fue Isaac Merrit Singer, definiendo la máquina de coser doméstica desde los años cincuenta del siglo XIX. La implementación del pedal fue el elemento definitivo que permitía accionar la máquina con el pie. Además, la dotó de una rueda dentada que permitía avanzar la tela entre puntada y puntada. Incorporó al mecanismo el prensatela, lo que evitaba que el tejido se moviera y el pespunte no siguiera su camino, además de utilizar una aguja perforada. La criatura era la más perfecta de su clase y avaló la fundación de su propia compañía, la Singer Manufacturing Company (1865) convirtiéndose en uno de los mayores fabricantes en el mundo. Inevitablemente, el desarrollo y mejora de la máquina de coser motivó el crecimiento de otras industrias como la de la indumentaria y el calzado.
Pero no olvidemos que el REGISTRO DE SALIDA de hoy es un juguete. Esta máquina de coser llega a los fondos del Museo de Historia y Antropología de Tenerife a través de una donante y se incorpora a las colecciones de “Juegos y Deportes” e “Indumentarias, artes y tecnologías textiles”. Ella nos cuenta que fue un regalo de su niñez, cuando apenas contaba con seis años, en 1949. En principio un juguete, pero con la importante particularidad de coser de verdad. De hecho, sus primeras puntadas las aprendió con una señora que ejercía las funciones de costurera en su hogar. Y es que los juguetes nos transmiten información de épocas pasadas, muchos de ellos con una clara asignación de roles de género desde una concepción actual. En la prehistoria los niños y niñas ya se entretenían con juguetes hechos con materiales del entorno como la madera, la arcilla, huesos y piedras; las referencias más antiguas son de hace 4000 años en ajuares infantiles. Será a partir del siglo XIX cuando la fabricación del juguete ampliará la dimensión del mero entretenimiento a la del aprendizaje en el colectivo infantil.
En el siglo XVIII, en el contexto de la Revolución Industrial, los juguetes aumentaron su complejidad favorecidos por la industria mecanizada de fabricación en serie, a la vez que se introducían nuevos materiales como la hojalata y otros metales, creciendo en número y en variedad.
La edad de oro de la creación de juguetes, en los albores del siglo XX, coincide con un aumento de los salarios en el mundo occidental, incluso en el contexto de las familias trabajadoras que podían permitirse la compra de juguetes a sus hijos e hijas, gracias a los avances industriales de ingeniería de precisión y producción en masa, que satisfacía la creciente demanda.
En su contexto original, además, la máquina de coser era un juguete “educativo” en todo el sentido del término: de niñas se las educaba-formaba en habilidades domésticas para ser futuras mujeres preparadas en las labores del hogar. Las letras de las canciones infantiles populares son buena muestra de estas conductas sociales en torno a las relaciones entre géneros, el amor, el matrimonio, y el deber ser y saber hacer de las futuras mujeres y hombres. Son juguetes que transmiten costumbres y conductas del imaginario colectivo del pasado. Con el halo de la inocencia de la infancia, y de una manera lúdica, transmiten las labores que debían conocer en el futuro desde temprana edad. O incluso, aprender una profesión de modista o costurera. En definitiva, un proceso de endoculturación en el que las nuevas generaciones van adoptando los modos de pensar y comportamientos tradicionales para el futuro. Al interiorizarlo a través de la imitación, la identificación y el afecto, los niños y niñas se convierten en miembros de la sociedad.
Por definición, los juguetes constituyen un medio para mejorar el aprendizaje cognitivo, social y lingüístico del colectivo infantil. Sin embargo, en la actualidad este objeto ha cambiado la función original para la que fue creado, jugar o aprender jugando, para ser objeto de colección, desprendiéndose por completo de todos sus cometidos y objetivos originales. Sigue siendo un juguete, pero no para jugar. Paradójicamente pasa de ser un juguete cuyo eslogan era “cose de verdad” a ser un juguete en el museo, pero “no para jugar”. Su conservación bajo el techo de esa institución maquilla las huellas de la biografía del juguete, puliendo su uso para “restaurar” su materialidad, no así para restaurar su uso original para el que fue creado. Un juguete adecentado para “no tocarlo” en su nueva dimensión patrimonial, despojado de la dimensión afectiva de niños y niñas y (para acabar como empezamos) alejado del repiqueteo de sus puntadas en algún rincón del hogar.