En las colecciones del Museo de Historia y Antropología de Tenerife, en adelante MHA, la variedad tipológica rivaliza con las dimensiones de los objetos. En ocasiones, los más pequeños pasan desapercibidos, pero no por ello dejan de ser igualmente importantes. En esta ocasión nos referiremos a una pequeña caja de forma circular, la cual contiene unas astillas que comparten espacio con una etiqueta que incorpora una inscripción escrita a mano: “Cruz de la Conquista; pequeños fragmentos que se le quitaron al ubicarla en la urna metálica”.
Estamos, en principio, ante unas astillas de la cruz traída por los conquistadores, aquella que, según cuenta la tradición, fue clavada en la playa de Añazo a primeros del mes de mayo de 1494, y que dio nombre a Santa Cruz de Tenerife. Hablamos de un episodio nunca mencionado en las fuentes documentales archivísticas, y sólo de manera muy sutil en las primeras narraciones históricas escritas sobre la conquista de Tenerife. Hecho, por otra parte, que no es de extrañar, ya que, de la información que conocemos sobre la conquista de las islas de realengo, deducimos que Gran Canaria fue la única dominada por orden de los Reyes Católicos y a costa del erario real, situación que obligó a las autoridades militares que la ejecutaron exponer a la autoridad superior - comisionados establecidos en Sevilla, entre ellos el célebre Alonso de Palencia, cronista de los Reyes Católicos - el modo en cómo se realizó dicha empresa. En cambio, tanto en La Palma como Tenerife, el proceso de conquista fue producto de la iniciativa privada y se prescindió de la crónica oficial. Es por ello por lo que nada se menciona sobre el episodio del ceremonial de la cruz en los primeros días de mayo en los autores que supuestamente tuvieron que haberse referido al mismo, al situarse cronológicamente más próximos a los hechos narrados, véase Torriani y Espinosa, obligándonos por ello a recurrir al posterior testimonio de Juan Núñez de la Peña en su Conquista y antigüedades de las islas de Gran Canaria y su descripción: “A las seis de la mañana del primero día de mayo […] salieron a tierra los católicos, capitaneándolos el general Lugo con una cruz grande de madera en sus brazos, que quiso fuese la que guiase el cristiano escuadrón para conseguir la victoria; a pocos pasos de la playa mandó hacer un hoyo en tierra, en ella puso la cruz y la besó y adoró con mucha veneración […] y de aquí se le quedó a este puerto llamarse de Santa Cruz”.
Muchos años después, Cioranescu retoma el episodio con vistas a explicar el cambio de denominación del lugar, centrándose en el proceso en el que Añazo pasó a En la misma playa de Añazo y en el lugar del desembarco, frente a un altar improvisado al lado de la cruz de la conquista, se celebró una misa que tuvo lugar sólo uno o dos días después del desembarco, circunstancia que marcaría el cambio de una denominación a otra. Nuevamente, siguiendo a Cioranescu, puede afirmarse que “se puede documentar que en 1499 el lugar y puerto ya se llamaba Santa Cruz, y que el nombre indígena de Añazo que alguna vez se colocó después del de Santa Cruz, desapareció rápidamente”. La toponimia, por tanto, confirma el hecho histórico del ceremonial religioso celebrado por los castellanos, pero no así el de la fecha en que tuvo lugar, no pudiendo descartarse la hipótesis aventurada por Juan Álvarez Delgado, para quien dicho ceremonial tuvo lugar, no al principio de la conquista, la teoría más admitida hasta la fecha, sino al final de la misma, un 3 de mayo de 1496, coincidente con la festividad de la Invención de la Cruz, implantada en la comunidad cristiana desde tiempos del emperador Constantino.
Una vez constatada su presencia, la cruz de la conquista se convirtió en un referente urbano, tal como queda reflejado en el plano del lugar elaborado por Leonardo Torriani, señalándose en el mismo su ubicación original muy cerca de la orilla del mar, entre el Barranco de Santos y el Barranquillo del Aceite - actual calle de Imeldo Serís -; ubicación luego ratificada en un plano militar de 1669 a cargo de Lope de Mendoza y Salazar, con la salvedad de que en esta ocasión la reliquia es representada gráficamente sobre un basamento que la distancia del suelo. Dicho emplazamiento es confirmado, nuevamente, por Miguel Tiburcio Rossel en un plano de la ciudad trazado en 1701.
Llama la atención que en el espacio temporal que transcurre desde los inicios de la conquista militar de la isla hasta el primer tercio del siglo XVIII, la cruz, en palabras de Luis Cola Benítez, “símbolo, piedra fundacional y auténtica partida de bautismo de Santa Cruz de Tenerife”, hubiera quedado expuesta a la intemperie, y aún más conociéndose que la referida reliquia vino acompañada por una imagen de campaña, Nuestra Señora de la Consolación, que pronto encontró cobijo en la ermita homónima ubicada en un saliente de la Caleta de Blas Díaz, lugar donde luego se levantó el Castillo de San Cristóbal. El que estuviese expuesta al aire libre fue el motivo por el que, en 1743, el alcalde real del lugar de Santa Cruz de Tenerife, en aquellos momentos todavía dependiente administrativamente del ayuntamiento único de la isla, San Cristóbal de La Laguna, construyera a sus expensas una capilla - denominada, indistintamente, la capilla de la Santa Cruz o del Santo Sudario - situada en la plazuela representada igualmente en los planos urbanos anteriormente citados. La primera imagen del modesto templo quedó inmortalizada en el plano realizado por Isle, en 1780. La endeblez del edificio construido ex profeso para albergar la cruz, llevó a que, en 1794, las autoridades decidieran su demolición, trasladando la reliquia al barrio del Cabo junto a la puerta de la ermita de San Telmo, de nuevo, y de manera incomprensible, quedando a merced de las inclemencias meteorológicas , siendo protagonista de una de las primeras fotos tomadas del litoral santacrucero - en concreto, la zona de Cabo Llanos -, la cual se ha reproducido hasta la saciedad en diversos textos divulgativos y, de manera muy especial, en artículos periodísticos.
Y en aquel lugar permaneció durante la primera mitad del siglo XIX, hasta que, a través de Lorenzo Siberio, capellán del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, se decidió trasladar la cruz a la capilla de aquel edificio para darle el cobijo reclamado durante tanto tiempo y entrando a formar parte del imaginario colectivo de la población de Santa Cruz de Tenerife; y tal fue así que, en 1867, formó parte por primera vez de la procesión del 3 de mayo, ritual que, partiendo de la ermita de San Telmo, se venía celebrando con anterioridad pero sin contar con la cruz original. La popularidad que desde ese momento adquirió dicha festividad, motivó que el ayuntamiento de la ciudad reclamara su propiedad, intento que recibió inicialmente una repuesta bastante hostil, tanto por parte de las autoridades eclesiásticas como de las civiles. El contencioso institucional finalizó en el momento en que la Comisión permanente de la Diputación de Canarias dictaminó, el 19 de abril de 1873, que la cruz de la conquista era a todos los efectos propiedad del ayuntamiento. A juicio de Luis Cola Benítez, el autor que más empeño ha puesto en estudiar la biografía de la singular reliquia, la cruz retornó nuevamente a San Telmo, desmontando dos teorías que han tenido cierto predicamento hasta nuestros días. Nos referimos a la hipótesis de José Desiré Dugour, quien defiende que la cruz en aquellos momentos estuvo expuesta en la capilla del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados; e igualmente, a la idea de que la cruz pereciera en el incendio acaecido, en 1888, en el referido edificio.
En 1892, el ayuntamiento encargó la elaboración de un relicario de níquel y cristal - ¿la urna a la que se refiere la etiqueta de las astillas conservadas en el MHA: “Cruz de la Conquista; pequeños fragmentos que se le quitaron al ubicarla en la urna metálica”? - para la preservación de la cruz, realizado por Gumersindo Robayna, probablemente el mismo que hoy puede contemplarse en la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, lugar donde “habita” desde 1896.
Probablemente, fue a finales del siglo XIX cuando, en el momento en el que por iniciativa de las autoridades municipales de Santa Cruz de Tenerife se construyó el relicario ya referido, fueron extraídas de la cruz las astillas con la intención de que formaran parte del Museo de Villa Benítez, un auténtico gabinete de curiosidades del que tenemos noticias de su funcionamiento desde, aproximadamente, 1874, el cual fue adquirido en 1950 por el Cabildo de Tenerife y, con él, buena parte de sus fondos. Ello explica que parte de aquellas colecciones primigenias hoy se encuentren repartidos entre el Museo Arqueológico de Tenerife y el MHA, ambos pertenecientes al Organismo Autónomo de Museos y Centros, el servicio de museos del Cabildo de Tenerife. Las astillas de la cruz de la conquista de Tenerife fueron depositadas en el MHA con la idea de ilustrar el ámbito 1 de su exposición permanente, el cual tiene como objeto de estudio el proceso de la conquista de Tenerife y, por extensión, de Canarias. Pero, igualmente, constituyen una magnífica manifestación material de un elemento que, sin haberse probado su autenticidad hasta la fecha - nos referimos a la cruz y, por tanto, también a las astillas - ha sido utilizado para construir una tradición o, si se prefiere, un mito fundacional. Recurrimos nuevamente a Cioranescu, quien reflexiona al respecto manifestando lo siguiente: “resulta difícil enjuiciar fría y objetivamente la autenticidad de la reliquia: porque, más que reliquia, es todo un símbolo, y el estudio de los símbolos no es un examen de datos positivos, sino un escrutinio de contenidos mentales. No está probado que Fernández de Lugo trajera consigo una cruz, pero puede darse por sentado que la traía. La imagen del conquistador que baja en tierra con la cruz en los brazos aparece en circunstancias diferentes, por ejemplo, en la conquista de América. En la historiografía canaria no aparece en los documentos, sino tan sólo en la imaginación de los poetas […] No significa que las cosas no pasasen así, pero tampoco las certifica […] tampoco parece oportuno discutir los símbolos con criterios de autenticidad. La reliquia no vale por su madera, sino pos su valor de representación”.
BIBLIOGRAFÍA
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